─ Puesto que los espíritus con empatía mutua o
simpáticos, son inducidos a unirse, ¿a qué se debe, entonces, que entre los
espíritus encarnados, el afecto no es a menudo recíproco, y que un amor sincero
muchas veces sea respondido con indiferencia y hasta repelido; a qué se debe,
por otra parte, que muchos afectos muy vivos y mutuos entre dos seres, terminan
trocándose en antipatías y, a veces, hasta en odios?
¿No comprendes que, aunque pasajero, ese es un
castigo? Además, ¿cuántos hay que creen amar apresuradamente porque solo juzgan
por las apariencias, y cuando se ven precisados a vivir con esa persona
presuntamente amada, no tardan en darse cuenta que ese sentimiento no pasaba de
ser un antojo material? No basta estar prendado de una persona que os gusta y a
quien creéis de buenas cualidades, pues solo conviviendo realmente con ella,
podréis conocerla y saber si es merecedora de vuestro aprecio. ¡Cuántos enlaces
no hay también que, al principio, parecían que nunca llegarían a ser mutuamente
afines y empáticos, y que, cuando el uno y el otro se han conocido y estudiado
bien, acaban por profesarse un amor tierno y duradero porque está basado en la
verdadera estimación! Es preciso no olvidar que el que ama es el espíritu, y no
el cuerpo, y que cuando se ha disipado la ilusión material, entra el espíritu a
ver la realidad y entonces puede surgir amor o antipatía.
Hay dos clases de afecto: el del cuerpo y el del alma
o del espíritu; y a menudo se toma el uno por el otro. Cuando el afecto del
alma es puro y simpático, es duradero; mientras que el del cuerpo es
perecedero. He aquí porqué los que creían profesarse amor eterno, se rechazan y
muchas veces hasta se odian después de consumada la ilusión.
─ La falta de simpatía o empatía entre un par de seres
que constituyen pareja y están destinados a vivir juntos, ¿no es también origen
de pesares tanto más amargos porque envenenan toda la existencia de estos
seres?
Muy amargos, en efecto, y esta es una de esas
infelicidades cuya causa primitiva sois a menudo vosotros mismos. Además, las
culpables son vuestras leyes, porque, ¿crees tú que Dios va a querer obligarte a
estar al lado de quien te desagrada? Y es porque, en esos enlaces de pareja, a
menudo buscáis más la satisfacción de vuestro orgullo y ambición que la dicha y
gusto de un mutuo y verdadero afecto. Entonces lo habréis buscado y debéis
sufrir las angustiosas consecuencias provocadas por vuestros prejuicios.
─ Pero en semejante caso, ¿no hay casi siempre una
víctima inocente?
Sí, y para ella es una dura expiación o penitencia;
pero la responsabilidad de su infelicidad caerá sobre los que han sido su causa.
Si la luz de la verdad ha penetrado en su alma, hallará consuelo con su fe en
el porvenir. Por lo demás, a medida que desaparezcan los prejuicios, las causas
de esas infelicidades privadas desaparecerán también.