─ ¿Puede el hombre
gozar en La Tierra de perfecta felicidad?
No, puesto que la
vida le ha sido dada como prueba o expiación (purga de faltas anteriores, y
mejoramiento); y de él depende el dulcificar sus males y el ser tan feliz como
le sea posible en La Tierra.
─ Se concibe que el
hombre será feliz en La Tierra cuando la humanidad haya sido transformada;
pero, entre tanto, ¿puede cada uno constituirse una felicidad relativa?
La más de las veces
el hombre es causante de su propia infelicidad. Practicando la ley de Dios, se
evita muchos males, y se proporciona la mayor felicidad de que es susceptible
su grosera existencia.
El hombre que está bien penetrado de su destino futuro no ve en la vida corporal más que una permanencia temporal. Es para él una parada momentánea en un mal mesón, y se conforma fácilmente con algunos disgustos pasajeros de un viaje, que ha de conducirle a posición tanto mejor cuanto mejores preparativos haya hecho anticipadamente.
Desde esta vida somos castigados por la infracción de las leyes de la existencia corporal por medio de los males, que son consecuencia de esa infracción y de nuestros propios excesos. Si paso a paso nos remontamos al origen de lo que llamamos nuestras infelicidades terrestres, encontraremos que, en su mayor parte, son consecuencia de la primera desviación del camino recto. Por semejante desviación nos hemos encontrado en un mal sendero, y de consecuencia en consecuencia caemos en la infelicidad.
─ La felicidad
terrestre es relativa a la posición de cada uno, y lo que basta a la dicha de
uno constituye la infelicidad de otro. ¿Existe, sin embargo, una medida común
de felicidad para todos los hombres?
Para la vida
material es el poseer lo necesario; para la vida moral, la conciencia tranquila
y la fe en el porvenir.
─ ¿Lo que es
superfluo para unos, es necesario para otros, y viceversa, según el enfoque?
Sí, según vuestras
ideas materiales, vuestros prejuicios, vuestra ambición y todos vuestros
ridículos caprichos de que dará buena cuenta la justicia, cuando comprendáis la
verdad. Sin duda que el que tenía 50 mil libras de renta y se ve reducido a 10,
se cree muy infeliz porque no puede darse tanta importancia, mantener lo que
llama su rango, tener caballos, lacayos, satisfacer todas sus pasiones, etc. Se
cree falto de lo necesario, pero francamente, ¿le juzgas tan digno de lástima,
cuando a su lado hay quien se muere de hambre y de frío, y no tiene donde
recostar la cabeza? El sabio, para ser feliz, mira siempre hacia abajo y nunca
hacia arriba, si ya no es para elevar su alma al infinito.
─ Hay males que son
independientes del modo de obrar y que alcanzan al más justo de los hombres,
¿no tiene, éste hombre justo, medio alguno para preservarse de ellos?
Debe entonces
resignarse y sufrirlos sin murmurar, si quiere progresar; pero halla siempre
consuelo en su conciencia, que le ofrece la esperanza de un porvenir mejor, si
hace lo necesario para lograrlo.
─ ¿Por qué favorece
Dios con bienes de fortuna a ciertos hombres que parecen no haberlos merecido?
Es un favor para
aquellos que no ven más que el presente; pero sabedlo, la fortuna es una prueba
más peligrosa con frecuencia que la miseria.
─ Creando la
civilización nuevas necesidades, ¿no es origen de nuevas aflicciones?
Los males de este
mundo están en proporción de las necesidades ficticias que os creáis. El que
sabe limitar sus deseos, y ve sin envidia al que le es superior, se evita no
pocos disgustos en esta vida. El más rico es el que menos necesidades tiene.
Envidiáis los goces
de los que os parecen los afortunados del mundo; pero, ¿sabéis lo que les está
reservado? Si solo para ellos mismos es que gozan, son egoístas, y luego vendrán
los reveses. Compadecedlos más bien. Dios permite que prospere a veces el
malvado, pero no es de envidiar su dicha, porque la pagará con lágrimas amargas.
Si es infeliz el justo, es a consecuencia de una prueba que se le tomará en
cuenta si la soporta valerosamente. Recordad estas palabras de Jesús: "Bienaventurados
los que sufren, porque serán consolados".
─ Lo superfluo no es
ciertamente indispensable para la dicha, pero no sucede lo mismo con lo
necesario. Luego, ¿no es real la infelicidad de los que están privados de él?
Verdaderamente no
es infeliz el hombre más que cuando experimenta la falta de lo necesario a la
vida y a la salud del cuerpo. Semejante falta es quizá culpa suya, y entonces
solo de él debe quejarse. Si es culpa de otro, caerá la responsabilidad sobre
aquel que haya sido el causante.
─ Por la
especialidad de las aptitudes naturales, Dios indica evidentemente nuestra
vocación en el mundo. ¿No proceden muchos males de no seguir nosotros esa
vocación?
Cierto, y a menudo
son los padres los que, por orgullo y avaricia, hacen salir a los hijos del
camino trazado por la Naturaleza, comprometiendo su felicidad con esa
desviación, de la que serán responsables.
─ Así, pues,
¿encontráis justo que el hijo de un hombre de encumbrada posición social haga abarcas,
por ejemplo, si para ello tiene aptitud?
No se ha de
incurrir en el absurdo, ni exagerar nada; la civilización tiene sus necesidades.
¿Por qué el hijo de un hombre de distinguida posición, como dices tú, ha de
hacer abarcas, si puede hacer otra cosa? Podrá ser siempre útil con arreglo a
la medida de sus facultades, si no se las aplica contrariamente. Así, por
ejemplo, en vez de un mal abogado, será quizá un buen ingeniero, etc.
La separación de los hombres de su esfera intelectual es seguramente una de las más frecuentes causas de desengaño. La ineptitud para la carrera adoptada es una inagotable fuente de reveses, y uniéndose después a esto el amor propio, priva al hombre caído de buscar un recurso en una profesión más humilde o más sencilla, y le señala el suicidio como remedio para librarse de lo que él cree una humillación. Si una educación moral le hubiese elevado por encima de las necias preocupaciones del orgullo, jamás se le hubiera cogido desprevenido.
─ Hay gentes que,
desprovistas de todo recurso, cuando la abundancia reina en torno suyo, no
tiene otra perspectiva que la muerte, ¿qué partido deben tomar? ¿Deben dejarse
morir de hambre?
Jamás debe tenerse
la idea de dejarse morir de hambre. Siempre se hallará medio de alimentarse, si
el orgullo no se interpusiese entre la necesidad y el trabajo. A menudo se
dice: No hay oficio bajo, el trabajo no es deshonra, pero se dice para los
otros y no para sí mismo.
─ Es evidente que
sin los prejuicios sociales por los que nos dejamos dominar, se encontraría
siempre algún trabajo que pudiese ayudar a vivir, aunque tuviésemos que
descender de nuestra posición; pero entre las gentes que no tienen prejuicios,
o que los pasan por alto, ¿las hay que están en la imposibilidad de atender a
sus necesidades, a consecuencia de enfermedades u otras causas independientes
de su voluntad?
Es una sociedad
organizada con arreglo a la ley de Cristo; nadie debe morir de hambre.
Con una organización social sabia y previsora, solo por culpa suya, puede faltar al hombre lo necesario, pero sus mismas faltas son a menudo resultado del medio en que se halla colocado. Cuando el hombre practique la ley de Dios, existirá un orden social fundado en la justicia y en la solidaridad, y él mismo será mejor.
─ ¿Por qué en la
sociedad son más numerosas las clases que sufren que las felices?
Ninguna es
completamente feliz, y lo que se cree felicidad encubre a menudo martirizadores
pesares. En todas partes existe sufrimiento. Para responder, sin embargo, a tu
pensamiento, te diré que las clases que llamas sufrientes son más numerosas,
porque La Tierra es un lugar de expiación (castigo y purga). Cuando el hombre
haya hecho de ella la morada del bien y de los espíritus buenos, dejará de ser
infeliz, y aquella será para él el paraíso terrenal.
─ ¿Por qué, en el
mundo, los malvados tienen con tanta frecuencia más influjo que los buenos?
Por debilidad de los buenos; los malvados son
intrigantes y audaces, mientras que los buenos suelen ser tímidos. Cuando éstos
lo quieran, se harán superiores a aquellos.
─ Si a menudo el hombre es causa de sus sufrimientos
materiales, ¿sucede lo mismo con los sufrimientos morales?
Más aún, porque los sufrimientos materiales son a
veces independientes de la voluntad; pero el orgullo lastimado, la ambición
frustrada, la ansiedad de la avaricia, la envidia, los celos, todas las
pasiones, en una palabra, son tormentos del alma.
¡La envidia y la rabia por la prosperidad ajena!
¡Felices los que no conocen esos dos gusanos roedores! Para el enfermo del mal
de envidia y de rabia por la prosperidad ajena no hay calma, ni reposo posible;
los objetos de su codicia, de su odio, de su despecho se levantan ante él como
fantasmas que no le dan tregua, y hasta durante el sueño le persiguen. El
envidioso y el rabioso por la prosperidad ajena se incendian en constante ardor.
¿Es esta una situación deseable, y no comprendéis que el hombre con semejantes
pasiones se crea suplicios voluntarios, viniendo a ser La Tierra para él, un
verdadero infierno?
Muchas expresiones pintan enérgicamente los efectos de ciertas pasiones; se dice: estar hinchado de orgullo, morirse de envidia, secarse de celos o de ira, amargarse la bebida y la comida, etc., cuadro harto verdadero. A veces los celos ni objeto determinado tienen. Hay gentes que por su naturaleza son celosas o rabiosas de todo lo que prospera, de todo lo que sobresale de lo vulgar, aun cuando no tengan ningún interés directo, solo porque ellas no pueden llegar al mismo grado. Todo lo que sobresale en el horizonte las ofusca, y si estuviesen en mayoría en la sociedad, querrían ponerlo todo a su nivel. Esa rabia por la prosperidad ajena son los celos unidos a la medianía.
Aquel que no ve más felicidad que en la satisfacción del orgullo y de los apetitos groseros, es infeliz cuando, por cualquier razón, no puede satisfacerlos; mientras que el otro que nada superfluo desea, es feliz en lo que ven algunos calamidades.
Hablamos del hombre civilizado; porque, teniendo el salvaje necesidades más limitadas, no tiene los mismos objetos de codicia y angustia; su modo de ver las cosas es diferente. En estado de civilización, el hombre razona su infelicidad y la analiza; y por esto le afecta más, pero puede también razonar y analizar los medios de consuelo. Este consuelo lo encuentra en el sentimiento cristiano que le da esperanza de un porvenir mejor, y en el Espiritismo que le da certeza de ese porvenir.