CARACTERES DE LA LEY NATURAL
─ ¿Qué debe entenderse por ley natural?
La ley natural es la ley de Dios y la única verdadera para
la dicha del hombre. Le indica lo que debe hacer o dejar de hacer; y es o será
infeliz quien de ella se separa.
─ ¿Es eterna la ley de Dios?
Es eterna e inmutable como el mismo Dios.
─ ¿Ha podido Dios prescribir en una época a los hombres lo
que les hubiese prohibido en otra?
Dios no puede engañarse, y únicamente los hombres se ven
obligados a cambiar sus leyes, porque son imperfectas; pero las de Dios son
perfectas. La armonía que arregla el universo material y al moral está fundada
en las leyes que Dios ha establecido para siempre.
─ ¿Qué objetos abrazan las leyes divinas? ¿Conciernen a algo
más que a la conducta moral?
Todas las leyes de La Naturaleza son divinas, puesto que
Dios es autor de todas las cosas. El sabio estudia las leyes de la materia, el
hombre de bien las del alma, y las practica.
─ ¿Es dado al hombre profundizar las unas y las otras?
Sí, pero, para esto, no le basta con una sola existencia.
¿Qué son, en efecto, algunos años para adquirir todo lo que constituye el ser perfecto? Aún, si solo se considerara la distancia que separa al salvaje del hombre civilizado. La más larga existencia posible es insuficiente y, con mayor razón, aun cuando es abreviada, como sucede en un gran número de casos.
Entre las leyes divinas, las unas reglamentan el movimiento y las relaciones de la materia bruta, tales como son las leyes físicas, cuyo estudio es del dominio de la ciencia.
Las otras conciernen especialmente al hombre en sí mismo y en sus relaciones con Dios y sus semejantes, y comprenden así las reglas de la vida del cuerpo, como la del alma. Tales son las leyes morales.
─ ¿Las leyes divinas son unas mismas para todos los mundos?
La razón dice que deben ser apropiadas a la naturaleza de
cada mundo, y proporcionadas al grado de adelanto de los seres que los habitan.
CONOCIMIENTO DE LA LEY NATURAL
─ ¿Dios ha dado a todos los hombres, medios de conocer su
ley?
Todos pueden conocerla; pero no todos la comprenden. Los que
mejor la comprenden son los hombres de bien y los que quieren buscarla. Todos,
no obstante, la conocerán un día, porque es preciso que se realice el progreso.
La justicia de las diversas encarnaciones del hombre es consecuencia de este principio; porque a cada nueva existencia su inteligencia está más desarrollada, y comprende mejor lo bueno y lo malo. Si todo para él debiese efectuarse en una sola existencia ¿cuál sería la suerte de tantos miles de seres que mueren cada día en el embrutecimiento del estado salvaje, o en las tinieblas de la ignorancia, no habiendo dependido de ellos el ilustrarse?
─ Antes de su misión con el cuerpo, ¿comprende el alma mejor
la ley de Dios que después de su encarnación?
La comprende con arreglo al grado de perfección a que ha
llegado y conserva el recuerdo intuitivo después de su unión con el cuerpo;
pero los malos instintos del hombre se la hacen olvidar con frecuencia.
─ ¿Dónde está escrita la ley de Dios?
En la conciencia.
─ Puesto que el hombre lleva en la conciencia la ley de
Dios, ¿qué necesidad tenía de revelársela?
La había olvidado y desconocido, y Dios quiso que le fuese
recordada.
─ ¿Dios ha dado a ciertos hombres la misión de revelar su
ley?
Ciertamente que sí, y en todos tiempos ha habido encargos de
esa misión. Son espíritus superiores encarnados con el propósito de hacer
progresar a la humanidad.
─ Los que han pretendido instruir a los hombres en la ley de
Dios, ¿no se han engañado a veces, y no los han extraviado frecuentemente con
principios falsos?
Los que no están inspirados por Dios y que por ambición se
han atribuido una misión que no tenían, pudieron ciertamente extraviarlos. No
obstante, como eran en definitiva hombres de genio, en medio de los mismos
errores que han enseñado, se encuentran con frecuencia grandes verdades.
─ ¿Cuál es el carácter del verdadero profeta?
El verdadero profeta es un hombre de bien, inspirado por
Dios. Puede conocérsele por sus palabras y por sus actos. Dios no puede
servirse de los labios del mentiroso para enseñar la verdad.
─ ¿Cuál es el tipo más perfecto que Dios ha ofrecido al
hombre, para que le sirviese de guía y modelo?
Contemplad a Jesús.
Jesús es para el hombre el tipo de la perfección moral a que puede aspirar la humanidad en La Tierra. Dios nos lo ofrece como el modelo más perfecto, y la doctrina que enseñó es la más pura expresión de su ley; porque estaba animado del espíritu divino y es el ser más puro que ha venido a La Tierra.
Si algunos de los que han pretendido instruir al hombre en la ley de Dios lo han extraviado a veces con principios falsos, es porque ellos mismos se han dejado dominar por sentimientos demasiado terrestres, y por haber confundido las leyes que rigen las condiciones de la vida del alma con las que rigen la vida del cuerpo. Muchos han dado como leyes divinas las que sólo eran leyes humanas, creadas para favorecer las pasiones y dominar a los hombres.
─ ¿Las leyes divinas y naturales sólo han sido reveladas a
los hombres por Jesús, y antes de él no las conocieron más que por intuición?
¿No hemos dicho que están escritas en todas partes? Los
hombres que han meditado sobre la sabiduría han podido comprenderla y
enseñarla desde los más remotos siglos y, con su enseñanza, aunque incompleta,
han preparado el terreno para recibir la semilla. Estando escritas las leyes
divinas en el libro de La Naturaleza, el hombre ha podido conocerlas, cuando ha
querido buscarlas, y por esto los preceptos que ellas consagran han sido
proclamados en todas las épocas por los hombres de bien, y por esto también se
encuentran sus elementos en la doctrina moral de todos los pueblos que han
salido de la barbarie, aunque incompletos o alterados por la ignorancia y la
superstición.
─ Puesto que Jesús enseñó las verdaderas leyes de Dios, ¿cuál es la
utilidad de la enseñanza dada por los espíritus? ¿Tienen algo nuevo qué
enseñarnos?
La palabra de Jesús era a veces alegórica y en forma de parábola; porque hablaba con arreglo a los tiempos y lugares. Hoy es preciso que la verdad sea entendible para todos. Es necesario explicar y desarrollar esas leyes, puesto que hay pocas personas que las comprenden y menos aún que las practican. Nuestra misión es la de impresionar los ojos y los oídos para confundir a los orgullosos y desenmascarar a los hipócritas, a los que practican las exterioridades de la virtud y de la religión para encubrir sus vicios. La enseñanza de los espíritus debe ser clara e inequívoca, a fin de que nadie puede alegar o pretextar ignorancia, y de que sea posible a cada uno juzgarla y apreciarla con su propia razón. Estamos encargados de preparar el reino del bien anunciado por Jesús, y por esto no ha de ser lícito que pueda cada cual interpretar la ley de Dios a su gusto y acomodo de sus pasiones, ni falsear el sentido de una ley que es toda amor y caridad.
─ ¿Por qué la verdad no a ha sido puesta siempre al alcance de todo el
mundo?
Es preciso que todo llegue a su tiempo. La verdad es como la luz, a la
cual es necesario acostumbrarse poco a poco, pues de otra manera deslumbra y
encandila.
Nunca ha sucedido que Dios haya permitido al hombre recibir
comunicaciones tan completas e instructivas como las que hoy recibe. Como
sabéis, había en los antiguos tiempos algunos individuos que poseían lo que
consideraban como una ciencia sagrada, y de la cual hacían un misterio para los
que reputaban profanos. Por lo que conocéis de las leyes que rigen estos
fenómenos, debéis comprender que no recibían más que algunas verdades
diseminadas en medio de un conjunto equívoco y emblemático, la mayor parte de
las veces. Sin embargo, para el hombre estudioso no hay ningún sistema
filosófico antiguo, ninguna tradición, ni ninguna religión que deba
despreciarse; porque todo contiene gérmenes de grandes verdades que, aunque
parezcan contradictorias entre sí, aunque esparcidas en medio de infundados
accesorios, son fáciles de coordinar, gracias a que el Espiritismo os da la
clave de una multitud de cosas que, hasta ahora, pudieron parecer irracionales,
y cuya realidad os es demostrada actualmente de un modo irrecusable. No dejéis,
pues, de tomar en esos materiales asuntos de estudio, puesto que son muy
abundantes y pueden contribuir notablemente a vuestra instrucción.
EL BIEN Y EL MAL
─ ¿Qué definición puede darse de la moral?
La moral es la regla para portarse bien; es decir, la distinción entre
el bien y el mal. Está fundada en la observación de la ley de Dios. El hombre
se porta bien cuando todo lo hace con la mira y para bien de todos; porque
entonces observa la ley de Dios.
─ ¿Cómo puede distinguirse el bien del mal?
El bien es todo lo que está conforme con la ley de Dios, y el mal todo
lo que de ella se separa. Así, pues, hacer el bien es conformarse con la ley de
Dios; hacer el mal, es infringirla.
─ ¿El hombre tiene por sí mismo medios de distinguir lo que es el bien
de lo que es el mal?
Sí, cuando cree en Dios y quiere saberlo. Dios le ha dado la
inteligencia para discernir lo uno de lo otro.
─ El hombre sujeto al error, tal y como está, ¿no puede equivocarse en
la apreciación del bien y del mal, y creer que obra bien cuando en realidad
obra mal?
Jesús os dijo: mirad lo que quisierais que se os hiciese o no se os
hiciese; todo se reduce a esto. No os engañareis nunca.
─ La regla del bien y del mal que podría llamarse de reciprocidad o de
solidaridad, no puede aplicarse a la conducta del hombre para consigo mismo.
¿Le sirve la ley natural de regla para esa conducta y de guía seguro?
Cuando coméis mucho os indigestáis. Pues bien, Dios es quien os dá la
medida de lo que os es necesario, y cuando la traspasáis, sois castigados. En
todo sucede lo mismo. La ley natural traza al hombre el límite de sus necesidades
y, cuando lo salta, es castigado con el sufrimiento. Si el hombre escuchase en
todo, esa voz que le dice basta, se evitaría la mayor parte de los males que le
achacan.
─ ¿Por qué está el mal en la naturaleza de las cosas? Hablo en el
sentido moral. ¿No podría Dios haber creado a la humanidad en mejores
condiciones?
Ya lo hemos dicho: los espíritus fueron creados sencillos e
ignorantes. Dios deja al hombre la elección del camino, y tanto peor para él,
si toma el malo, pues será más larga su peregrinación. Si no existiesen montes,
el hombre no podría comprender que se puede subir y bajar, y si no existiesen
rocas, no comprendería que hay cuerpos duros. Es preciso que el espíritu
adquiera experiencia y, para ello, ha de conocer el bien y el mal. De aquí que
haya unión entre el espíritu y el cuerpo.
─ Las diferentes posiciones sociales crean nuevas necesidades que no
son las mismas para todos los hombres. ¿Parece, pues, que la ley natural no es
una regla uniforme?
Las diferentes posiciones son naturales y están conforme con la ley
del progreso, lo que no quebranta la unidad de la ley natural que se aplica a
todo.
Las condiciones de la existencia del hombre cambian, según los tiempos y los lugares, y resultan de ello necesidades diferentes y posiciones sociales apropiadas a estas necesidades. Puesto que semejante diversidad está en el orden de las cosas, es conforme a la ley de Dios que no deja de ser una en su principio. A la razón toca distinguir las necesidades reales de las ficticias o de convención.
─ ¿El bien y el mal son absolutos para todos los hombre?
La ley de Dios es la misma para todos; pero el mal depende
especialmente de la voluntad de hacerlo. El bien siempre es bien y el mal es
siempre mal, cualquiera que sea la posición del hombre. La diferencia está en
el grado de responsabilidad.
─ ¿El salvaje que, cediendo a su instinto, se alimenta de carne
humana, es culpable?
He dicho que el mal depende de la voluntad. Pues bien, el hombre es
más culpable, cuanto mejor sabe lo que hace.
Las circunstancias dan al bien y al mal una gravedad relativa. El hombre comete a veces faltas que, por ser consecuencia de la posición en que le ha colocado la sociedad, no son menos reprensibles; pero la responsabilidad está en proporción de los medios que tiene de comprender el bien y el mal. Así es que el hombre ilustrado que comete una simple injusticia es más culpable ante Dios que el salvaje ignorante que se entrega a sus instintos.
─ El mal parece a veces ser una consecuencia de la fuerza de las
cosas, y tal sucede, por ejemplo, en ciertos casos, cuando es necesaria la
destrucción hasta de nuestro prójimo. ¿Puede decirse entonces que hay
infracción de la ley de Dios?
Aunque necesario, no deja de ser un mal; pero semejante necesidad
desaparece a medida que el alma se purifica pasando de una existencia a otra,
entonces el hombre es más culpable cuando falta, porque comprende mejor.
─ El mal que hacemos, ¿no es a menudo resultado de la posición que nos
han creado los otros hombres, y quienes son en este caso los más culpables?
El mal recae en quien lo causa. Así el hombre que es llevado al mal
por la posición que le han creado sus semejantes, es menos culpable que los que
lo han causado; porque cada uno sufrirá la pena no solo del mal que haya hecho,
sino de aquel que haya provocado indirectamente.
─ El que no hace el mal, pero que se aprovecha del que otro ha hecho,
¿es culpable en el mismo grado?
Es como si lo cometiera, porque el que se aprovecha participa de él.
Quizá hubiese retrocedido ante la ejecución; pero, si encontrándola realizada,
la aprovecha, es porque la aprueba y porque hubiese hecho otro tanto si hubiese
podido, o si se hubiese atrevido.
─ ¿El deseo del mal es tan reprensible como el mal mismo?
Conforme; hay virtud en resistir voluntariamente al mal cuyo deseo se
siente, sobre todo cuando se tiene posibilidad de realizarlo. Pero si sólo se
deja de hacer por falta de ocasión, se es culpable.
─ ¿Basta no hacer mal para ser grato a Dios y asegurar su posición
futura?
No; es preciso hacer bien en el límite de las fuerzas; porque cada uno
responderá de todo el mal que haya sido hecho a consecuencia del bien dejado de
hacer.
─ ¿Hay personas que por su posición o circunstancia particular no
tengan posibilidad de hacer el bien?
No hay nadie que no pueda hacer el bien, solo el egoísta carece
siempre de ocasión. Basta estar en relación con otros hombres para tener
ocasión de hacer el bien, y cada día de la vida ofrece la posibilidad a todo el
que no esté cegado por el egoísmo; porque hacer el bien no consiste únicamente
en ser caritativo, sino en ser útil con arreglo a la posibilidad, siempre que
vuestro socorro pueda ser necesario.
─ El centro en que se encuentran ciertos hombres, ¿no es para ellos el
primitivo origen de muchos vicios y crímenes?
Sí; pero también ésta es una prueba escogida por el espíritu en estado
de libertad, quien ha querido exponerse a la tentación para adquirir mérito
resistiéndole.
─ Cuando el hombre está en cierto modo sumergido en la atmósfera del vicio,
¿no viene a ser el mal, para él, una atracción casi irresistible?
Atracción, sí; irresistible, no. Porque en medio de esa atmósfera de
vicio encuentras a veces grandes virtudes. Estos son espíritus que han tenido
fuerzas para resistir y que, al mismo tiempo, han tenido la misión de ejercer
una buena influencia en sus semejantes.
─ El mérito del bien que se hace, ¿está subordinado a ciertas
condiciones o, de otro modo, hay diferentes grados en el mérito del bien?
El mérito del bien está en la dificultad para hacerlo. No hay mayor
mérito si no cuesta nada y no requiere trabajo alguno. Dios atiende más al
pobre que comparte su único pedazo de pan, que no al rico que solo da lo
superfluo. Jesús lo dijo con motivo del donativo de la viuda.
DIVISIÓN DE LA LEY NATURAL
─ ¿Toda la ley de Dios está contenida en la máxima del amor al prójimo
enseñada por Jesús?
Ciertamente que ésta máxima contiene todos deberes de los hombres
entre sí; pero es preciso enseñarles la aplicación, pues de otro modo la
descuidarían como hoy lo hacen. Además, la ley natural comprende todas las
circunstancias de la vida, y esta máxima no es más que una parte. Son
necesarias al hombre reglas precisas, pues los preceptos generales y muy vagos
dejan demasiadas puertas abiertas en la interpretación.
─ ¿Qué pensáis de la división de la ley natural en diez partes,
comprendiendo las leyes sobre la adoración, el trabajo, la reproducción, la
conservación, la destrucción, la sociedad, el progreso, la igualdad, la
libertad y, en fin, las leyes de justicia, amor y caridad?
Esta
división de la ley de Dios en diez partes es la de Moisés, y puede abarcar
todas las circunstancias de la vida, lo cual es esencial. Puedes, pues,
adoptarla, sin que por ello tenga nada de absoluto lo mismo que todos los otros
sistemas de clasificación, que dependen del aspecto bajo el cual se considera
una cosa. La última ley es la más importante, y por su medio es como más puede
adelantar el hombre en la vida espiritual, porque las resume todas.