─ El miedo a la muerte es para muchas personas causa
de preocupación, ¿de dónde procede ese miedo, puesto que, ante sí, tienen el
porvenir?
Es un miedo sin razón. Pero qué más se puede esperar o
¿qué quieres? si, desde la juventud, se trata de persuadir a los hombres de que
hay un infierno y un paraíso; pero que lo más seguro es que irán a ir a parar
al infierno; porque se les dice que aquello que está en la Naturaleza es un
pecado mortal para el alma. Cuando llegan a grandes, si tienen algún
raciocinio, no pueden admitir eso, y como no tienen más información sobre el
tema, muchos terminan haciéndose ateos o materialistas puros; y a estos se les
induce a creer que, fuera de la vida presente, nada existe. En cuanto a los que
han persistido en sus creencias de la infancia, no dejan de temer ese fuego eterno
que, perpetuamente, habrá de quemarlos sin destruirlos.
La muerte no debe inspirar ─al justo─ miedo alguno;
porque con la fe tiene la certeza del provenir; la esperanza le hace esperar
una mejor vida, y la caridad, cuya ley ha practicado, le da seguridad de que en
el mundo en que va a entrar no encontrará ningún ser cuya presencia haya de
temer.
El hombre carnal, más apegado a la vida corporal que a la espiritual, tiene en La Tierra penas y goces materiales; su dicha consiste en la satisfacción fugaz de todos sus deseos. Su alma, constantemente preocupada y afectada por las vicisitudes de la vida, está en una ansiedad y tormento permanentes. La muerte le horroriza, porque duda de su porvenir y porque deja en La Tierra todos sus afectos y esperanzas.
El hombre moral, que se ha sobrepuesto a las necesidades ficticias creadas por las pasiones, tiene, desde La Tierra, goces desconocidos para el hombre material. La moderación de sus deseos da a su espíritu calma y serenidad. Dichoso por el bien que hace, no existen desengaños para él, y las contrariedades pasan por su alma sin dejar en ella huella dolorosa.
─ ¿No encontrarán ciertas personas, algo banales estos
consejos para ser felices en La Tierra; no verán en ellos lo que se llaman
lugares comunes, verdades redichas, y no dirán que, en definitiva, el secreto
para ser feliz es el de saber soportar su infelicidad?
Los hay que dirán eso, y aún más; pero sucede con
estos lo que con ciertos enfermos a quien los médicos señalan la dieta, la cual
desobedecen y luego quieren curarse sin dieta y sin remedios.