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4.5.13

PENAS Y GOCES FUTUROS ─ La nada (vida futura) ─ Intuición de las penas y goces futuros ─ Intervención de Dios en las penas y recompensas ─ Naturaleza de las penas y goces futuros ─ Penas temporales ─ Expiación (purga) y arrepentimiento ─ Duración de las penas futuras

LA NADA. VIDA FUTURA

─ ¿Por qué el hombre tiene instintivamente horror a la nada?

Porque la nada no existe.

─ ¿De dónde viene al hombre el sentimiento instintivo de la vida futura?

Ya lo hemos dicho: antes de su encarnación, el espíritu conocía todas esas cosas, y el alma conserva un recuerdo vago de lo que sabe y ha visto en su estado de espíritu.
En todas las épocas el hombre se ha ocupado de su porvenir de ultratumba, y esto es muy natural. Cualquiera que sea la importancia que dé a la vida presente, no puede menos de considerar lo corta que es y frágil sobre todo, puesto que puede ser interrumpida en cualquier instante y nunca hay certeza del día de mañana. ¿Qué se hace del hombre después del instante fatal? La cuestión es grave, pues no se trata de algunos años, sino de la eternidad. El que sabe que deberá pasar largos años en un país extraño se preocupa de las circunstancias que en él le rodearán y de la posición que allá tendrá; ¿cómo no nos hemos de ocupar de lo que ocurrirá con nosotros al dejar este mundo, puesto que se ha pensado que es para siempre?
La idea de la nada tiene algo que repugna a la razón. El hombre más despreocupado durante su vida, al llegar al momento supremo, se pregunta lo que va a ser de él, e involuntariamente espera.
Creer en Dios sin admitir la vida futura sería un contrasentido. El sentimiento de una existencia mejor se encuentra en el foro interior de todos los hombres, y Dios no lo puede haber puesto allí en vano.
La vida futura implica la conservación de nuestra individualidad después de la muerte; ¿qué nos importaría, en efecto, sobrevivir a nuestro cuerpo, si nuestra esencia moral debiera perderse en el océano de lo infinito? Para nosotros, serían las mismas consecuencias que la de la nada.
INTUICIÓN DE LAS PENAS Y GOCES FUTUROS

─ ¿De dónde procede la creencia que en todos los pueblos se encuentra, acerca de los castigos y de las recompensas futuras?

Siempre es lo mismo: Presentimiento de la realidad, dado al hombre por el espíritu encarnado en él; porque, sabedlo, no en vano os habla una voz interior. Vuestro error es la de no escucharla siempre. Si pensáis en ella bien a menudo, seriáis mejores.

─ ¿Cuál es el sentimiento que en el momento de la muerte predomina en el mayor número de hombres; la duda, el temor o la esperanza?

La duda en los escépticos endurecidos, el temor en los culpables y la esperanza en los hombres de bien.

─ ¿Por qué hay escépticos, siendo que el alma da al hombre el sentimiento de las cosas espirituales?

Son pocos, menos de los que se creen: de ellos, muchos se hacen los despreocupados por orgullo y suficiencia durante la vida, pero en el acto de morir no son tan fanfarrones.
La consecuencia de la vida futura es la responsabilidad de nuestros actos. La razón y la justicia nos dicen que, en el reparto de la dicha a que aspira todo hombre, no pueden ser confundidos los buenos y los malvados. Dios no puede querer que los unos, sin esfuerzo alguno, gocen de los bienes a que solo con esfuerzo y perseverancia llegan los otros.
La idea que Dios nos da de su justicia y de su bondad por la sabiduría de sus leyes, no nos permite creer que el justo y el malvado sean para él iguales, ni dudar de que reciban un día, aquél la recompensa y, éste, el castigo, según el bien o el mal que hayan hecho. Y, por esto, el sentimiento innato que tenemos de la justicia, nos da la ilusión de las penas y de las recompensas futuras.
INTERVENCIÓN DE DIOS EN LAS PENAS Y RECOMPENSAS

─ ¿Dios se ocupa personalmente de cada hombre? ¿No es él demasiado grande, y nosotros demasiado pequeños, para que cada individuo en particular tenga importancia a sus ojos?

Dios se ocupa de todos los seres que ha creado, por pequeños que sean; nada es demasiado pequeño para su bondad.

─ ¿Necesita Dios ocuparse de cada uno de nuestros actos para recompensarnos o castigarnos, y no son insignificantes para él la mayor parte de esos actos?

Dios tiene sus leyes que arreglan todas vuestras acciones; si las violáis, culpa vuestra es. Es indudable que, cuando el hombre comete un exceso, Dios no pronuncia un fallo contra él para decirle, por ejemplo: "Has sido un glotón, voy a castigarle"; pero ha trazado un límite. Las enfermedades y con frecuencia la muerte son consecuencia de los excesos; estas son el castigo que resulta de las infracciones de la ley. En todo sucede lo mismo.
Todas nuestras acciones están sometidas a las leyes de Dios; no hay ninguna acción, por insignificante que nos parezca, que no pudiera ─según el caso─ ser violación de semejantes leyes. Si sufrimos las consecuencias de esa violación, no debemos quejarnos más que de nosotros mismos, que nos constituimos en artífices de nuestra dicha o desdicha futura.
Esta verdad se hace sensible por medio del siguiente apólogo:
Un padre da a su hijo educación e instrucción; es decir, los medios de saber conducirse. Cédele un campo para que lo cultive, y le dice: "Esta marcha has de adoptar y, además, aquí tienes todos los aperos necesarios para que, haciendo fértil este campo, asegures tu subsistencia. Te he dado instrucción para que comprendas semejantes reglas; si las sigues, tu campo te producirá mucho y te asegurará el descanso en la ancianidad; si no, nada te producirá y morirás de hambre". Dicho esto, le deja obrar a su gusto.
¿No es cierto que el campo producirá en proporción a los cuidados que se empleen en el cultivo, y que toda negligencia redundará en perjuicio de la cosecha? El hijo será, pues, en su ancianidad feliz o infeliz según que haya seguido o descuidado la regla que su padre le ha trazado. Dios es más previsor aún, porque nos advierte a cada instante si hacemos mal o bien, nos manda espíritus para que nos inspiren, pero nosotros no los escuchamos. Hay también esta diferencia: Dios da siempre al hombre recursos en sus nuevas existencias para reparar sus pasados errores, mientras que el hijo de que hablamos, carece de ellos, si ha empleado mal su tiempo.
NATURALEZA DE LAS PENAS Y GOCES FUTUROS

─ Las penas y goces del alma después de la muerte, ¿tienen algo de material?

No pueden ser materiales, puesto que el alma no es material; el sentido común lo dice. Esas penas y goces nada tienen de carnal y, sin embargo, son mil veces más agudas de las que experimentáis en La Tierra, porque el espíritu, una vez desprendido, es más impresionable. La materia no embota ya sus sensaciones.

─ ¿Por qué se forma a menudo el hombre una idea tan grosera y tan absurda de las penas y goces de la vida futura?

Inteligencia no bastante desarrollada aún. ¿Comprende el niño igual que el adulto? Por otra parte, depende también de lo que se le ha enseñado. En esto es donde se hace necesaria la reforma.

Vuestro lenguaje es muy incompleto para expresar lo que está fuera de vosotros; han sido necesarias comparaciones, y vosotros habéis tomado por realidades esas imágenes y figuras. Pero a medida que el hombre se ilustra, su pensamiento comprende las cosas que no puede expresar su lenguaje.

─ ¿En qué consiste la felicidad de los espíritus buenos?

En conocer todas las cosas; en no tener ni odio, ni rabia por el progreso ajeno, ni envidia, ni ambición, ni ninguna de las pasiones que hacen desgraciados a los hombres. El amor que los une es para ellos origen de suprema felicidad. No experimentan ni las necesidades, ni los sufrimientos, ni las angustias de la vida material; son felices por el bien que hacen. Por lo demás, la felicidad de los espíritus es siempre proporcional a su elevación. Solo los espíritus puros gozan de la felicidad suprema, es cierto; pero todos los otros NO son infelices. Entre los malos y los perfectos hay una infinidad de grados en que los goces son relativos al estado moral. Los que están bastante adelantados comprenden la felicidad de los que han llegado antes que ellos; aspiran a ella, siendo esa aspiración un objetivo de estímulo, no de envidia. Saben que de ellos depende lograrla y con este fin trabajan, pero con la tranquilidad de la buena conciencia, y son felices por no tener que sufrir lo que sufren los malos.

─ Colocáis la carencia de necesidades materiales en el paquete de las condiciones de felicidad de los espíritus; pero la satisfacción de semejantes necesidades, ¿no es para el hombre origen de goces?

Sí, los goces del bruto. Y el no poder satisfacerlos, es para ti un tormento.

─ ¿Que debe entenderse cuando se dice que los espíritus puros están reunidos en el seno de Dios, y ocupados en cantar sus alabanzas?

Esa es una alegoría o metáfora que pinta la inteligencia que tienen de las perfecciones de Dios, porque lo ven y lo comprenden; pero que no debe tomarse literalmente como tampoco muchas otras. En la Naturaleza, desde el grano de arena, todo canta; es decir, proclama el poder, la sabiduría y la bondad de Dios. Pero no creas que los espíritus bienaventurados estén en eterna contemplación. Esto sería una dicha estúpida y monótona y, además, la del egoísta, puesto que su existencia sería una inutilidad sin término. Están libres ya de las tribulaciones de las existencias corporales, lo cual es un goce y, además, según tenemos dicho, conocen y saben todas las cosas, y aprovechan la inteligencia que han adquirido para favorecer el progreso de los otros espíritus. Esta es su ocupación y al mismo tiempo un goce.

─ ¿En qué consisten los sufrimientos de los espíritus inferiores?

Son tan variados como las causas que los han producido, y proporcionados al grado de inferioridad como los goces lo son al de superioridad. Pueden resumirse así: Envidiar todo lo que les falta para ser felices sin poder obtenerlo; ver la dicha sin poder alcanzarla, sentir pesar, rabia por los más adelantados, y desesperación; todo esto, producido por lo que les priva para ser felices. Sienten remordimientos y ansiedad moral indefinibles. Desean todos los goces sin poder satisfacerlos, lo cual los atormenta.

─ ¿Es siempre buena la influencia que ejercen unos espíritus en otros?

Buena siempre de parte de los espíritus buenos. No hay que decirlo; pero los espíritus perversos procuran alejar del camino del bien y del arrepentimiento a los que creen susceptibles de dejarse conducir, y a quienes durante la vida han arrastrado al mal con frecuencia.

─ ¿De modo que la muerte no nos libra de la tentación?

No; pero la acción de los espíritus malos es mucho menor en los otros espíritus que en los hombres, porque no tienen como asidero a las pasiones materiales.

─ ¿De qué medio se valen los espíritus malos para tentar a los otros sin tener, ahora, el auxilio de las pasiones materiales?

Si éstas no existen materialmente, existen aún en el pensamiento de los espíritus atrasados. Los malos fomentan esos pensamientos, arrastrando a sus víctimas a los lugares donde se les presenta el espectáculo de esas pasiones y de todo lo que puede excitarlas.

─ Pero ¿de qué sirven semejantes pasiones, pues que no tienen objeto real?

Este es cabalmente su suplicio; el avaro ve oro que no puede poseer; el licencioso, llamativas orgías en las que no puede tomar parte; y el orgulloso, honores y admiraciones que codicia y no puede disfrutar.

─ ¿Cuáles son los mayores sufrimientos que pueden experimentar los malos espíritus?

No hay descripción posible de los tormentos morales con que son castigados ciertos crímenes. El mismo que los experimenta tendría trabajo en daros una idea de ellos; pero el más horrible, indudablemente, es tener la creencia de estar eternamente condenado.
El hombre se forma, según el estado de su inteligencia, una idea más o menos elevada de las penas y goces del alma después de la muerte. Mientras más se desarrolla, más se depura y se desmaterializa aquella idea; comprende las cosas desde un punto de vista más racional, y cesa de tomar literalmente las imágenes del lenguaje figurado. La razón más ilustrada, demostrándonos que el alma es un ser del todo espiritual, nos dice, por lo mismo, que no puede ser afectada por las impresiones que solo en la materia obran. Más no se sigue de aquí que esté exenta de sufrimientos, ni que no reciba castigo por sus faltas.
Las comunicaciones espíritas producen el resultado de mostrarnos el estado futuro del alma no como una teoría, sino como una realidad; ponen ante nuestros ojos todas las peripecias de la vida de ultratumba; y nos las ofrecen también como consecuencias perfectamente lógicas de la vida terrestre. Y, aunque desprovistas del aparato fantástico creado por la imaginación de los hombres, no son menos penosas para los que han hecho mal uso de sus facultades. La diversidad de semejantes consecuencias es infinita; pero, en tesis general, puede decirse: cada uno es castigado por donde ha pecado. Así es que unos lo son por la vista incesante del mal que han hecho; otros por los pesares, el temor, la vergüenza, la duda, el aislamiento, las tinieblas, el alejamiento de los seres queridos, etc.
─ ¿De dónde procede la doctrina del fuego eterno?

Imagen, como muchas otras.

─ Pero ese temor no puede producir buen resultado.

Mira si contiene a muchos. Y mira aún entre aquellos que lo predican. Si enseñáis cosas que más tarde la razón rechaza, producís una impresión que no será duradera ni saludable.
El hombre, impotente para dar a comprender con su lenguaje la naturaleza de aquellos sufrimientos, no ha encontrado comparación más enérgica que la del fuego; porque para él el fuego es de los más crueles suplicios y el símbolo de la acción más enérgica. Por esta razón la creencia en el fuego eterno se remonta a la más alta antigüedad, y los pueblos modernos la han heredado de los antiguos; por esta razón también dice en su lenguaje figurado: el fuego de las pasiones, abrasarse de amor, de celos, etc., etc.
─ ¿Los espíritus inferiores comprenden la dicha del justo?

Sí, y esto es lo que origina su suplicio, porque comprenden que están privados de ella por culpa suya. Por esto el espíritu, separado de la materia, aspira a una nueva existencia corporal; porque cada existencia, si la emplea bien, puede abreviar la duración de aquel suplicio. Entonces es cuando elige las pruebas por cuyo medio podrá expiar o pagar sus faltas; porque, sabedlo bien, el espíritu sufre por todo el mal que ha hecho o cuya causa voluntaria ha sido, por todo el bien que hubiera podido hacer y no hizo, y por todo el mal que resulta del bien que no ha hecho.

El espíritu errante no tiene ya velo, está como fuera de la bruma y ve lo que le aleja de la dicha, sufriendo entonces más, porque comprende cuán culpable ha sido. Para él no existe ya ilusión, sino que ve la realidad de las cosas.
El espíritu errante abarca, por una parte, todas las existencias pasadas y, por otras, ve el porvenir prometido y comprende lo que le falta para llegar a él. Tal como un viajero que ha llegado a la cumbre de la montaña, ve el camino recorrido y el que le falta por recorrer para llegar al término.
─ La presencia de los espíritus que sufren, ¿no es para los buenos, causa de aflicción? y, ¿qué viene entonces a ser de esa dicha de los buenos si va a estar perturbada?

No es aflicción, puesto que saben que el mal concluirá; ayudan a los otros a mejorarse y les tienden la mano. Esta es su ocupación y un goce cuando obtienen buen resultado.

─ Concíbese esto en los espíritus extraños e indiferentes; pero el espectáculo de los pesares y sufrimientos de aquellos a quienes han amado en La Tierra, ¿no perturba su dicha?

Si no presencian esos sufrimientos, sería porque os fueron extraños después de la muerte. La religión os dice que las almas os ven, pero consideran vuestras aflicciones desde otro punto de vista, pues saben que esos sufrimientos son útiles a vuestro progreso si los soportáis con resignación. Aflígense, pues, más de la falta de valor que os detiene, que de los sufrimientos en sí mismos que solo son pasajeros.

─ No pudiendo los espíritus ocultarse recíprocamente sus pensamientos, y siéndoles conocidos los actos de la vida, ¿parece que el culpable está permanentemente ante su víctima?

No puede ser de otro modo, el sentido común lo dice.

─ La divulgación de todos nuestros actos reprensibles, y la permanente y cuasi perpetua presencia de los que de ellos han sido víctimas, ¿son un castigo para el culpable?

Más grande de lo que se cree, pero hasta que haya expiado o purgado sus faltas, ya como espíritu, ya como hombre en nuevas existencias corporales.
Mostrándose a descubierto todo nuestro pasado, cuando estamos en el mundo de los espíritus, el bien y el mal que hayamos hecho serán igualmente conocidos. En vano querrá el que ha hecho mal sustraerse a la mirada de sus víctimas; la inevitable presencia de estas será para él un castigo y un remordimiento incesante hasta que haya expiado (purgado) sus culpas; mientras que el hombre de bien, por el contrario, no encontrará por doquiera más que miradas amigas y benévolas.
En La Tierra, no hay mayor tormento para el malvado que la presencia de sus víctimas, y por eso las evita sin cesar. ¿Qué no ha de ser, pues, cuando disipada la ilusión de las pasiones, comprenda el mal que ha hecho, vea descubiertos sus más secretos actos, desenmascarada su hipocresía y no pueda evitar ese espectáculo? Al paso que el alma del hombre perverso es presa de la vergüenza, del pesar y del remordimiento, la del justo goza de perfecta serenidad.
─ El recuerdo de las faltas que el alma haya podido cometer, cuando era imperfecta, ¿no perturba su dicha aún después que se ha purificado?

No, porque ha redimido sus faltas y salido victoriosa de las pruebas a que, con este fin, hubo de someterse.

─ Las pruebas que aún se han de sufrir para terminar la purificación, ¿no son para el alma una amenaza terrible que perturba su dicha?

Para el alma impura aún, sí; y por esto no puede disfrutar de una dicha completa, sino cuando está purificada. Pero para la que está ya elevada, la idea de las pruebas que le restan por sufrir nada tiene de penoso.
El alma que ha llegado ya a cierto grado de pureza, participa ya de la dicha; penétrala un sentimiento de dulce satisfacción; es feliz por todo lo que ve y la rodea; descórrese para ella el velo de los misterios y de las maravillas de la creación, y las perfecciones divinas se le presentan en todo su esplendor.
─ El lazo simpático o de empatía mutua que une a los espíritus de un mismo orden, ¿es para ellos origen o motivo de felicidad?

La unión de los espíritus que simpatizan para el bien es para ellos uno de los mayores goces; porque no temen ver perturbada esa unión por el egoísmo. Forman, en el mundo completamente espiritual, familias de un mismo sentimiento, y en esto es lo que consiste la dicha espiritual, como en vuestro mundo os agrupáis por categorías, o por inclinaciones o por familias, y disfrutáis de cierto placer cuando os veis reunidos. El afecto puro y sincero que experimentan y del que son objeto, es causa de felicidad, porque no hay en ella amigos falsos e hipócritas.
El hombre disfruta de las primicias de esa dicha en La Tierra cuando encuentra almas con las cuales puede confundirse en pura y transparente unión. En una vida más purificada semejante dicha será inefable e ilimitada, porque no encontrará más que almas simpáticas, a quienes no enfriará el egoísmo: porque todo es amor en la Naturaleza, y quien lo mata es el egoísmo.
─ ¿Hay, en el estado futuro del espíritu, alguna diferencia entre el que, durante la vida, temía la muerte, y el que la veía con indiferencia, y hasta con alegría?

La diferencia puede ser muy grande; pero desaparece, no obstante, ante las causas que engendran ese temor o ese deseo. Ya se la tema, ya se la desee, puede uno ser motivo a ella por muy diversos sentimientos, y éstos son los que influyen en el estado del espíritu. Es evidente, por ejemplo, que en el que desea la muerte solo porque en ella ve el término de sus tribulaciones, es ese deseo una especie de murmuración o maledicencia contra la Providencia y contra las pruebas que ha de sufrir.

─ ¿Es preciso hacer profesión de Espiritismo y de creer en las manifestaciones de los espíritus, para asegurar nuestra suerte en la vida futura?

Si así fuese, seguiríase que todos los que en él no creen, o que no han estado en disposición de ilustrarse sobre el particular, estarían desheredados, lo que es absurdo. El bien es lo que asegura la suerte venidera, y el bien es siempre bien, cualquiera que sea el camino que a él conduzca.
La creencia en el Espiritismo ayuda a mejorarnos fijando las ideas sobre ciertos puntos del porvenir; apresura el progreso de los individuos y de las masas, porque nos permite hacernos cargo de lo que algún día seremos; es un punto de apoyo, una luz que nos guía. El Espiritismo enseña a soportar las pruebas con paciencia y resignación, enseña el apartarse de los hechos que pueden retardar la dicha futura, y así es como a ésta contribuye. Pero no hay que decir que sin las enseñanzas del Espiritismo serio, no se puede conseguir la dicha futura.
PENAS TEMPORALES

─ El espíritu que expía o purga sus faltas en una nueva existencia, ¿no experimenta sufrimientos materiales, y si esto es así es correcto afirmar que después de la muerte, solo sufrimientos morales experimenta el alma?

Es cierto que, cuando el alma está reencarnada, son un sufrimiento para ella las tribulaciones de la vida; pero, materialmente, solo el cuerpo sufre.

Con frecuencia decís del que ha muerto que ya no sufre, y esto no siempre es cierto. Como espíritu, no experimenta dolores físicos; pero, según las faltas que haya cometido, puede sentir dolores morales más agudos, y en una nueva existencia puede ser más infeliz aún. El hombre rico y malo, pedirá limosna, siendo presa de todas las privaciones de la miseria; el orgulloso, de todas las humillaciones; y el que abusa de su autoridad y trata a sus subordinados con desprecio y dureza, se verá obligado a obedecer a un amo más duro de lo que fue él. Todas las penas y tribulaciones de la vida son expiación o procesos de purga de faltas de otra existencia, cuando no son consecuencia de las de la actual. Cuando dejéis este mundo lo comprenderéis.

El hombre que se cree feliz en La Tierra, porque puede satisfacer sus pasiones, es el que menos esfuerzos hace para mejorarse.

─ Las vicisitudes de la vida, ¿son siempre castigo de faltas de ahora?

No necesariamente; ya hemos dicho que son pruebas impuestas por Dios, o escogidas por vosotros mismos en estado de espíritu y antes de vuestra encarnación, para purgar las faltas cometidas en otra existencia; porque nunca las infracciones a las leyes de Dios, y sobre todo a la ley de justicia, quedan impunes. Si no es en esta vida, necesariamente será en otra y, por esta razón, el que para vosotros padece y es sufrido es a menudo castigado por lo que fue o hizo en el pasado.

─ La reencarnación del alma en un mundo más adelantado o menos agreste, ¿es una recompensa?

Es desenlace de su purificación; porque, a medida que los espíritus se depuran, se reencarnan en mundos más y más perfectos, hasta que se hayan desprendido de toda clase de materia y lavado de todas sus manchas, para pasar a gozar eternamente de la felicidad de los Espíritus Puros, en el seno de Dios.
En los mundos en donde es menos material la existencia, las necesidades son menos grotescas y menos vivos todos los sufrimientos físicos. Los hombres no sienten las malas pasiones que ─en los mundos inferiores─ siembran la enemistad entre ellos. Careciendo de motivos de odios y de rabias por logros ajenos, viviendo pacíficamente porque practican la ley de la justicia, de amor y de caridad; y no sienten los disgustos y cuidados que engendran la envidia, el orgullo y el egoísmo, y que atormentan nuestra existencia terrestre.
─ El espíritu que ha progresado en su existencia terrestre, ¿puede reencarnarse en el mismo mundo?

Sí, si no ha podido cumplir su misión, y él mismo puede pedir terminarla en una nueva existencia; y, entonces, no se tratará de una purga, castigo o expiación.

─ ¿Qué se hace del hombre que, sin hacer mal, no hace empero, nada para sacudir el yugo de la materia?

Puesto que ningún paso da a la perfección, debe empezar una nueva existencia de la clase de la que ha terminado; permanece estacionario, y de aquí que estará prolongando los sufrimientos de su expiación.

─ Hay personas cuya vida corre en completa calma y que, no teniendo que trabajar ni hacer nada por sí mismas están libres de preocupaciones y zozobras. Esa existencia feliz, ¿prueba que nada deben y que nada tienen que purgar de otra existencia anterior?

¿Conoces muchos de esos? Si lo crees, te engañas, pues solo aparente es con frecuencia la calma. Pueden haber escogido semejante existencia; pero cuando la terminan, se aperciben que no les ha servido para progresar y, entonces, como el perezoso, lamentan el tiempo que han malgastado. Sabed que solo por medio del trabajo, puede el espíritu adquirir conocimientos y elevarse; si se duerme en la pereza, no progresa. Aseméjase a aquel que necesita trabajar ─según vuestras costumbres─, y que se pone a pasear o se acuesta con la intención de no hacer nada. Sabed también que cada uno habrá de dar cuenta de la inutilidad voluntaria de su existencia. Esa inutilidad es siempre fatal para la dicha venidera. La suma de ésta, está en proporción de la suma del bien que se ha hecho, y la de la infelicidad está en proporción del mal y de las infelicidades que se han causado.

─ Hay gentes que sin ser directamente malas, hacen infelices a todos los que las rodean por motivo de su carácter; es decir, por ser quisquillosas o hipocondriacas o histéricas o deprimidas o cascarrabias o meticulosas, o monótonas o pesimistas, etcétera. ¿Qué les resultará de ello?

Ciertamente que esas gentes no son buenas porque, en el fondo de su conciencia, son  sabedoras de su manía y nada hacen por superarla, y purgarán con el espectáculo de aquellos a quienes han afligido y han hecho infelices, lo que será para ellas un reproche. En otra existencia, además, sufrirán de la misma manera lo que, por su conducta, han hecho sufrir.

EXPIACIÓN Y ARREPENTIMIENTO

─ ¿Tiene lugar el arrepentimiento en estado corporal o espiritual?

En estado espiritual, pero puede también tener lugar en el corporal cuando comprendáis bien la diferencia entre el bien y el mal.

─ ¿Qué consecuencia produce el arrepentimiento en estado espiritual?

El deseo de una nueva encarnación para purificarse. El espíritu comprende las imperfecciones que le privan de ser feliz, y por esto aspira a una nueva existencia en la que podrá expiar o purgar sus faltas.

─ ¿Qué consecuencia produce el arrepentimiento en estado corporal?

Progresar desde la vida presente, si hay tiempo de reparar las faltas. Cuando la conciencia acusa y señala una imperfección, puede uno mejorarse.

─ ¿Existen hombres que solo tienen el instinto del mal y son inaccesibles al arrepentimiento?

Te he dicho que se ha de progresar incesantemente. El que, en esta vida, solo tiene el instinto del mal, tendrá el del bien en otra o en otras, y por eso renace muchas veces; porque es preciso que todos progresen y alcancen el objetivo; los unos en más tiempo, los otros en menos, según su deseo y esfuerzo. El que solo tiene el instinto del bien, está ya purificado, porque ha podido tener el del mal en una existencia anterior.

─ El hombre perverso que no ha reconocido sus faltas durante la vida, ¿las reconoce siempre después de la muerte?

Sí, las reconoce siempre, y entonces sufre más, pues siente todo el mal que ha hecho o del que ha sido causa voluntaria. El arrepentimiento, sin embargo, no siempre es inmediato, hay espíritus que se obstinan en el mal camino a pesar de sus sufrimientos; pero, tarde o temprano, reconocen el falso camino en el que se han internado, y vendrá el arrepentimiento. Por iluminarlos y hacerlos caer en la cuenta trabajan los espíritus buenos, y con el mismo fin podéis trabajar vosotros.

─ Puesto que los espíritus ven el mal que les sobreviene de sus imperfecciones, ¿a qué se debe que los haya que agravan su posición y prolongan su estado de inferioridad, haciendo el mal como espíritus, alejando a los hombres del buen camino?

Los que así obran son aquellos cuyo arrepentimiento es tardío. El espíritu que no se arrepiente puede enseguida dejarse arrastrar nuevamente al camino del mal por otros espíritus más atrasados aún.

─ Se sabe de espíritus de notoria inferioridad accesibles a los buenos sentimientos, que se conmueven con las oraciones que por ellos se hacen. ¿A qué se debe que otros espíritus, a quienes debiera creerse más ilustrados, demuestran un endurecimiento y un cinismo del que nada puede triunfar?

La oración solo produce efecto en favor del espíritu que se arrepiente; el que, arrastrado por el orgullo, se subleva contra Dios, y persiste en sus extravíos, exagerándolos aún, como hacen los espíritus infelices, no siente efecto alguno de la oración, ni lo sentirá hasta que se manifieste en él la luz del arrepentimiento.
No debe perderse de vista que el espíritu, después de la muerte del cuerpo, no se transforma súbitamente; si su vida ha sido reprensible, débese a que era imperfecto, y la muerte no le perfecciona inmediatamente. Puede persistir en sus errores, en sus opiniones falsas, en sus prejuicios, hasta que el estudio, la reflexión y el sufrimiento le ilustren.
─ ¿Se verifica la expiación o purga en estado corporal o en estado de espíritu?

La expiación se verifica en estado corporal, por medio de las pruebas a que se somete el espíritu desde antes de encarnar; y en la vida espiritual, por medio de los sufrimientos morales inherentes al estado de inferioridad del espíritu.

─ El arrepentimiento sincero durante la vida, ¿basta para borrar las faltas y a que Dios nos perdone?

El arrepentimiento favorece el mejoramiento del espíritu, pero ha de expiarse el pasado.

Sí, según esto, dijese un criminal que, puesto que debe en todo caso expiar o pagar su pasado, no tiene necesidad de arrepentirse, ¿qué le sucederá?

Si se obstina en malos pensamientos, su expiación será más larga y penosa.

─ ¿Podemos redimir nuestras faltas en esta misma vida?

Sí, reparándolas; pero no creáis redimirlas con algunas pequeñas privaciones, o haciendo donaciones para después de vuestra muerte, cuando ya no necesitáis lo que dais. Dios no hace caso alguno del arrepentimiento estéril, fácil y que no cuesta otro trabajo que darse unos pequeños golpes en el pecho.

Solo con el bien se repara el mal, y ningún mérito tiene la reparación, si no afecta al hombre ni en su orgullo ni en intereses materiales.

¿De qué le sirve, para su justificación, restituir, después de su muerte, los bienes mal adquiridos, cuando vienen a serle inútiles y cuando de ellos se ha aprovechado?

¿De qué le sirven la privación de algunos goces baladíes y de algunas superfluidades, si queda en pie el daño que ha causado?

¿De qué le sirve, en fin, humillarse ante Dios, si conserva su orgullo para con los hombres?

─ ¿No tiene ningún mérito asegurar, para después de la muerte, un uso útil a los bienes que se poseen?

Ningún mérito no es la expresión correcta, pues siempre vale más algo que nada; pero lo malo es que el que da después de su muerte, es a menudo más egoísta que generoso; quiere disfrutar del honor del bien, sin haberse tomado ningún trabajo. El que se priva, viviendo aún, tiene doble provecho: el mérito del sacrificio, y el placer de ver a aquellos a quienes hace felices. Pero el egoísmo dice: lo que das te lo quitas a tus goces, y como aquél grita más que el desinterés y la caridad, el hombre conserva sus bienes, con el pretexto de sus necesidades y de las exigencias de su posición. ¡Ah!, compadeced al que no conoce al placer de dar, pues está desheredado de uno de los más puros y suaves goces. Dios, sometiéndole a la prueba de la fortuna, tan resbaladiza y peligrosa para su provenir, ha querido, con esa fortuna, darle la oportunidad de practicar la generosidad de la cual puede disfrutar desde La Tierra.

─ ¿Qué debe hacer el que, en la cercanía de la muerte reconoce sus faltas, y no tiene tiempo de repararlas? ¿Basta el arrepentimiento en este caso?

El arrepentimiento apresura su rehabilitación, pero no le absuelve. ¿Acaso no tiene ante sí el porvenir que nunca le es negado?

DURACIÓN DE LAS PENAS FUTURAS

─ En la vida futura, la duración de los sufrimientos del culpable, ¿es arbitraria o está subordinada a alguna ley?

Dios no procede nunca por capricho o de manera arbitraria. Todo el Universo está regido por leyes en que se revelan su sabiduría y su bondad.

─ ¿En qué se basa la duración de los sufrimientos del culpable?

En el tiempo necesario para su mejoramiento. Siendo el estado del sufrimiento o de felicidad, proporcional al grado de purificación del espíritu, entonces la duración y naturaleza de sus sufrimientos dependen del tiempo que emplea en mejorarse. A medida que progresa y que se purifican sus sentimientos, disminuyen sus sufrimientos y van cambiando de naturaleza.

─ Al espíritu que sufre, ¿le parece el tiempo tan largo o menos, que cuando vivía en La Tierra?

Le parece más largo; para él no existe sueño. Solo para los espíritus que han llegado a cierto grado de purificación, se borra, por decirlo así, el tiempo ante el infinito.

─ ¿Puede, ser eterna la duración de los sufrimientos del espíritu?

Sin duda, si fuese eternamente malo; es decir, que, si nunca hubiese de arrepentirse y mejorarse, sufriría eternamente; pero Dios no ha creado seres para que se consagren al perpetuo mal. Creólos únicamente sencillos e ignorantes, y todos deben progresar en un tiempo, en mayor o en menor grado, largo, según su voluntad. Esta puede ser más tardía o menos tardía, como hay niños más precoces o menos precoces; pero, tarde o temprano, se despierta por la irresistible necesidad que experimenta el espíritu de salir de su inferioridad y de ser feliz. La ley que rige la duración de las penas es eminentemente sabia y benévola, puesto que subordina esta duración a los esfuerzos del espíritu. Jamás le priva de su libre albedrío, y si hace mal uso de él, sufre las consecuencias.

─ ¿Hay espíritus que nunca se arrepienten?

Los hay cuyo arrepentimiento es muy tardío; pero pretender que nunca se mejorarán, equivaldría a negar la ley del progreso, y a decir que el niño no llegará a ser adulto.

─ La duración de las penas, ¿depende siempre de la voluntad del espíritu, y no las hay que le son impuestas por determinado tiempo?

Sí, pueden serle impuestas ciertas penas por algún tiempo; pero Dios que solo quiere el bien de sus criaturas, acoge siempre el arrepentimiento, y nunca es estéril el deseo de mejorarse.

─ Según esto, ¿nunca serán eternas las penas impuestas?

Interrogad a vuestro sentido común, a vuestra razón, y preguntaos si no sería la negación de la bondad de Dios, una condenación perpetua por algunos momentos de error. ¿Qué es, en efecto, la duración de la vida, así fuese de cien años, comparada con la eternidad? ¡Eternidad! ¿Comprendéis bien esta palabra? ¡Sufrimientos, torturas sin fin y sin esperanza, por algunas faltas! ¿No rechaza vuestro juicio semejante pensamiento? Que los antiguos vieran en el señor del Universo a un Dios terrible, celoso y vengativo, se comprende. En su ignorancia, atribuyeron a la divinidad las pasiones de los hombres; pero no es ese el Dios de los cristianos, que coloca el amor, la caridad, la misericordia y el olvido de las ofensas, en el número de las principales virtudes. ¿Y podría carecer él de las cualidades con que ha constituido los deberes de su creación? ¿No es contradictorio atribuirle la bondad infinita y, al tiempo, la infinita venganza? Decís que ante todo es justo, y que el hombre no comprende su justicia; pero ésta no excluye la bondad, y no sería bueno Dios, si condenase a penas horribles y perpetuas al mayor número de sus criaturas. ¿Pudiera haber impuesto a sus hijos la justicia como una obligación, si no les hubiese dado medios para comprenderla? Por otra parte, el hacer depender la duración de las penas de los esfuerzos del culpable para mejorarse, ¿no es la sublimidad de la justicia unida a la bondad? En esto consiste la verdad de las palabras siguientes: "A cada uno según sus obras".

Dedicaos, por todos los medios que estén a vuestro alcance, a derrumbar la idea de las penas eternas, pensamiento blasfematorio de la justicia y de la bondad de Dios, origen más fecundo que otro alguno de la incredulidad, del materialismo y de la indiferencia que han invadido a las masas, desde que su inteligencia ha empezado a desarrollarse. La tarea que os indicamos os será tanto más fácil, en cuanto las autoridades en que se apoyan los defensores de semejante creencia, han rehuido, todas, su declaración formal sobre el particular. Ni los concilios, ni los Padres de la Iglesia Católica, han decidido esta cuestión. Si, según los mismos Evangelistas, y tomando literalmente las palabras emblemáticas de Cristo, amenaza éste a los culpables con un fuego inextinguible, eterno; con lo cual nada hay en esas palabras que pruebe que los haya 'condenado eternamente'.

Pobres ovejas descarriadas, aprended a ver cómo llega a vosotros el buen Pastor que, lejos de querer desterraros para siempre y por siempre de su presencia, sale a vuestro encuentro para volveros a llevar al redil. Hijos pródigos, abandonad vuestro destierro voluntario, encaminad vuestros pasos a la morada paterna. El padre os tiende siempre los brazos y siempre está dispuesto a celebrar vuestro regreso a la familia.

¡Cuestiones de palabra! ¿Aún no habéis hecho derramar bastante sangre? ¿Es, pues, necesario volver a encender las hogueras? Se discute sobre las palabras: ETERNIDAD DE LAS PENAS, ETERNIDAD DE LOS CASTIGOS. ¿Y acaso no sabéis que lo que vosotros entendéis por eternidad no era entendido del mismo modo por los antiguos? Que consulten los teólogos los orígenes y, como todos vosotros, descubrirán que el texto hebreo no daba el mismo significado a la palabra que los griegos, los latinos y los modernos han traducido por penas sin fin, irremisibles. La eternidad de los castigos corresponde a la eternidad del mal. Sí, mientras el mal exista entre los hombres, subsistirán los castigos. Importa interpretar en sentido relativo los textos sagrados. La eternidad de las penas no es sino relativa y no absoluta. Que llegue un día en el que todos los hombres vistan, por medio del arrepentimiento, la toga de la inocencia, y ese día concluirán los gemidos y el rechinar de dientes. Cierto es que vuestra razón es limitada, pero tal como es, es un regalo de Dios, y con ayuda de esa razón, no hay un solo hombre de buena voluntad que comprenda de otra manera la eternidad de los castigos. ¡Eternidad de los castigos! Sería, pues, preciso admitir que el mal será eterno; solo Dios es eterno y no podría crear el mal eterno. ¡Humanidad! ¡Humanidad! No fijes tus tristes miradas en las profundidades de la tierra para hallar castigos en ellas. Llora, espera, purga, y refúgiate en la idea de un Dios íntimamente bueno, poderoso en absoluto y esencialmente justo.

Gravitar hacia la unidad divina, he aquí el objetivo de la humanidad. Tres cosas son necesarias para lograrlo: la justicia, el amor y la ciencia; tres le son opuestas y contrarias: la injusticia, el odio y la ignorancia. Pues bien, en verdad os digo que faltáis a aquellos tres principios, comprometiendo la idea de Dios con la exageración de su severidad; y la comprometéis doblemente, dejando penetrar en el espíritu de la criatura la creencia de que existe en ella más clemencia, moderación, amor y verdadera justicia que no atribuís al Ser Infinito. Debéis destruir la idea del infierno, haciéndolo ridículo e inadmisible a vuestras creencias, como lo es a vuestros corazones el horrible espectáculo de los verdugos, hogueras y tormentos de la edad media. ¡Pues qué! Cuando la era de las ciegas represalias ha sido desterrada para siempre de las legislaciones humanas, ¿esperáis conservarla en el ideal? ¡Oh! Creedme, hermanos en Dios y en Jesucristo, creedme; o resignaos a ver perecer en vuestras manos todos los dogmas, antes que dejarlos variar, o bien vivificadlos, abriéndolos a los bienhechores efluvios que en estos momentos derraman los buenos. La idea del infierno con sus hornos ardientes y bullidoras calderas, pudo ser tolerada, es decir, perdonable en un siglo de hierro; pero en el actual, no es más que un fantasma que solo sirve para espantar a los niños, y en el que no creen éstos cuando llegan a hombres. Insistiendo en esa horrorosa mitología, engendráis la incredulidad madre de toda desorganización social.

Querer que el castigo de una falta no eterna, sea eterno, equivale a negarle toda su razón de ser.

¡Oh! En verdad os digo, cesad de poner en parangón respecto de su eternidad, al bien, esencia del Creador, con el mal, esencia de la criatura. Esto equivale a crear una penalidad injustificable. Asegurad por el contrario, la amortización gradual de los castigos y penas por medio de las transmigraciones, y consagraréis con la razón unida al sentimiento, la unidad divina.
Se quiere incitar al hombre al bien, y alejarle del mal con el incentivo de las recompensas y el temor de los castigos; pero si éstos se pintan de tal modo que la razón se niegue a creerlos, no tendrán en el hombre ninguna influencia, y lejos de conseguir su objetivo, harán que el hombre lo rechace todo, la forma y el fondo. Preséntese, por el contrario, de una manera lógica, y no lo rechazará. El Espiritismo ofrece esa explicación.
La doctrina de las penas eternas en sentido absoluto, convierten al ser supremo en un Dios implacable. ¿Sería lógico de un soberano que es muy bueno, muy bienhechor, muy indulgente y que no quiere más que la dicha de los que le rodean; y que sea, al mismo tiempo, celoso, vengativo, inflexible en su rigor, y que condena a la infinita pena a la mayor parte de sus súbditos por una ofensa o infracción a sus leyes, aún a aquellos que faltaron por no conocerlas? ¿No sería ésta una contradicción? ¿Y será Dios menos bueno que un hombre?
También existe otra contradicción. Puesto que Dios lo sabe todo, sabía al crear un alma, que pecaría, y por lo tanto ha sido condenada, desde su formación, a eterna infelicidad. ¿Es posible esto? ¿Es racional? Con la doctrina de las penas relativas todo se justifica. Dios sabía indudablemente que el alma delinquiría, pero le da medios de ilustrarse por su propia experiencia, y por sus mismas faltas; es preciso que purgue y expíe sus errores para afirmarse más en el bien, y la puerta de la esperanza no le es cerrada para siempre, y Dios hace depender el instante de su emancipación de los esfuerzos que hace para llegar a ella. Esto lo puede comprender todo el mundo, y lo puede admitir la más rigurosa lógica. Si bajo este aspecto hubiesen sido presentadas las penas futuras, habría menos escépticos.