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5.5.13

HASTÍO DE LA VIDA (EL SUICIDIO)

─ ¿De dónde procede el hastío de la vida que se apodera de ciertos individuos, sin motivos meritorios?

Efecto de la ociosidad, de la falta de fe y, a menudo, de la saciedad.

Para el que ejercita sus facultades con un objetivo útil y según sus aptitudes naturales, el trabajo no tiene nada de árido, y la vida corre más rápidamente. Soporta las vicisitudes de su existencia con tanta más paciencia y resignación, en cuanto obra con la mira de la felicidad más sólida y duradera que en otras vidas le espera.

─ ¿Tiene el hombre derecho a disponer de su propia vida?

No; solo Dios tiene ese derecho. El suicidio voluntario es una transgresión de la ley.

─ ¿Voluntario? ¿No es siempre voluntario el suicidio?

La persona desquiciada o con locura y que termina matándose, no sabe lo que se hace.

─ ¿Qué debe de pensarse del suicidio que tiene por causa el hastío de la vida?

¡Insensatos! ¿Por qué no trabajan? Así no les hubiera sido un peso la existencia.

─ ¿Qué debe pensarse del suicidio que tiene por objeto librarse de la pobreza, o de las desdichas, o de los desengaños de este mundo?

¡Pobres espíritus que no tienen valor para soportar las infelicidades de la existencia! Dios ayuda a los que sufren, y no a los que no tienen fuerza ni valor. Las tribulaciones de la vida son pruebas o penitencias impuestas (expiaciones); ¡dichosos los que las soportan sin murmurar ni maldecir, porque serán recompensados! ¡Desgraciados, por el contrario, los que esperan su salvación de lo que, en su flojedad, llaman la suerte o la fortuna! La suerte o lo que llaman la estrella, puede, en efecto, favorecerles un instante; pero para hacerles sentir, más tarde y más cruelmente, la vaciedad de sus palabras.

─ Los que han inducido al infeliz a ese acto de desesperación, ¿sufrirán las consecuencias?

¡Oh, infelices de ellos! porque responderán de él como de un asesinato.

─ El hombre que lucha con la necesidad y que se deja morir de desesperación, ¿puede considerarse como suicida?

Es suicida, pero los que causan su necesidad, o que podían remediársela, son más culpables que él, y éste encontrará indulgencia. No creáis, sin embargo, que sea completamente absuelto, si ha carecido de firmeza y perseverancia, si no ha hecho uso de toda su inteligencia para salir del atolladero. ¡Infeliz de él, sobre todo, si su desesperación nace del orgullo, quiero decir, si es uno de esos hombres en quienes el orgullo paraliza los recursos de la inteligencia, que se avergonzaría de deber la existencia al trabajo de sus manos, y que prefieren morirse de hambre antes de descender de lo que llaman su posición social! ¿No es cien veces más grande y más digno luchar con la adversidad que desafiar la crítica de un mundo frívolo y egoísta que solo tiene buena voluntad para con aquellos a quienes nada les falta y que os vuelve la espalda apenas tan pronto como empecéis a tener necesidades? Sacrificar su vida por consideración a ese mundo es estúpido.

─  El suicidio que tiene por objetivo evitar la vergüenza de una mala acción, ¿es tan recriminable como el causado por la desesperación?

El suicidio no borra la culpa y, antes, al contrario, hay dos a falta de una. Cuando se ha tenido valor para hacer el mal, es preciso tenerlo para sufrir las consecuencias. Dios juzga y, según la causa, puede a veces disminuir sus rigores.

─ ¿Es excusable el suicidio, cuando tiene por finalidad impedir que la vergüenza recaiga en los hijos o en la familia?

El que así obra no procede bien, pero lo cree, y Dios se lo toma en cuenta, porque es una penitencia o expiación que él mismo se impone. Atenúa con la intención su falta, pero no deja de cometerla. Por lo demás, abolid los abusos de vuestra sociedad y vuestros prejuicios, y no tendréis más suicidios de esta clase.
El que se quita la vida para evitarse la vergüenza de una mala acción, prueba que atiende más a la estimación de los hombres que a la de Dios, porque va a entrar en la vida espiritual cargado de sus iniquidades e infamias, y se ha privado de los medios de repararlas durante su vida. Dios es a menudo menos duro que los hombres; perdona al que sinceramente se arrepiente, y nos toma en cuenta la reparación. El suicidio nada repara.
─ ¿Qué debemos pensar del que se quita la vida con la esperanza de llegar más pronto a otra vida mejor?

¡Otra locura! Que proceda bien y tendrá más seguridad de llegar a esa mejor vida. Pero, suicidándose, retardará la entrada a una vida mejor; y, él mismo, pedirá y clamará volver para concluir esa vida que interrumpido en virtud de una idea errada. Una falta, cualquiera que ella sea, no abre nunca el santuario de los elegidos.

─ ¿No es meritorio, a veces, el sacrificio de la vida, cuando tiene por objeto salvar la de otro, o el de ser útil a sus semejantes?

Eso es sublime y eminente según la intención; y, de esa manera, el sacrificio de la vida no es un suicidio. Pero Dios se opone a un sacrificio inútil y, por otra parte, no lo ve con placer, si lo mancha el orgullo. El sacrificio solo es meritorio si es desinteresado. Si el que lo hace tiene una segunda intención, será despreciado el acto a los ojos de Dios.
Todo sacrificio hecho a costas de la dicha propia, es un acto soberanamente meritorio a los ojos de Dios, porque es la práctica de la ley de caridad. Siendo, pues, la vida, el bien terrestre que más aprecia el hombre; el que a este bien renuncia en bien de sus semejantes no comete un atentado, sino que hace un sacrificio. Pero, antes de llevarlo a cabo, debe reflexionar si no será más útil su vida que su muerte.
─ El hombre que muere víctima de las pasiones que sabe que han de apresurar su fallecimiento, pero a las cuales no le es posible resistir, porque el hábito o el vicio se las ha convertido en verdaderas necesidades físicas, como el fumador, el bebedor, el drogadicto, etc., ¿comete suicidio?

Es un suicidio moral. ¿No comprendéis que, en semejante caso, el hombre es doblemente culpable? Existe entonces falta de coraje, de denuedo y, sí, ha operado la bestialidad; y, además, el olvido de Dios.

─ ¿En este caso anterior, es más o es menos culpable, que el que se quita la vida por desesperación?

Es más culpable, porque tiene amplio tiempo para razonar su suicidio en marcha. En el que lo hace instantáneamente, hay a veces una especie de extravío que se relaciona con la locura. El otro será más castigado, porque las penas son siempre en forma proporcional al grado de conciencia que se tiene de las faltas cometidas.

─ Cuando una persona tiene ante sí una muerte inevitable y terrible, como el caso de una enfermedad incurable y dolorosa, o el sentenciado a muerte, y decide suicidarse, ¿es culpable porque abrevia de algunos instantes sus sufrimientos con la muerte voluntaria?

Siempre hay culpabilidad al no esperar el término fijado por Dios. Por otra parte, ¿hay seguridad de que ese término haya llegado solo por las apariencias? ¿No puede recibirse a última hora un socorro inesperado?

─ Una imprudencia que compromete la vida sin necesidad, ¿es reprensible?

No existe culpabilidad cuando no existe intención o conciencia positiva de quitarse la vida.

─ Las mujeres que en ciertos países, se queman voluntariamente al lado del cadáver de sus maridos, ¿pueden considerarse como suicidas, y sufren las consecuencias del suicidio?

Obedecen a un prejuicio y a menudo actúan en contra de su propia voluntad. Creen cumplir con un deber, y no es éste el carácter del suicidio. Su excusa es la nulidad moral de la mayor parte de ellas, y su ignorancia. Esos usos bárbaros y estúpidos desaparecen con la civilización.

─ Los que no pudiendo sobrellevar la pérdida de las personas que le son queridas, se matan con la esperanza de reunirse con ellas, ¿logran su objetivo?

El resultado es muy diferente del que esperan, y en vez de reunirse con el objeto de su afecto, se alejan de él por más tiempo, porque Dios no puede recompensar un acto de cobardía, y el insulto que se le hace dudando de su providencia. Pagarán ese instante de locura con pesares mayores que los que creen abreviar, y no tendrán para compensarlos la satisfacción que esperaban.

─ ¿Cuáles son, en general, las consecuencias del suicidio en el estado del espíritu?

Las consecuencias del suicidio son muy diversas; no hay penas fijas, y en todos los casos son siempre relativas a las causas que lo han producido; pero una de las consecuencias inevitables al suicida es la contrariedad y la decepción de su acto. Por lo demás, no es una misma la suerte de todos ellos, depende de cada caso. Algunos inmediatamente expían o pagan su falta mediante un espantoso y largo sufrimiento del espíritu a continuación del momento de la muerte; y, otros, en una nueva existencia que será peor que aquella cuyo curso han interrumpido.
La observación demuestra, en efecto, que las consecuencias del suicidio no son siempre las mismas; pero las hay que son comunes a todos los casos de muerte violenta y resultado de la interrupción brusca de la vida. Ante todo lo es la persistencia más prolongada y más tenaz del lazo que une el espíritu al cuerpo, pues tiene casi siempre toda su fuerza en el momento en que se ha cortado, mientras que en la muerte natural se afloja gradualmente, y a menudo se suelta antes de que esté completamente extinguida la vida del cuerpo. Las consecuencias de este estado de cosas son la prolongación de la turbación espírita, y luego la de la ilusión que, durante un tiempo en mayor o en menor grado largo, hace creer al espíritu que es aún del número de los vivos, que está soñando y que debe luchar por despertar; pero, esto, en vano y mediante un proceso enloquecedor.
La afinidad que persiste entre el espíritu y el cuerpo produce en algunos suicidas, una especie de repercusión del estado del cuerpo en el espíritu, quien, a pesar suyo, siente los efectos de la descomposición, y experimenta una sensación llena de angustias y de horror, y este estado puede persistir tanto tiempo como hubiera debido durar la vida que ha interrumpido. Este efecto no es general; pero en ningún caso se ve al suicida libre de las consecuencias de su falta de valor, y tarde o temprano purga su culpa de uno u otro modo. De aquí que ciertos espíritus, que encarnaron existencias muy infelices en La Tierra, han dicho que se habían suicidado en la existencia anterior y que, voluntariamente, se habían sometido a nuevas pruebas para intentar soportarlas con más resignación. En algunos, el castigo consiste en una especie de apego a la materia de la cual procuran deshacerse en vano, para volar a mejores mundos, cuyo acceso les está prohibido. En todos los casos se ha detectado el pesar y el desengaño de haber hecho una cosa inútil. 
La religión, la moral, y todas las filosofías condenan el suicidio como contrario a la ley natural; todos nos dicen en principio que no tenemos derecho a abreviar voluntariamente nuestra vida; pero ¿por qué no lo tenemos? ¿Por qué no es libre el hombre de poner término a sus sufrimientos? Estaba reservado al Espiritismo demostrar, con el ejemplo de los que han muerto, que no solo el suicidio es una falta como infracción de una ley moral ─consideración de poco peso para ciertos individuos─ sino que es un acto estúpido, puesto que nada se gana y mucho se pierde. Y esto no nos lo enseña la teoría, los mismos espíritus nos lo presentan ante nosotros como hechos reales.