LIBERTAD NATURAL
─ ¿Hay posiciones
en el mundo en el que el hombre puede vanagloriarse de gozar de una libertad
absoluta?
No; porque todos,
así los grandes como los pequeños, os necesitáis unos a otros.
─ ¿Cuál sería la
condición en que el hombre podrías gozar de libertad absoluta?
El ermitaño en el
desierto. Desde el momento en que se reúnen dos hombres, tienen derechos que
respetar; y no tienen, por consiguiente, libertad absoluta.
─ Las obligaciones
de respetar derechos ajenos, ¿quita al hombre el derecho de pertenecerse a sí
mismo?
De ningún modo,
pues es un derecho que procede de la Naturaleza.
─ ¿Cómo pueden
conciliarse las opiniones dadivosas y espléndidas manifestadas verbalmente por
ciertos hombres, con el despotismo que ellos mismos, en la práctica, a menudo
ejercen en su casa y con sus subordinados?
Tienen la
inteligencia de la ley natural; pero está neutralizada por el orgullo y el
egoísmo. Comprenden lo que debe ser y como debiera ser. Algunos, de pronto, por
algún interés especial, hacen la comedia de unos principios que no entienden
muy bien.
─ ¿Les serán
tomados en cuenta en la otra vida los principios que de palabra han profesado
en La Tierra, pero que en la práctica no cumplieron?
Mientras más
inteligente es un hombre para comprender un principio, menos excusable será que
no lo aplique a sí mismo. En verdad os digo que el hombre sencillo pero
sincero, está más adelantado en el camino de Dios que el que quiere parecer lo
que no es.
LA ESCLAVITUD
─ ¿Hay hombres que
están por la Naturaleza condenados a ser propiedad de otros hombres?
Toda sujeción
absoluta de un hombre a otro, es contraria a la ley de Dios. La esclavitud es
un abuso de fuerza, que desaparece con el progreso, como desaparecerán poco a
poco todos los abusos.
La ley humana que consagra la esclavitud es contraria a la Naturaleza, puesto que asimila el hombre al bruto y le degrada moral y físicamente.
─ Cuando la
esclavitud forma parte de las costumbres de un pueblo, ¿los que se aprovechan
de ella son responsables, ya que se limitan a conformarse con un uso que les
parece natural?
El mal siempre es
mal, y todos vuestros sofismas no lograrán que una mala acción se trueque en
buena; pero la responsabilidad del mal es relativa a los medios que se tienen
para comprenderlo. El que saca provecho de la ley de esclavitud es siempre
culpable de una violación de la ley natural; pero en esto, como en todo, la
culpabilidad es relativa. Habiendo llegado la esclavitud a ser costumbre en
algunos pueblos, el hombre ha podido aprovechar de buena fe una cosa que le
parecía natural; pero, desde que su corazón más desarrollado e ilustrado sobre
todo por las luces del cristianismo, ha recibido las enseñanzas o se le ha
hecho ver de que el esclavo es un ser semejante a él ante Dios, no tiene
disculpa.
─ La natural
desigualdad de aptitudes, ¿no pone a ciertas razas humanas bajo la dependencia
de las más inteligentes?
Sí, para
ilustrarlas y no para embrutecerlas más aún con la servidumbre. Los hombres han
considerado, durante mucho tiempo, a ciertas razas humanas como animales trabajadores
dotados de brazos y manos, a quienes tenían derecho a vender como bestias de
carga. Se creen de mejor sangre, ¡insensatos que solo ven la materia! No es la
sangre la que es más o es menos pura, sino el espíritu.
─ Hay hombres que
tratan a sus esclavos como humanidad; que no permiten que carezcan de nada, y
que creen que la libertad les expondría a mayores privaciones. ¿Qué decís de
ellos?
Digo que comprenden
mejor sus intereses. También, con seguridad, cuidan mucho sus bueyes y
caballos. No son tan culpables como los que los maltratan, pero no dejan de
disponer de ellos como una mercancía, privándoles del derecho de pertenecerse.
LIBERTAD DE PENSAR
─ ¿Hay algo en el
hombre que se substraiga a toda violencia, y por lo cual disfrute de libertad absoluta?
Por el pensamiento
disfruta el hombre de libertad sin límites, puesto que no reconoce trabas.
Puede contenerse su manifestación, pero no desfallecerlo.
─ ¿Es responsable
el hombre de su pensamiento?
Lo es ante Dios, y
pudiendo él solo conocerlo, lo condena o absuelve según su justicia.
LIBERTAD DE
CONCIENCIA
─ La libertad de
conciencia, ¿es consecuencia de la de pensar?
La conciencia es un
pensamiento íntimo que pertenece al hombre, como todos los otros pensamientos.
─ ¿Tiene el hombre derecho
a poner trabas a la libertad de conciencia?
Lo mismo que a la
de pensar; es decir, no, pues solo a Dios pertenece el derecho de juzgar la
conciencia. Si el hombre con sus leyes arregla las relaciones de los hombres
entre sí, Dios con las leyes de la Naturaleza arregla las relaciones del hombre
con Dios.
─ ¿Cuál es el
resultado de las trabas puestas a la libertad de conciencia?
Obligar a los
hombres a obrar de otro modo que el que piensan, es hacer hipócritas. La
libertad de conciencia es uno de los caracteres de la verdadera civilización y
del progreso.
─ Toda creencia,
aunque fuese notoriamente falsa, ¿es respetable?
Toda creencia es
respetable, cuando es sincera y conduce a la práctica del bien. Las creencias
censurables son las que conducen al mal.
─ ¿Somos
reprensibles por escandalizar en su creencia a aquel que no piensa como
nosotros?
Es faltar a la
caridad y atentar a la libertada de pensar.
─ ¿Se atenta a la
libertad de conciencia, poniendo trabas a creencias capaces de perturbar la sociedad?
Se pueden reprimir
los actos; pero la creencia íntima es inaccesible.
Reprimir los actos externos de una creencia, cuando perjudican en cualquier sentido a otro, no es atentar a la libertad de conciencia; porque semejante reprensión deja la creencia en completa libertad.
─ ¿Se debe, por
respeto a la libertad de conciencia, dejar que se propaguen doctrinas
perniciosas, o bien se puede, sin atentar contra aquella libertad, procurar
atraer al camino de la verdad a los que están fuera de él por falsos
principios?
Ciertamente que se
puede y se debe; pero enseñad, a ejemplo de Cristo, por medio de la dulzura, y
de la persuasión, y no de la fuerza, lo cual sería peor que la creencia de
aquel a quien se quisiera convencer. Si es permitido imponer algo, es el bien y
la fraternidad; pero no creemos que el medio de hacerlos admisibles sea el de
obrar con violencia: la convicción no se impone.
─ Teniendo todas
las doctrinas la pretensión de ser la única expresión de la verdad, ¿en qué
señales puede reconocerse la que tiene derecho de presentarse como tal?
Será la que haga
más hombres de bien y menos hipócritas; es decir, que practiquen la ley de amor
y de caridad en su mayor pureza y en su más amplia aplicación. En esto
conoceréis que una doctrina es buena; porque toda la que produjese la
consecuencia de sembrar la desunión y establecer una demarcación entre los
hijos de Dios, no puede menos de ser falsa y perniciosa.
LIBRE ALBEDRÍO
─ ¿Tiene el hombre
el libre albedrío de sus actos?
Puesto que tiene
libertad de pensar, tiene la de obrar. Sin libre albedrío, el hombre sería una
máquina.
─ ¿Disfruta el
hombre su libre albedrío desde su nacimiento?
Tiene libertad de
obrar desde que tiene voluntad de hacer. En los primeros tiempos de la vida, la
libertad es casi nula; se desarrolla y cambia de objeto con las facultades.
Teniendo el niño pensamientos en relación con las necesidades de su edad,
aplica su libre albedrío a las cosas que le son necesarias.
─ Las
predisposiciones instintivas que trae el hombre al nacer, ¿no son obstáculos al
ejercicio de su libre albedrío?
Las
predisposiciones instintivas, son las que tenía el espíritu antes de su
encarnación. Según que sea en mayor o en menor grado adelantado, esas
predisposiciones pueden tratar de influir ante actos reprensibles, en lo cual
será secundado por los espíritus que simpatizan con aquellas predisposiciones
instintivas. Pero no existe solicitación irresistible de ciertos actos, cuando
se tiene voluntad de resistir. Recordad que querer es poder.
─ ¿Tienen
influencia los órganos en los actos de la vida, y si alguna tiene, se ejerce a
expensas del libre albedrío?
El espíritu sufre
ciertamente la influencia de la materia, que puede entorpecerle en sus
manifestaciones. He aquí por qué, en los mundos menos materiales que La Tierra,
las facultades se desarrollan con más libertad; pero el instrumento no da la
facultad. Por lo demás, deben distinguirse aquí las facultades morales de las
intelectuales. Si un hombre tiene el instinto del asesinato, seguramente es su
propio espíritu quien lo posee y quien se lo da; pero no sus órganos. El que postra
su pensamiento para no ocuparse más que de la materia, se hace semejante al
bruto y, peor aún, porque no piensa prevenirse contra el mal, y en esto es en
lo que falta, puesto que obra así voluntariamente.
─ La aberración de
las facultades, ¿quita al hombre el libre albedrío?
Aquel cuya
inteligencia está turbada por una causa cualquiera, no es dueño de su
pensamiento, y por lo tanto carece de libertad. Esta aberración es a menudo un
castigo para el espíritu que, en otra existencia, puede haber sido vano y
orgulloso, y hecho mal uso de sus facultades. Puede renacer en el cuerpo de un
idiota, como el déspota en el de un esclavo y el mal rico en el de un
pordiosero; y el espíritu sufre con esta violencia, de la cual tiene perfecto
conocimiento. Tal es la acción de la materia.
─ La aberración de
las facultades intelectuales a consecuencia de la embriaguez, ¿excusa los actos
reprensibles?
No; porque el ebrio
se ha privado voluntariamente de su razón por satisfacer pasiones brutales. En
vez de una sola, comete dos faltas.
─ ¿Cuál es la
facultad dominante el en hombre salvaje, el instinto o el libre albedrío?
El instinto, lo
cual no le priva de obrar con entera libertad respecto de ciertas cosas; pero,
como el niño, aplica esa libertad a sus necesidades, y se desarrolla con la
inteligencia. Por consiguiente, tú que eres más ilustrado que un salvaje, eres
más responsable de lo que haces, que él.
─ La posición
social, ¿no es a veces un obstáculo a la entera libertad de los actos?
La sociedad tiene
sus exigencias, sin duda. Dios es justo, y todo lo toma en cuenta; pero os hace
responsables de vuestros escasos esfuerzos para vencer los obstáculos.
FATALIDAD
(PREDESTINACIÓN)
─ Existe fatalidad
en los acontecimientos de la vida, según el sentido dado a aquella palabra; es
decir, todos los sucesos están determinados anticipadamente, y si es así, ¿qué
se hace el libre albedrío?
La fatalidad existe
solo en virtud de la elección que ha hecho el espíritu al encarnarse, de sufrir
tal o cual prueba. Eligiéndola, se constituye una especie de destino,
consecuencia de la misma posición en que se encuentra colocado. Hablo de las
pruebas físicas; porque en cuanto a las morales y a la tentación, conservando
el espíritu su libre albedrío en el bien y en el mal, es siempre dueño de ceder
o de resistir. Un espíritu bueno, viéndole flaquear, puede venir en su ayuda;
pero no influir en él hasta el punto de dominar su voluntad. Un espíritu malo,
esto es, inferior, enseñándole y exagerándole un peligro físico, puede
conmoverle y espantarle; pero no dejará por ello de quedar libre de toda traba
a la voluntad del espíritu encarnado.
─ Hay personas a
quienes parece perseguir negativamente la fatalidad, independientemente de su
manera de obrar, ¿forma parte de su destino la infelicidad?
De pronto son
pruebas que deben sufrir y que han elegido; pero, os lo repito, vosotros
achacáis al destino lo que a menudo no es más que una consecuencia de vuestra
propia falta. Cuando te aflijan males, procura que tu conciencia esté pura, y
estará medio consolado.
Las ideas falsas o puntuales que nos formamos de las cosas, nos hacen triunfar o sucumbir según nuestro carácter y posición social. Encontramos más sencillo y menos humillante a nuestro amor propio atribuir nuestros descalabros a la suerte o al destino que a nuestra propia falta. Si a veces contribuye a ello la influencia de los espíritus, podemos siempre sustraernos a esa influencia, rechazando las ideas que nos sugieren, cuando son malas.
─ Ciertas personas
se libran de un peligro mortal para caer en otro, y parece que no podían
escapar de la muerte. ¿No es esto la predestinación o fatalidad?
Solo es fatal, en
el verdadero sentido de la palabra, el instante de la muerte; llegado el cual,
ya por uno, ya por otro medio, no podéis sustraeros a él.
─ Así, pues,
cualquiera que sea el peligro que nos amenace, ¿no moriremos si no ha llegado
aún nuestra hora?
No, no perecerás, y
de ello tiene miles de ejemplos; pero llegada tu hora de marcha, nada puede
librarte. Dios sabe anticipadamente de qué clase de muerte perecerás, y a
menudo también lo sabe tu espíritu; porque le es revelado, cuando elige tal o
cual existencia. Y, recalco, lo que con frecuencia tu espíritu conoce es,
repito, la clase de muerte, no las circunstancias, pormenores y ni detalles
específicos.
─ ¿Derivase de la
infalibilidad de la hora de la muerte que entonces son inútiles las
precauciones que se toman para evitarla?
No; porque las
precauciones que tomáis, os son sugeridas para evitar la muerte que os amenaza.
Son uno de los medios para que no se verifique.
─ ¿Cuál es el
objeto de la Providencia, haciéndonos correr peligros, que no han de producirnos
consecuencias?
El peligro que tu
vida ha corrido es una advertencia que tú mismo has deseado, con el fin de
alejarte del mal, y volverte mejor. Cuando te libras de él, estando aún bajo la
influencia del peligro que has corrido, piensas en mayor o en menor grado
decididamente, según la acción que sea más o que sea menos caracterizada de tus
espíritus buenos, hacerte mejor de lo que eres. Al sobrevenir los espíritus
malos (digo malos sobreentendiendo el mal que aún en ellos existe), te harán
pensar que saldrás igualmente ileso de otros peligros y, confiadamente, dejas
que tus pasiones se desenfrenen nuevamente. Por medio de los peligros que
corréis, Dios os recuerda vuestra debilidad y la fragilidad de vuestra
existencia. Si se examina la causa y naturaleza del peligro, se verá que, la
mayor parte de las veces, sus consecuencias hubieran sido castigo de una falta
cometida o de un deber descuidado. De este modo Dios os amonesta a que os
reconcentréis en vosotros mismos y os corrijáis.
─ ¿Sabe el espíritu
de antemano la clase de muerte por la que ha de fallecer su cuerpo?
Sabe que la clase
de vida que ha elegido le expone a morir en este género de muertes de
preferencia que de aquel otro; pero sabe igualmente las luchas que habrá de
sostener para evitarlo, y que, si Dios se lo concede, no sucumbirá.
─ Hay hombres que
desafían los peligros de los combates, en la persuasión de que aún no ha
llegado su hora, ¿tiene algún fundamento esa creencia?
El hombre tiene con
mucha frecuencia presentimiento de su fin, como puede tener el de que no morirá
aún. Este presentimiento procede de sus espíritus protectores, que quieren
avisarle de que esté presto a partir, o que fortalecen su ánimo en los momentos
en que más lo necesita. Puede proceder también de la intuición que tiene de la
existencia que ha elegido, o de su misión que ha aceptado y que sabe que ha de
cumplir.
─ ¿De dónde procede
que los que presienten su muerte, la temen generalmente menos que los otros?
El hombre, y no el
espíritu es quien teme la muerte, y el que la presiente piensa más como
espíritu que como hombre. Comprende su emancipación, y la espera.
─ Si la muerte no
puede ser evitada, cuando ha de tener lugar, ¿sucede lo mismo con todos los
accidentes que nos sobrevienen durante el curso de la vida?
A menudo son cosas
bastante pequeñas para que podamos preveniros, y evitároslas a veces,
dirigiendo vuestro pensamiento, porque nos disgusta el sufrimiento material;
pero esas cosas importan poco a la vida que habéis elegido. La fatalidad no
consiste más que en la hora en que debéis aparecer y desaparecer de La Tierra.
─ ¿Existen hechos
que forzosamente han de acontecer, y que no pueden conjurar la voluntad de los
espíritus?
Sí; pero tú en
estado de espíritu, los viste y presentiste cuando hiciste tu elección. No
creas, sin embargo, que todo lo que sucede está escrito, como se dice. Un
acontecimiento es a menudo consecuencia de una cosa que has hecho por un acto
de tu libre voluntad, de modo que si no la hubiese hecho, el acontecimiento no
hubiera tenido lugar. Si te quemas un dedo, esto no es nada; es consecuencia de
tu imprudencia y de la materia. Solo los grandes dolores y los acontecimientos
importantes y que pueden influir en la moral, están previstos por Dios; porque
son útiles a tu purificación e instrucción.
─ ¿Puede el hombre,
mediante su voluntad y sus actos, lograr que ciertos acontecimientos que debían
tener lugar, no lo tengan y viceversa?
Lo puede, si esa
desviación aparente puede entrar en la vida que ha elegido. Y, además, para
hacer bien, como así debe ser, y como este es el único objeto de la vida, puede
impedir el mal, sobre todo aquel que podría contribuir a un mal mayor.
─ El hombre que
comete un asesinato, ¿sabe al escoger su existencia que llegará a ser asesino?
No, sabe que eligiendo
una vida de lucha corre riesgo de matar a uno de sus semejantes pero ignora si
lo hará; porque casi siempre delibera antes de cometer el crimen, y aquel que
delibera sobre algo es siempre libre de hacerlo o no hacerlo. Si el espíritu
supiese de antemano que, como hombre, debe cometer un asesinato, sería porque
estaba predestinado para ello. Sabed, pues, que nadie está predestinado para
cometer un crimen, y que todo crimen o cualquiera otro acto es siempre
resultado de la voluntad y del libre albedrío.
Por lo demás,
vosotros confundís siempre dos cosas muy diferentes: los acontecimientos
materiales de la vida y los actos de la vida moral. Si fatalidad o
predestinación existe a veces, es respecto de aquellos acontecimientos
materiales cuya causa está fuera de vosotros y que son independientes de
vuestra voluntad. En cuanto a los actos de la vida moral, emanan todas las
veces del hombre quien tiene siempre, por lo tanto, la libertad de elegir.
Respecto de estos actos, no existe nunca predestinación.
─ Hay personas a
quienes nada sale bien y a quienes parece que persigue un genio malo en todas
sus empresas o propósitos. ¿No es cierto que esto se pueda llamar
predestinación o fatalidad?
Llámalo así, si así
quieres llamarlo; pero depende de la elección de la clase de existencia, porque
semejantes personas han querido ser probadas por una vida de desengaño, con el
fin de ejercitar su paciencia y su resignación. No creas, empero, que semejante
fatalidad sea absoluta, pues a menudo es resultado del camino equivocado que
han tomado, y que no está en relación con su inteligencia y sus aptitudes. El
que quiere atravesar un río a nado, sin saber nadar, corre gran peligro de
ahogarse, y lo mismo sucede en la mayor parte de los acontecimientos de la
vida. Si el hombre no emprendiese otras cosas que las que están en relación con
sus facultades, llegaría a buen término casi siempre. Lo que le pierde es su
amor propio y su ambición que le hacen salir del camino, y tomar por vocación
el deseo de satisfacer ciertas pasiones. Fracasa y es culpa suya; pero en vez
de censurarse a sí mismo, prefiere acusar a su estrella. Tal hay que hubiese
sido un buen obrero y se hubiera ganado honradamente la vida, pero es un mal
poeta y se muere de hambre. Para todos habría puesto, si cada uno supiera
ocupar su lugar.
─ ¿Las costumbres
sociales no obligan con frecuencia al hombre a tomar una dirección con
preferencia a otra, por estar sometido a la censura de la opinión en la
elección de sus ocupaciones? Entonces lo que se llama respeto humano, ¿no es un
obstáculo al ejercicio del libre albedrío?
Los hombres son los
que crean las costumbres sociales y no Dios. Si a ellas se someten, es porque
quieren o les conviene, lo cual es también un acto de su libre albedrío, puesto
que, si lo quisieran, podrían emanciparse de cualquier costumbre. ¿De qué se
quejan entonces? No es a las costumbres sociales a las que deben acusar, ni a los
demás, sino a su insulso amor propio que los obliga a que prefieran morirse de
hambre a quedar mal ante las costumbres sociales. Nadie les toma en cuenta ese
sacrificio hecho al orgullo, al paso que Dios si les evaluará esa su vanidad.
No quiere esto decir que haya que desafiar innecesariamente la opinión pública,
como lo hacen ciertas personas que son muy originales. No es lógico exponerse a
propósito a que le señalen con el dedo, o a que le miren como a un animal raro;
pero sabia sí es la persona que desciende voluntariamente y sin mayores
murmullos del escalón en donde se presume que todos los de una determinada sociedad
deben estar y actuar.
─ Si hay personas a
quienes se muestra contraria la suerte, hay otras para quienes parece
favorable, pues todo les sale bien. ¿De qué depende esto?
A menudo sucede
así, porque saben arreglárselas mejor; pero también puede ser eso una clase de
prueba. El triunfo les embriaga; se fían de su destino, y con frecuencia pagan
más tarde esos mismos triunfos por los crueles reveses que, con prudencia,
hubieran podido evitar.
─ ¿Cómo puede
explicarse la suerte que favorece a ciertas personas en circunstancias en que
ninguna parte toman la voluntad o la inteligencia; en el juego, por ejemplo?
Ciertos espíritus
han elegido de antemano cierta clase de placeres. La suerte que les favorece es
una tentación. El que gana como hombre, pierde como espíritu. Es una prueba
para su orgullo y su codicia.
─ La fatalidad o
predestinación que parece presidir a los destinos materiales de nuestra vida,
¿es también, pues, efecto de nuestro libre albedrío?
Tú mismo has
elegido tu prueba. Mientras más ruda sea y la soportes mejor, te elevas más.
Los que pasan la vida en la abundancia y en la felicidad humana son espíritus
cobardes, que permanecen estacionarios. Así el número de los infortunados
excede en mucho al de los felices de este mundo, dado que el mayor número de
los espíritus procuran la prueba que les sea más fructífera. Aprecian con harta
exactitud la poquedad de vuestras grandezas y goces. Por otra parte, la vida
más feliz es siempre agitada y siempre turbada.
─ ¿De dónde
proviene el dicho: Nacer con buena estrella?
Antigua
superstición que relacionaba las estrellas con el destino de cada hombre;
alegoría o metáfora en la que ciertas personas cometen la majadería de creer y
de tomar literalmente.
CONOCIMIENTO DEL
PORVENIR
─ ¿Puede ser
revelado el porvenir al hombre?
En principio el
porvenir está oculto para él, y solo en casos raros y excepcionales Dios
permite su revelación.
─ ¿Con qué objeto
se le oculta el porvenir al hombre?
Si el hombre conociese
el porvenir, descuidaría el presente y no obraría con la misma libertad; porque
le dominaría la idea de que, si una cosa ha de suceder, no debe ocuparse de
ella, o bien procuraría estorbarla. Dios no ha querido que así fuese, con el
fin de que cada uno contribuyese a la realización de las cosas, aún de aquellas
a que quiera oponerse. Así, pues, tú preparas con frecuencia, y sin sospecharlo,
los acontecimientos que tendrán lugar durante el curso de tu vida.
─ Puesto que es
útil que esté oculto el porvenir, ¿por qué permite Dios su revelación en
ciertas ocasiones?
Sucede esto cuando
semejante acontecimiento anticipado, facilita en vez de estorbar el
cumplimiento del hecho, induciendo a obrar de modo distinto al que se hubiese
obrado si no se hubiese tenido aquel conocimiento. Con frecuencia, además, es
una prueba. La perspectiva de un acontecimiento puede sugerir pensamientos más
o menos buenos. Si un hombre debe saber, por ejemplo, que recibirá una herencia
con que no contaba, podrá ser solicitado por el sentimiento de codicia, por el
placer de aumentar sus goces terrestres, por el deseo de poseer antes,
anhelando acaso la muerte de aquel que ha de legarle la fortuna, ─por el
contrario─ semejante perspectiva le despertará buenos sentimientos y pensamientos
generosos. Si la predicción no se cumple, es otra prueba, la del modo cómo
sobrellevará el desengaño; pero no dejará por eso de tener el mérito o
desmérito de los pensamientos buenos o malos, que la creencia en el
acontecimiento le haya suscitado.
─ Puesto que Dios
lo sabe todo, sabe igualmente si un hombre sucumbirá o no en una prueba
determinada. ¿Cuál es entonces la necesidad de esa prueba, puesto que respecto
de tal hombre, nada puede enseñarle a Dios que ya no sepa?
Tanto valdría
preguntar por qué Dios no ha creado al hombre perfecto y completo; porque el
hombre pasa por la infancia antes de llegar a ser adulto. El objeto de la
prueba no es el de instruir a Dios sobre el tal hombre; porque Dios sabe
perfectamente lo que vale aquél, sino el de dejarle toda la responsabilidad de
su acción, puesto que es libre de ejecutarla o no ejecutarla. Pudiendo el
hombre elegir entre el bien o el mal, la prueba produce el efecto de ponerle en
lucha con la tentación del mal, dejándole todo el mérito de la resistencia.
Luego, aunque Dios sepa muy bien de antemano si triunfará o no, no puede en su
justicia, ni castigarle, ni recompensarle por un acto no realizado aún.
Lo mismo sucede entre los hombres. Por capaz que sea un aspirante, cualquiera que sea la certeza que se tenga de que triunfará, no se le confiere grado alguno sin examen; es decir, sin prueba. De igual manera el juez no condena al acusado sino en virtud de un hecho consumado, y no por previsión de que puede o debe consumarlo.
Mientras más se reflexiona sobre las consecuencias que resultarían para el hombre del conocimiento del porvenir, más se comprende lo sabia que ha sido la Providencia en ocultárselo. La certeza de un acontecimiento feliz le sumiría en la inacción; y en el abatimiento la de uno infeliz, y en ambos casos quedarían paralizadas sus fuerzas. He aquí por qué el porvenir no le es revelado al hombre más que como un fin que debe alcanzar con sus esfuerzos; pero ignorando la serie de peripecias porque ha de pasar para lograrlo. El conocimiento de todos los incidentes del camino, le privaría de iniciativa y del uso de su libre albedrío, y se dejaría deslizar por la pendiente inevitable de los sucesos, sin ejercer sus facultades. Seguros del éxito de una cosa, no nos ocuparíamos más de ella.
RESUMEN TEÓRICO
DEL MÓVIL DE LAS ACCIONES DEL HOMBRE
La cuestión del libre albedrío puede resumirse de este modo: El hombre no es inevitablemente arrastrado al mal, los actos que realiza no están escritos de antemano; los crímenes que comete no son el resultado de un fallo del destino. Como prueba y como expiación (castigo de reparación), puede elegir una existencia en la que sentirá las solicitaciones del crimen, ya a consecuencia del medio en que está viviendo, ya en virtud de las circunstancias que sobrevengan; pero siempre es libre de obrar o de no obrar. Así, pues, el libre albedrío existe en el estado de espíritu para la elección de la existencia y de las pruebas, y en estado corporal en la facultad de ceder o de resistir a las solicitudes o señuelos a que voluntariamente nos hemos sometido. A la educación le toca combatir esas malas tendencias, y lo hará provechosamente cuando esté basada en el estudio profundo de la naturaleza moral del hombre. Mediante el conocimiento de las leyes que rigen esa naturaleza moral, se llegará a modificarla, como la inteligencia por medio de la instrucción, y el temperamento por medio del esmero.
El espíritu desprendido de la materia y en estado errante, elige sus futuras existencias corporales según el grado de perfección a que ha llegado y, en esto, como hemos dicho, consiste especialmente su libre albedrío. Semejante libertad no queda anulada por la reencarnación; si cede a la influencia de la materia, es porque sucumbe a las pruebas que él mismo ha elegido, y para que le ayuden a dominarlas, puede invocar la asistencia de Dios y de los espíritus buenos.
Sin libre albedrío el hombre no tiene culpa del mal, ni mérito por el bien, lo cual está de tal modo reconocido, que en el mundo se proporciona siempre la censura o el elogio a la intención; es decir, a la voluntad, y quien dice voluntad dice libertad. El hombre no puede, pues, buscar escusa a sus faltas en sus órganos, deponiendo a su corazón y a su condición de ser humano, para asimilarse al bruto. Si de tal manera aconteciese respecto del mal, igualmente sucedería respecto del bien; pero cuando el hombre realiza éste, se cuida de ganarse un mérito por ello, sin atribuirlo a sus órganos, lo cual prueba que instintivamente no renuncia, a pesar de la opinión de algunos sistemáticos, al más bello privilegio de su especie, la libertad de pensar.
La fatalidad o predestinación, tal como vulgarmente se la comprende, supone la decisión anticipada e irrevocable de todos los sucesos de la vida, cualquiera que sea su importancia. Si este fuese el orden de las cosas, el hombre sería una máquina sin voluntad. ¿De qué le serviría su inteligencia, puesto que estaría invariablemente dominado en todos sus actos por la fuerza del destino? Si semejante doctrina fuese verdadera, sería la destrucción de toda libertad moral; no existiría responsabilidad para el hombre, y por consiguiente, ni bien, ni mal, ni crímenes, ni virtudes. Dios, soberanamente justo, no podría castigar a sus criaturas por faltas que no dependían de ellas dejar de cometer, ni recompensarlas por virtudes cuyo mérito no le correspondía. Semejante ley sería, además, la negación de la ley del progreso; porque el hombre que todo lo esperase de la suerte, nada acometería ni intentaría para mejorar su condición, puesto que no sería ni de mejor ni de peor condición.
La fatalidad o predestinación no es, sin embargo, una palabra hueca. Aplica en las circunstancias y posición que el hombre ocupa en La Tierra, y en las funciones que desempeña, a consecuencia de la clase de existencia que su espíritu ha elegido como prueba, expiación (castigo de reparación) o misión. Sufre totalmente todas las vicisitudes de esa existencia, y todas las tendencias buenas o malas que le son inherentes; pero hasta aquí llega la fatalidad; porque depende de su voluntad el ceder o no a aquellas tendencias. Los detalles de los acontecimientos están subordinados a las circunstancias que el hombre provoca por sí mismo con sus actos, y en los cuales pueden influir los espíritus por medio de los pensamientos que le sugieren.
La fatalidad o predestinación consiste, pues, en los sucesos que se presentan, puesto que son consecuencia de la elección de la existencia hecha por el espíritu. No puede consistir en el resultado de aquellos sucesos, puesto que puede depender del hombre el modificar su curso con su prudencia, y no consiste nunca en los hechos de la vida moral.
Respecto de la muerte, sí que está el hombre sometido de un modo absoluto a la inexorable ley de la fatalidad; porque no puede substraerse al fallo que fija el término de su existencia, ni al género de muerte que debe interrumpir su curso.
Según la doctrina vulgar, el hombre toma en sí mismo todos sus instintos; éstos provienen, ora de sus órganos físicos de cuya organización no puede ser responsable, ora de su propia naturaleza en la cual pueden buscar una excusa, diciéndose que no es culpa suya el ser como es. Evidentemente es más moral la doctrina espírita: admite en el hombre el libre albedrío en toda su plenitud, y al decirle que, si hace mal, cede a una mala sugestión extraña, le abandona toda la responsabilidad, puesto que le reconoce fuerza para resistirla, lo que es evidentemente más fácil que tuviese que luchar con su propia naturaleza. Así, según la doctrina espírita, no existe solicitación (señuelo) irresistible; el hombre puede negar siempre oídos a la voz oculta que en su fuero interno le insta al mal, como puede negarlos a la voz material del que habla, y lo puede en virtud de su voluntad, pidiendo a Dios la fuerza necesaria y reclamando a este efecto la asistencia de los espíritus buenos. Esto es lo que nos enseña Jesús en la sublime súplica de oración dominical, cuando nos hace decir: "Y no nos deje caer en la tentación, más líbranos del mal."
Esta teoría de la causa excitante de nuestros actos se desprende evidentemente de toda la enseñanza dada por los espíritus. No solo es sublime por su moralidad, sino que añadimos que ensalza al hombre; lo presenta libre de sacudir un yugo terco, como libre es de cerrar su casa a los importunos; no es ya una máquina que obra por un impulso independiente de su voluntad, sino un ser dotado de razón que escucha, que juzga y escoge libremente entre dos consejos. Añadamos que, a pesar de esto, el hombre no queda privado de iniciativa, y no deja de obrar por movimiento propio, puesto que en definitiva no es más que un espíritu encarnado que conserva, bajo la envoltura corporal, las cualidades buenas o malas que poseía como espíritu. Las faltas que cometemos tienen, pues, su primer origen en la imperfección de nuestro espíritu, que no ha conseguido aún la superioridad moral que tendrá un día; pero que no carece por ello de libre albedrío. La vida corporal le es dada para que se purguen de sus imperfecciones a través de las pruebas que sufre; y, precisamente, las mismas imperfecciones son las que le hacen más débil y accesible a las sugestiones de los otros espíritus imperfectos, que de ellas se aprovechan para procurar que sucumban en la lucha que han emprendido. Si de ella sale victorioso, se eleva; si sucumbe, se queda como era, ni mejor, ni peor. Habrá de empezar una nueva prueba, lo que puede prolongarse durante mucho tiempo. Mientras más se purifica, más disminuyen sus lados vulnerables, y menos pie da a los que le instan al mal. Su fuerza moral crece en proporción de su elevación, y los malos espíritus se alejan de él.
Todos los espíritus, en mayor o en menor grado buenos, una vez encarnados, constituyen la especie humana, y como nuestra Tierra es uno de los mundos menos adelantados, en ella se encuentran más espíritus malos que buenos, y he aquí porque vemos tanta perversidad. Esforcémonos, pues, por no volver a este mundo, después de la presente residencia, y por merecer ir a descansar en otro mejor, en uno de esos mundos privilegiados donde el bien reina sin rival, y en el cual no recordamos nuestro tránsito por La Tierra más que como un periodo de destierro.