─ ¿Hay algo de cierto en lo que se habla popularmente
relacionado con los pactos con espíritus malos?
No; no existen tales pactos, sino una naturaleza mala que
resulta afín y simpatiza con los espíritus malos. Por ejemplo: quieres
martirizar a tu vecino y no sabes cómo hacerlo; entonces te atraes espíritus
inferiores que, como tú, solo quieren el mal, y para ayudarte quieren que
secundes sus malos designios; pero no se sigue de aquí que tu vecino no pueda
librarse de ellos por medio de una conjuración contraria y de su voluntad. El
que quiere cometer una mala acción, por este mero hecho atrae espíritus malos
que le ayudan, y se ve obligado entonces a servirlos como ellos lo hacen respecto
de él; porque también lo necesitan para el mal que desean hacer. En esto
únicamente consiste el pacto.
La dependencia en que a veces está el hombre de los espíritus inferiores proviene de que se entrega a los malos pensamientos que le sugieren, y no de estipulaciones entre ellos y él. El pacto, en el sentido vulgar de la palabra, es la alegoría de una naturaleza mala que simpatiza con espíritus malhechores.
─ ¿Qué sentido tienen las leyendas fantásticas según las
cuales ciertos individuos han vendido su alma a Satanás, para lograr, de él,
determinados favores?
Todas
las fábulas contienen una enseñanza y un sentido moral, y vuestro error
consiste en tomarlas literalmente. La que nos ocupa es una alegoría que puede
explicarse así: El que llama en su ayuda a los espíritus para lograr de ellos
bienes de fortuna u otro cualquier favor, murmura de La Providencia; renuncia a
la misión que ha recibido y a las pruebas que debe sufrir en La Tierra, y
experimentará las consecuencias en la vida futura. No quiere esto decir que su
alma esté para siempre consagrada a la infelicidad, sino que, puesto que en vez
de desprenderse de la materia, se ha engolfado más en ella, las alegrías que
habrá tenido en La Tierra no las tendrá en el mundo de los espíritus, hasta que
no se haya rehabilitado por medio de nuevas pruebas, quizá mayores y más
penosas. Por su amor a los goces materiales se pone bajo la dependencia de los
espíritus impuros, lo que constituye entre ambos un pacto oculto que le conduce
a su pérdida, pero que siempre puede romper fácilmente, si lo quiere firmemente,
con auxilio de los espíritus buenos.