─ ¿Toman alguna parte los espíritus en los fenómenos que se
producen en los individuos con el nombre de convulsionario?
Sí, y muy grande. Lo mismo que el magnetismo que es su
origen primitivo, pero a menudo el charlatanismo ha explotado y exagerado esos
efectos, lo que los ha puesto en ridículo.
─ ¿De qué naturaleza son por lo general los espíritus que
cooperan a esa especie de fenómenos?
Poco elevados. ¿Creéis que los espíritus superiores se
divierten en tales cosas?
─ ¿Cómo puede desarrollarse súbitamente en toda un población
el estado anormal de los convulsionarios y crisíacos?
Efecto simpático. Las disposiciones morales se comunican muy
fácilmente en ciertos casos. No eres tan extraño a los efectos magnéticos para
no comprender esto, y la parte que ciertos espíritus deben tomar en ello por
simpatía hacia los que los provocan.
Entre las raras facultades que se observan en los convulsionarios, se reconocen sin trabajo, algunas de que ofrecen numerosos ejemplos el sonambulismo y el magnetismo: tales son, entre otras, la insensibilidad física, el conocimiento del pensamiento, la transmisión simpática de los dolores, etc. No puede, pues, dudarse de que esos crisíacos estén en una especie de estado de sonambulismo despierto, provocado por la influencia que ejercen los unos en los otros. Son a la vez magnetizadores y magnetizados a pesar suyo.
─ ¿Cuál es la causa de la insensibilidad física que se nota
en ciertos convulsionarios, o en otras personas sujetas a los más rudos
tormentos?
En algunos es un efecto exclusivamente magnético que obra
sobre el sistema nervioso del mismo modo que ciertas substancias. En otros la exaltación
del pensamiento embota la sensibilidad; porque parece que la vida se ha
retirado del cuerpo para reconcentrarse en el espíritu. ¿No sabéis que cuando
el espíritu se ocupa atentamente de algo, el cuerpo no ve, ni siente, ni oye
nada?
La exaltación fanática y el entusiasmo ofrecen a menudo en los suplicios, el ejemplo de una calma y sangre fría que no podrían sobreponerse a un dolor agudo, si no se admitiese que la sensibilidad se encuentra neutralizada por una especie de efecto anestésico. Sabido es que en el ardor del combate no se apercibe uno con frecuencia de una herida grave, al paso que, en circunstancias ordinarias, un rasguño haría temblar.
Puesto que estos fenómenos dependen de una causa física y de la acción de ciertos espíritus, puede preguntarse de qué ha dependido que la autoridad los haya hecho cesar en ciertos casos. La razón es obvia. La acción de los espíritus en este caso no es más que secundaria, y se reduce a aprovecharse de una disposición natural. La autoridad no ha suprimido esta última, sino la causa que la sostenía y exaltaba: de activa que era, la ha hecho latente, y razón ha tenido para proceder así: porque originaba abuso y escándalo. Por lo demás, se sabe que semejante intervención es impotente cuando la acción de los espíritus es directa y espontánea.