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23.6.13

¿QUÉ SE PUEDE DECIR DEL ESPÍRITU O ALMA DEL NIÑO?

─ El espíritu que anima el cuerpo de un niño, ¿está tan desarrollado como el de un adulto?

Puede estarlo más, si más ha progresado, y solo la imperfección de los órganos le impide manifestarse. Obra en proporción al instrumento con cuya ayuda puede exteriorizarse.

─ En un niño de poca edad el espíritu, fuera del obstáculo que la imperfección de los órganos opone a su libre manifestación, ¿piensa como un niño o como un adulto?

Cuando es niño, natural es que, no estando desarrollados sus órganos de la inteligencia, no puedan darle toda la intuición de un adulto y tiene, en efecto, la inteligencia muy limitada la cual va madurando con la edad. La turbación que acompaña a la encarnación, no cesa súbitamente en el acto del nacimiento y solo gradualmente se disipa con el desarrollo de los órganos.

─ A la muerte de un niño, ¿recobra el espíritu inmediatamente su vigor primitivo?

Debe ser así, puesto que está desprendido de su envoltura carnal. No recobra, sin embargo, su lucidez primitiva, hasta que la separación es completa, es decir, cuando ya no existe lazo alguno entre el espíritu y el cuerpo.

─ ¿El espíritu encarnado sufre, durante la infancia, por la violencia que le genera la imperfección de sus órganos?

No; este estado es una necesidad, es natural y conforme con las miradas de La Providencia. Es un tiempo de descanso para el espíritu.

─ ¿Qué utilidad reporta el espíritu de pasar por el estado de la infancia?            

Encarnándose el espíritu con la mira de perfeccionarse, es más accesible, durante aquel tiempo, a las impresiones que recibe y que pueden favorecer su progreso al que deben contribuir los que están encargados de su educación.

─ ¿Por qué el llanto es el primer grito del niño?

Para excitar el interés de la madre y provocar los cuidados que le son necesarios. ¿No comprendes que si solo gritase de alegría, nadie se inquietaría por lo que necesita, cuando no sabe hablar aún? Admirad, pues, en todo, la sabiduría de La Providencia.

─ ¿De dónde procede el cambio que se produce en el carácter a cierta edad, particularmente al salir de la adolescencia? ¿Es el espíritu el que se modifica?

Es el espíritu que recupera su naturaleza y se muestra como era.

Vosotros no sabéis el secreto que en su inocencia ocultan los niños; no sabéis lo que son, lo que han sido, lo que serán, y los amáis sin embargo, los queréis como si fuesen parte de vosotros mismos, de modo que el amor de una madre hacia sus hijos se considera como el mayor que puede un ser sentir por otro ser. ¿De dónde procede tan dulce afecto, esa tierna benevolencia que hasta personas extrañas experimentan respecto del niño? ¿Lo sabéis...? Voy a explicároslo:

Los niños son seres que Dios envía a nuevas existencias, y para que fácilmente se les quiera y no puedan acusarle de severidad demasiado grande, les concede todas las apariencias de la inocencia. Hasta en un niño de mala índole, se cubren sus maldades con su tierno aspecto y con la inocencia de sus actos. Semejante inocencia no es una superioridad real sobre lo que era antes; no, es la imagen de lo que debiera ser, y si no lo son, sobre ellos únicamente recae el castigo.

Pero no solamente por ellos les da Dios este aspecto, dáselo también, y sobre todo, por sus padres, cuyo amor es necesario a la debilidad de aquellos, amor que se menguaría notablemente a la vista de un aspecto rudo o un carácter áspero y acervo; mientras que, creyendo a sus hijos buenos y afables, les profesan todo su afecto y les rodean de los más exquisitos cuidados.

Pero cuando los hijos no necesitan ya de esta protección, de esta asistencia que se les ha otorgado, entre los quince y los veinte años, aparece su carácter real e individual en toda su desnudez, y continúa siendo bueno, si esencialmente era bueno; pero se matiza siempre de los colores que estaban ocultos por la infancia.

Ya véis que las miras de Dios son siempre las mejores, y que cuando se tiene un corazón puro, la explicación es fácil de concebir.

Figuráos, en efecto, que el espíritu de los niños que nacen entre vosotros, puede venir de un mundo donde ha tomado hábitos diferentes, ¿cómo queréis que existiese en medio de vosotros ese nuevo ser, que viene con pasiones esencialmente distintas de las que tenéis vosotros, con inclinaciones y gustos enteramente opuestos a los vuestros, cómo queréis que se uniese a vuestras filas de otro modo que como Dios lo ha querido, es decir, por el tamiz de la infancia? En ella se confunden todos los pensamientos, todos los caracteres y las variedades de seres engendrados por esa multitud de mundos en los que crecen las criaturas. Y vosotros mismos, al morir, os encontráis en una especie de infancia en medio de nuevos hermanos, y en vuestra nueva existencia no terrestre, ignoráis los hábitos, las costumbres y las relaciones de ese mundo nuevo para vosotros, y hablaríais con dificultad una lengua que no estáis acostumbrados a hablar, lengua más viva aún que vuestro pensamiento actual.

La infancia tiene otra utilidad. Solo entran los espíritus en la vida corporal para perfeccionarse, para mejorarse, y la debilidad de la edad primera les hace flexibles, accesibles a los consejos de la experiencia y de los que deben hacerles progresar. Entonces es cuando puede reformarse su carácter y reprimir sus malas inclinaciones, y esta es la misión venerable que Dios ha confiado a los padres.

Así es como la infancia es no solo útil, necesaria e indispensable, sino que también consecuencia natural de las leyes que Dios ha establecido y que rigen el Universo.