─ El espíritu que anima el cuerpo de un niño, ¿está tan
desarrollado como el de un adulto?
Puede estarlo más, si más ha progresado, y solo la
imperfección de los órganos le impide manifestarse. Obra en proporción al
instrumento con cuya ayuda puede exteriorizarse.
─ En un niño de poca edad el espíritu, fuera del obstáculo
que la imperfección de los órganos opone a su libre manifestación, ¿piensa como
un niño o como un adulto?
Cuando es niño, natural es que, no estando desarrollados sus
órganos de la inteligencia, no puedan darle toda la intuición de un adulto y
tiene, en efecto, la inteligencia muy limitada la cual va madurando con la
edad. La turbación que acompaña a la encarnación, no cesa súbitamente en el
acto del nacimiento y solo gradualmente se disipa con el desarrollo de los
órganos.
─ A la muerte de un niño, ¿recobra el espíritu
inmediatamente su vigor primitivo?
Debe ser así, puesto que está desprendido de su envoltura
carnal. No recobra, sin embargo, su lucidez primitiva, hasta que la separación
es completa, es decir, cuando ya no existe lazo alguno entre el espíritu y el
cuerpo.
─ ¿El espíritu encarnado sufre, durante la infancia, por la
violencia que le genera la imperfección de sus órganos?
No; este estado es una necesidad, es natural y conforme con
las miradas de La Providencia. Es un tiempo de descanso para el espíritu.
─ ¿Qué utilidad reporta el
espíritu de pasar por el estado de la infancia?
Encarnándose el espíritu con la
mira de perfeccionarse, es más accesible, durante aquel tiempo, a las
impresiones que recibe y que pueden favorecer su progreso al que deben
contribuir los que están encargados de su educación.
─ ¿Por qué el llanto es el primer
grito del niño?
Para excitar el interés de la
madre y provocar los cuidados que le son necesarios. ¿No comprendes que si solo
gritase de alegría, nadie se inquietaría por lo que necesita, cuando no sabe
hablar aún? Admirad, pues, en todo, la sabiduría de La Providencia.
─ ¿De dónde procede el cambio que
se produce en el carácter a cierta edad, particularmente al salir de la
adolescencia? ¿Es el espíritu el que se modifica?
Es el espíritu que recupera su
naturaleza y se muestra como era.
Vosotros no sabéis el secreto que
en su inocencia ocultan los niños; no sabéis lo que son, lo que han sido, lo
que serán, y los amáis sin embargo, los queréis como si fuesen parte de
vosotros mismos, de modo que el amor de una madre hacia sus hijos se considera
como el mayor que puede un ser sentir por otro ser. ¿De dónde procede tan dulce
afecto, esa tierna benevolencia que hasta personas extrañas experimentan
respecto del niño? ¿Lo sabéis...? Voy a explicároslo:
Los niños son seres que Dios envía
a nuevas existencias, y para que fácilmente se les quiera y no puedan acusarle
de severidad demasiado grande, les concede todas las apariencias de la
inocencia. Hasta en un niño de mala índole, se cubren sus maldades con su
tierno aspecto y con la inocencia de sus actos. Semejante inocencia no es una
superioridad real sobre lo que era antes; no, es la imagen de lo que debiera
ser, y si no lo son, sobre ellos únicamente recae el castigo.
Pero no solamente por ellos les da
Dios este aspecto, dáselo también, y sobre todo, por sus padres, cuyo amor es
necesario a la debilidad de aquellos, amor que se menguaría notablemente a la
vista de un aspecto rudo o un carácter áspero y acervo; mientras que, creyendo
a sus hijos buenos y afables, les profesan todo su afecto y les rodean de los
más exquisitos cuidados.
Pero cuando los hijos no necesitan
ya de esta protección, de esta asistencia que se les ha otorgado, entre los
quince y los veinte años, aparece su carácter real e individual en toda su
desnudez, y continúa siendo bueno, si esencialmente era bueno; pero se matiza
siempre de los colores que estaban ocultos por la infancia.
Ya véis que las miras de Dios son
siempre las mejores, y que cuando se tiene un corazón puro, la explicación es
fácil de concebir.
Figuráos, en efecto, que el
espíritu de los niños que nacen entre vosotros, puede venir de un mundo donde
ha tomado hábitos diferentes, ¿cómo queréis que existiese en medio de vosotros
ese nuevo ser, que viene con pasiones esencialmente distintas de las que tenéis
vosotros, con inclinaciones y gustos enteramente opuestos a los vuestros, cómo
queréis que se uniese a vuestras filas de otro modo que como Dios lo ha
querido, es decir, por el tamiz de la infancia? En ella se confunden todos los
pensamientos, todos los caracteres y las variedades de seres engendrados por
esa multitud de mundos en los que crecen las criaturas. Y vosotros mismos, al
morir, os encontráis en una especie de infancia en medio de nuevos hermanos, y
en vuestra nueva existencia no terrestre, ignoráis los hábitos, las costumbres
y las relaciones de ese mundo nuevo para vosotros, y hablaríais con dificultad
una lengua que no estáis acostumbrados a hablar, lengua más viva aún que
vuestro pensamiento actual.
La infancia tiene otra utilidad.
Solo entran los espíritus en la vida corporal para perfeccionarse, para
mejorarse, y la debilidad de la edad primera les hace flexibles, accesibles a
los consejos de la experiencia y de los que deben hacerles progresar. Entonces
es cuando puede reformarse su carácter y reprimir sus malas inclinaciones, y
esta es la misión venerable que Dios ha confiado a los padres.
Así es como la infancia es no solo útil,
necesaria e indispensable, sino que también consecuencia natural de las leyes
que Dios ha establecido y que rigen el Universo.