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21.6.13

¿POR QUÉ LAS PERSONAS NO RECORDAMOS LAS ANTERIORES EXISTENCIAS?

─ ¿Por qué pierde el espíritu encarnado el recuerdo de su pasado?

El hombre no puede ni debe saberlo todo, y así lo quiere Dios en su sabiduría. A no ser por el velo que le oculta ciertas cosas, el hombre sería deslumbrado, como el que pasa súbitamente de la oscuridad a la luz. Gracias al olvido del pasado, es más él mismo.

─ ¿Cómo puede ser responsable el hombre de actos y, además, pagar y redimir faltas de cuyo recuerdo carece? ¿Cómo puede servirse de la experiencia adquirida en existencias olvidadas? Se concebiría que las tribulaciones de la vida le sirviesen de lección, si recordase lo que pudo inducirle a ellas; pero desde el momento que no lo recuerda, cada existencia le viene a ser como la primera, lo que equivale a tener que empezar siempre. ¿Cómo se coteja o se concilia esto con la justicia de Dios?

En cada nueva existencia, el hombre tiene más inteligencia y puede distinguir mejor el bien del mal. ¿Dónde estaría el mérito, si recordase el pasado? Cuando el espíritu regresa a su vida primitiva o espirita, toda su vida pasada se descorre ante él; ve las faltas que ha cometido y que son causa de su sufrimiento, y lo que hubiera podido impedir cometerlas; comprende que la posición que se le ha señalado es justa, e inquiere entonces la existencia que podría reparar la que acaba de transcurrir. Busca castigos o pruebas análogas a aquellas por que ya ha pasado o aquellas luchas que cree propicias a su progreso, y suplica a los espíritus superiores a él, que le ayuden en su nueva tarea que emprende; porque sabe que el espíritu que le será dado como guía en la nueva existencia, procurará hacerle reparar sus faltas, proporcionándole una especie de intuición de las que ha cometido. Esta intuición es el pensamiento, el deseo criminal que os puede asaltar y al cual os oponéis instintivamente, atribuyendo la mayor parte de las veces vuestra oposición a los principios que de vuestros padres habéis recibido, siendo así que es la voz de la conciencia que os habla, voz que es el recuerdo del pasado, y que os previene para que no volváis a caer en las faltas que ya habéis cometido. Ya en su nueva existencia el espíritu, si sufre con resignación las pruebas y resiste a ellas, se eleva y asciende en la jerarquía de los espíritus, cuando vuelve a encontrarse entre ellos.
Si no tenemos, durante la vida corporal, un recuerdo exacto de lo que hemos sido y del bien o del mal que hemos hecho en nuestras anteriores existencias, tenemos, sí, la intuición, y nuestras tendencias instintivas son una reminiscencia de nuestro pasado, a las cuales nuestra conciencia, que es el deseo que hemos concebido de no cometer las mismas faltas, nos previene que resistamos.
─ En los mundos más adelantados que el nuestro, donde no se vive sujeto a nuestras necesidades físicas y a nuestras enfermedades, ¿comprenden los hombres de ese mundo que son más dichosos que nosotros los terrícolas? La dicha en general es relativa y se aprecia o valora por comparación con un estado menos feliz. Como en definitiva algunos de esos mundos, aunque mejores que el nuestro, no han llegado a la perfección, los hombres que en ellos habitan deben tener causas especiales de malestar. Entre nosotros, por más que el rico no sienta las angustias de las necesidades materiales como el pobre, no deja de tener tribulaciones que amargan su vida. Pues bien, yo pregunto si, en su posición, ¿los habitantes de esos mundos se creen tan infelices como nosotros, o no se quejan de su suerte, no teniendo el recuerdo de una existencia inferior para efectos de comparación?

De dos modos diferentes debe responderse a esa pregunta. Hay mundos entre esos de que tú hablas, cuyos habitantes tienen un recuerdo muy claro y exacto de sus existencias pasadas y, como comprenderás, pueden y saben apreciar la dicha que Dios les permite saborear. Pero otros hay, cuyos habitantes, aunque colocados, como tú dices, en mejores condiciones que vosotros, no dejan de tener tan grandes incomodidades y hasta infelicidades, y no aprecian su dicha por lo mismo que no recuerdan un estado más infeliz. Pero, si como hombres no la aprecian, la aprecian como espíritus.
¿No se ve en el olvido de las existencias pasadas, sobre todo cuando han sido penosas, algo de providencial donde se revela la divina sabiduría? En los mundos superiores, cuando el recuerdo de las existencias infelices no pasa de ser un mal sueño, es donde se presentan a la memoria. ¿Acaso, en los mundos inferiores el recuerdo de las infelicidades sufridas no aumentaría las actuales? Concluyamos, pues, de esto, que bien hecho está todo lo que Dios ha hecho, y que no nos incumbe el criticar sus obras y decir el modo como debiera haber arreglado el Universo.
El recuerdo de nuestras anteriores individualidades traería graves inconvenientes; pues podría, en ciertos casos, humillarnos extraordinariamente y, en otros, exaltar nuestro orgullo y esclavizar por lo mismo nuestro libre albedrío. Para mejorarnos, nos ha dado Dios precisamente lo que nos es necesario y suficiente: la voz de la conciencia y las tendencias instintivas, y nos priva de lo que podría perjudicarnos. Añadamos, además, que si conservásemos el recuerdo de nuestros actos personales anteriores, conservaríamos igualmente el de los actos de los otros, conocimiento que podría originar las más desagradables consecuencias en las relaciones sociales. No pudiendo gloriarnos siempre de nuestro pasado, es una dicha muy a menudo el que sobre él se haya corrido un velo. Esto concuerda perfectamente con la doctrina de los espíritus sobre los mundos superiores al nuestro. En ellos, donde el bien impera, nada penoso es el recuerdo del pasado, y por eso allí se recuerdan las existencias precedentes, como recordamos nosotros los que hemos hecho los días anteriores. En cuanto a la permanencia en los mundos inferiores, no pasa de ser el recordarla como un mal sueño.
─ ¿Podemos tener revelaciones sobre nuestras existencias anteriores?

No siempre. Muchos saben, sin embargo, lo que eran y lo que hacían, y si les fuera permitido decirlo públicamente, harían extrañas revelaciones acerca del pasado.

─ Ciertas personas creen tener un vago recuerdo de un pasado desconocido, que se les presenta como la imagen fugitiva de un sueño que, en vano, procuran precisar. Esta idea, ¿no es más que una ilusión?

A veces es real; pero a menudo es una ilusión contra la cual es preciso prevenirse; porque puede ser efecto de una imaginación sobreexcitada.

─ En las existencias corporales de naturaleza más elevada que la nuestra, ¿el recuerdo de las existencias anteriores es más claro?

Sí; pues a medida que el cuerpo es menos material, recuerda mejor. El recuerdo del pasado es más claro para los seres que habitan mundos de orden superior.

─ Siendo una reminiscencia del pasado las tendencias instintivas del hombre, ¿se deduce que por medio del estudio de esas tendencias, puede cometer las faltas que ha cometido?

Indudablemente hasta cierto punto; pero es preciso tener en cuenta el mejoramiento que ha podido operarse en el espíritu, y las resoluciones que ha tomado en estado errante, pues la existencia actual puede ser mucho mejor que la precedente.

─ ¿Puede ser más mala; es decir, puede cometer el hombre en una existencia faltas que no ha cometido en la precedente?

Depende de su adelanto. Si no sabe resistir los castigos y superar las pruebas, puede ser arrastrado a nuevas faltas que son consecuencia de la posición que ha elegido; pero, en general, semejante faltas acusan un estado antes estacionario que retrógrado, porque el espíritu puede adelantar o detenerse, pero no retroceder.

─ Siendo los problemas de la vida corporal una purga de las faltas pasadas y, a la vez, pruebas para el porvenir, ¿se deduce que de la naturaleza de las dificultades puede inducirse la clase de existencia anterior?

Con mucha frecuencia, puesto que cada uno es castigado por donde ha pecado. Sin embargo, no debe admitirse el principio como regla absoluta. Las tendencias instintivas son un indicio; porque las pruebas que sufre el espíritu son tanto para el porvenir como para el pasado.
Llegado el término que señaló La Providencia para la vida de espíritu errante, el espíritu elige por sí mismo las pruebas a las que quiere someterse para apresurar su adelanto; es decir, la clase de vida que cree que mejor le proporcionará los medios conducentes, pruebas que siempre guardan proporción con las faltas que debe purgar. Si triunfa de ellas, se eleva; si claudica, le tova volver a empezar.
EL espíritu goza siempre de su libre albedrío, y en virtud de esta libertad elige, en estado de espíritu, las pruebas de la siguiente vida corporal, y en el de encarnación, delibera si hará o dejará de hacer, y escoge entre el bien y el mal. Negar al hombre el libre albedrío, equivaldría a reducirle a una máquina.
Vuelto a la vida corporal, el espíritu pierde momentáneamente el recuerdo de sus existencias anteriores, como si se las ocultara un velo. A veces tiene, no obstante, una conciencia vaga, y hasta pueden serle reveladas en ciertas circunstancias, pero solo por voluntad de los espíritus superiores que lo hagan espontáneamente con un fin útil, y nunca para satisfacer vanas curiosidades.
En ningún caso pueden ser reveladas existencias futuras; porque no están escritas ya que van dependiendo de la manera como se vivan las existencias presentes, y de la elección posterior del espíritu.
El olvido de las faltas cometidas no es un obstáculo al mejoramiento del espíritu. Al no tener un recuerdo exacto, el conocimiento que de ellas tenía en estado errante y el deseo que ha concebido de repararlas, le guían por medio de la intuición y le sugieren el pensamiento de resistir al mal. Este pensamiento es la voz de la conciencia de los espíritus que le asisten, si escucha las buenas inspiraciones que le sugieren.
Si el hombre no conoce los mismos actos que realizó en sus anteriores existencias, puede saber siempre la clase de faltas de que se hizo culpable y cuál era su carácter dominante. Bástale estudiarse a sí mismo, y puede juzgar de quien ha sido no por ser quien es, sino por sus tendencias.
Las dificultades de la vida corporal son a la vez un castigo y purga (una expiación) de las faltas pasadas y pruebas para el porvenir. Nos purifican y nos elevan, si las sufrimos con resignación y sin quejarnos.
La naturaleza de los problemas y de las pruebas que sufrimos puede ilustrarnos también acerca de lo que hemos sido y de los que hemos hecho, como en La Tierra juzgamos los actos del culpable por el castigo que le impone la ley. Así, pues, tal será castigado en su orgullo por la humillación de una existencia subalterna; el mal rico y el avaro por la miseria; el que ha sido duro para con los otros, por las durezas que sufrirá; el tirano, por la esclavitud; el hijo malo, por la ingratitud de su hijos; el perezoso, por el trabajo pesado y obligatorio; etc.