─ ¿De dónde vienen al hombre las buenas o malas cualidades
morales?
Son las del espíritu que en él está encarnado. Mientras más
puro es el espíritu encarnado en alguien, más dado al bien es ese hombre. Y lo contrario: entre menos puro, más dado al mal.
─ ¿Parece que resulta de esto que el hombre de bien es la
encarnación de un espíritu bueno; y el hombre vicioso, envidioso, hipócrita o
malintencionado, es la encarnación de un espíritu malo?
Sí; pero dí, mejor, un Espíritu Imperfecto; pues de otro
modo podría creerse en espíritus que son siempre malos, a los que vosotros
llamáis demonios.
─ ¿Cuál es el carácter de los individuos en los cuales se
encarnan los duendes ligeros?
Imprudentes, distraídos, alocados y a veces malhechores.
─ ¿Es uno mismo el espíritu que da al hombre las cualidades
morales y las intelectuales?
Ciertamente es el mismo, y las da en proporción al grado a
donde ha llegado. El hombre no tiene dos espíritus.
─ ¿Por qué los hombres muy inteligentes, los que revelan
tener un espíritu superior, a veces son al mismo tiempo son viciosos?
Depende de que el espíritu encarnado no obstante tener un
buen grado de progreso, no es aún bastante puro, y el hombre cede a la
influencia de otros espíritus más inferiores aún y con tendencias malas. El
espíritu progresa ascendiendo; pero el progreso no necesariamente se da en
forma simultánea en todos los sentidos: en un periodo puede adelantarse
científicamente y, en otro, moralmente.
─ ¿Qué debe pensarse de la opinión, según la cual las
diferentes facultades intelectuales y morales del hombre son producto de otros
tantos espíritus diversos en él encarnados, cada uno de los cuales tiene una
aptitud especial?
Reflexionando, se comprende que es absurda. El espíritu debe
tener todas las aptitudes, y para poder progresar le es precisa una voluntad
única. Si el hombre fuese una amalgama de espíritus, aquella voluntad no
existiría, y no tendría individualidad; y a su muerte, los espíritus
componentes serían como un vuelo de pájaros escapando de la jaula. A menudo se
queja el hombre de no comprender ciertas cosas, y es curioso el ver cómo
multiplica las dificultades cuando tiene a mano una explicación completamente
sencilla y natural. También se toma aquí el efecto por la causa, y se hace con
el hombre lo que los paganos con Dios. Creían en tantos dioses como fenómenos
hay en el universo; pero entre ellos las gentes sensatas no veían en tales
fenómenos más que efectos cuya causa única era un solo Dios.
El mundo físico y el mundo moral nos ofrecen, bajo este aspecto, numeroso puntos de comparación. Mientras los hombres se han fijado en la apariencia de los fenómenos, se ha creído en la existencia múltiple de la materia; pero hoy se comprende que esos tan variados fenómenos pueden ser muy bien modificaciones de la materia elemental única. Las diversas facultades son manifestaciones de una misma causa que es el alma, o espíritu encarnado, y no de muchas almas, así como los diferentes sonidos del instrumento musical de nombre órgano, son producto de una misma especie de aire, y no de tantas cuantos son los sonidos. Resultaría de este sistema que, cuando el hombre pierde o adquiere ciertas aptitudes e inclinaciones, provendría de la venida o partida de otros tantos espíritus, lo que haría del hombre un ser múltiple sin individualidad e irresponsable por lo tanto. Lo contradicen por otra parte los numerosos ejemplos de manifestaciones por las cuales prueban los espíritus su personalidad e individualidad.