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3.7.13

ELECCIÓN DE LAS PRUEBAS O CASTIGOS PARA LA SIGUIENTE VIDA

─ En estado errante y antes de tomar una nueva existencia corporal, ¿tiene el espíritu conciencia y previsión de lo que le sucederá durante la vida?

Elige por sí mismo el género de pruebas que quiere sufrir, y en esto consiste su libre albedrío.

─ ¿No es, pues, Dios quien le impone como castigo las tribulaciones de la vida?

Nada sucede sin el permiso de Dios; porque él estableció todas las reglas y leyes que rigen el Universo. ¿Estáis preguntando por qué ha hecho tal ley y no tal otra? Porque dejando al espíritu la libertad de elegir, le deja toda la responsabilidad de sus actos y de sus consecuencias; nada obstaculiza su porvenir, y le pertenece así a dicho espíritu el camino del bien, como el del mal. Y aún le queda, si sucumbe, el consuelo de que no todo ha concluido para él y de que Dios, en su bondad, le deja en libertad de volver a empezar lo que ha hecho mal.

─ Si el espíritu elige la clase de pruebas que quiere sufrir y superar, ¿dedúcese de ello que hemos previsto y elegido todas las tribulaciones que en la vida estamos experimentando?

Todas no es la palabra; porque no puede decirse que hayáis previsto hasta las cosas más insignificantes de todo lo que os pasa en el mundo. Habéis elegido el género de pruebas, entonces los hechos secundarios son consecuencia de la posición y a menudo de vuestras propias acciones. Si el espíritu ha querido nacer entre malhechores, por ejemplo, sabía a qué índole de peligros se exponía; pero no cada uno de los actos que realizaría, pues estos son efectos de la voluntad y del libre albedrío. El espíritu sabe que eligiendo tal camino, habrá que afrontar tal especie de lucha, conoce pues la naturaleza de las vicisitudes que encontrará, pero no sabe las minucias y los detalles de este acontecimiento o de aquel otro. Los detalles de los sucesos se producen de cada una de las circunstancias en que se van dando. Solo están previstas las grandes tendencias de los acontecimientos, las que influyen en el destino. Si eliges un camino que, por su género, se prevé que va a estar lleno de atolladeros, sabes que has de tomar grandes precauciones porque corres peligro de caer; pero no sabes en qué lugar caerá, y acaso podrás evitarlo si eres prudente. Si pasando por la calle te cae una teja en la cabeza, no creas que ese hecho estaba previsto o escrito como popularmente algunos dicen.

─ ¿Cómo puede el espíritu querer nacer entre gentes de mal vivir?

Preciso es que sea enviado a un centro en el que pueda sufrir la prueba que haya pedido. Pues bien, es necesaria la analogía, y para luchar con el instinto del bandolerismo, es preciso que encuentre personas de esa calaña.

─ Si no hubiese, pues, gentes de mal vivir en La Tierra, ¿el espíritu no podría encontrar el círculo necesario para ciertas pruebas?

¿Y os quejaría de ello? Lo que tú dices sucede en los mundos superiores donde no tiene acceso el mal, y por ello solo los habitan espíritus buenos. Procurad que pase pronto lo mismo en La Tierra.

─ En las pruebas que ha de superar para llegar a la perfección, ¿debe el espíritu experimentar todos los géneros de tentaciones? ¿Debe pasar por todas las circunstancias que pueden despertar y excitar en él el orgullo, la rabia por la prosperidad ajena, la envidia, la avaricia, la drogadicción, la falsedad, etc.?

Ciertamente que no, puesto que sabéis que los hay que, desde el comienzo, toman un camino que los libra de muchas pruebas; pero el que se deja arrastrar hacia el mal camino, corre todos los peligros de este. Un espíritu, por ejemplo, puede pedir riquezas que le son concedidas y, siguiendo entonces su carácter, puede ser avaro o generoso, egoísta o humanitario, o bien dedicar la vida únicamente al placer sexual. Todo son pruebas; pero no quiere decir esto que deba pasar forzosamente por pruebas dirigidas a todas las posibles inclinaciones.

─ ¿Cómo el espíritu, que en su origen es sencillo, ignorante e inexperto, puede estructurar una existencia con conocimiento de causa y ser responsable de tal elección?

Dios suple su inexperiencia trazándole el camino que debe seguir, como lo hacéis vosotros con el niño desde que nace. Y, poco a poco, a medida que desarrolla su libre albedrío, le hace dueño de elegir y, entonces, es cuando a menudo se extravía, tomando el mal camino si no escucha y acata los consejos de los espíritus buenos. A eso es a lo que puede llamarse la caída del hombre.

─ Cuando el espíritu disfruta de su libre albedrío, ¿la elección de su existencia corporal depende siempre exclusivamente de su voluntad, o esa existencia puede serle impuesta como una penitencia o expiación por la voluntad de Dios?

Dios sabe esperar y no apresura la expiación o reparación. Pero puede, sin embargo, imponer una existencia al espíritu, cuando este, por su inferioridad o mala voluntad, no es apto para comprender lo que le sería más saludable, y cuando se ve que aquella existencia, además de servirle de reparación, contribuye a su purificación y adelanto.

─ ¿Hace el espíritu su elección inmediatamente después de la muerte?

No; muchos creen en las personas eternas; lo cual, según se os ha dicho, es un castigo.

─ ¿Qué es lo que dirige al espíritu en la elección de las pruebas que quiere sufrir y superar?

Las que son para él una verdadera reparación o expiación, dada la naturaleza de sus faltas, y que pueden hacerle progresar más pronto. Los unos pueden, pues, imponerse una vida de miseria y de privaciones para probar de soportarlas con valor; otros pueden querer probarse con las tentaciones de la fortuna y el poderío, mucho más peligrosos por el abuso que pueden hacerse y por las malas pasiones que engendran, y otros quieren probarse con las luchas que han de sostener por estar en contacto con el vicio.

─ Si hay espíritus que eligen como prueba el contacto con el vicio para tener que aprender la fortaleza de rechazarlo, ¿los hay también que eligen por simpatía y deseos de vivir en un entorno o en unas circunstancias conforme con sus gustos para poder entregarse materialmente a sus inclinaciones materiales?

Cierto que los hay; pero entre aquellos cuyo sentido moral está poco desarrollado aún, y entonces viene por sí misma la prueba y la sufren por más largo tiempo. Tarde o temprano comprenden que la saciedad de las pasiones brutales les reporta deplorables consecuencias que sufrirán durante un tiempo que les parecerá eterno, y que Dios puede dejarles en este estado hasta que comprendan su falta y soliciten por sí mismos redimirla con pruebas provechosas.

─ ¿No parece obvio y natural la elección de las pruebas menos penosas?

A vosotros sí; pero no al espíritu. Cuando está desprendido de la materia, cesa la ilusión y piensa de distinto modo.
El hombre en La Tierra y bajo la influencia de las ideas carnales, solo ve el aspecto penoso de las pruebas y, por esto, parécele obvio o natural elegir aquellas que, a su modo de ver, pueden aliarse con los goces materiales. Pero, en la vida espiritual, compara estos goces fugitivos y groseros con la inalterable felicidad que entrevé y, entonces, ¿qué le son algunos sufrimientos pasajeros? El espíritu puede, pues, elegir la más ruda prueba y, por lo tanto, la existencia más penosa, con la esperanza de llegar más pronto a mejor estado, como el enfermo escoge con frecuencia el remedio más desagradable para curarse más pronto.
La doctrina de la libertad de la elección de nuestras existencias y de las pruebas que hemos de sufrir deja de parecer extraordinaria, si se considera que los espíritus, desprendidos de la materia, aprecian las cosas de muy distinto modo que nosotros. Vislumbran el fin, fin mucho más serio e importante para ellos que los goces fugitivos del mundo. Después de cada existencia ven el paso que han dado y comprenden lo que les falta purificarse aún, y de ahí por qué se someten voluntariamente a las vicisitudes de la vida corporal, pidiendo por sí mismos las que pueden hacerlos llegar más pronto. Sin razón, pues, se admiran algunas personas de que el espíritu no dé la preferencia a la existencia más placentera. En su estado de imperfección no puede gozar de la vida exenta de amarguras; la entrevé, y para conseguirla, procura mejorarse.
¿Acaso no se ofrecen todos los días a nuestros ojos ejemplos de lecciones semejantes? El hombre que trabaja una gran parte del día sin tregua ni descanso para procurarse el bienestar pensando en el futuro, ¿no se impone una tarea y algunas privaciones con la mira de buscar un mejor porvenir? El militar que asume y sufre una peligrosa misión, y el viajero que desafía peligros no menores, en interés de un ideal, de la ciencia o de una fortuna, ¿qué hacen sino aceptar pruebas voluntarias que han de redundarles en honra y provecho, si de ellas salen salvos? ¿A qué no se somete y expone el hombre por interés o gloria? Todos los certámenes ¿no son acaso pruebas voluntarias a que nos sometemos con la mira de elevarnos en la profesión que hemos elegido? No se llega a una posición social trascendental cualquiera en las ciencias, en las artes y en la industria, sino pasando por la serie de posiciones inferiores que son otras tantas pruebas. La vida humana está calcada sobre la espiritual, pues encontramos en aquella, aunque en pequeña escala, las mismas vicisitudes de ésta. Luego, si en la vida elegimos con frecuencia las más rudas pruebas con la mira de lograr un fin más elevado, ¿por qué el espíritu, que ve más que el cuerpo y para quien la vida corporal no es más que un incidente fugitivo, no ha de elegir una existencia penosa y laboriosa, si le conduce a una felicidad eterna? Los que dicen que si los hombres eligen la existencia pedirán ser príncipes o millonarios, son como los miopes que solo ven lo que tocan, o como aquellos niños glotones que, al ser preguntados acerca de la profesión que más les gustaría, responden: pastelero o confitero.
Un viajero que se encuentra en medio de un valle obscurecido por la bruma, no ve ni lo ancho, ni los extremos del camino, pero llega a la cumbre del monte o de la montaña y descubre el tramo que ha recorrido y el que aún le falta por recorrer, distingue el fin y los obstáculos que todavía le restan por vencer, y puede combinar con más seguridad entonces los medios de llegar al final. El espíritu encarnado está como el viajero que se encuentra abajo en la falda del monte; pero cuando se desprende de los lazos que le unen a la materia terrestre, domina las cosas como el que ha llegado a la cima. El fin del viajero es el descanso después del cansancio; el del espíritu, la dicha suprema después de las tribulaciones y pruebas.
Todos los espíritus dicen que en estado errante inquieren, estudian y observan para elegir. ¿Acaso no tenemos ejemplo de este hecho en la vida material? ¿No buscamos a menudo, durante muchos años, información y datos que nos permitan detectar la carrera que libremente elegiremos cuando, después de informarnos, la consideremos como la más propicia a nuestro propósito? Y si nos va mal o salimos mal de una, buscamos otra, y cada carrera que abrazamos es una fase, un periodo de la vida. ¿Y que son las diferentes existencias corporales para el espíritu, sino etapas, periodos, lapsos de su vida espírita que, como ya sabemos, es la normal, no siendo la corporal más que transitoria y pasajera?
─ ¿Podría el espíritu hacer la elección de su siguiente existencia material desde cuando está en su estado corporal anterior?

Puede influir en ella el deseo, lo que depende de la intención; pero en estado de espíritu ve con frecuencia las cosas de muy diferente modo. Solo el espíritu hace la elección; pero sí podría hacerla en esta vida material, porque el espíritu tiene siempre momentos que es independiente de la materia que habita.
Muchas personas desean la grandeza y la riqueza y, ciertamente, no lo hacen ni como prueba a superar ni como reparación.
Sin duda la materia es la que desea la grandeza para disfrutarla, y el espíritu para conocer sus vicisitudes.
─ ¿Sufre el espíritu constantemente pruebas, hasta llegar al estado de pureza perfecta?

Sí, pero no son como las comprendéis vosotros que llamáis pruebas a las tribulaciones materiales. El espíritu, cuando llega a cierto grado, sin ser perfecto aún, deja de sufrir; pero siempre tiene deberes que le ayudarán a perfeccionarse y que no le son nada penosos, pues a falta de otros, tendría el de ayudar a sus semejantes a perfeccionarse.

─ ¿Puede equivocarse el espíritu acerca de la eficacia de la prueba que elige?

Puede escoger una superior a sus fuerzas, y entonces sucumbe; y puede también escoger una que no le aproveche, como, por ejemplo, un género de vida ocioso e inútil; pero, vuelto al mundo de los espíritus, conoce que nada ha ganado, y solicita reparar el tiempo perdido.

─ ¿De qué depende la vocación de ciertas personas o la voluntad de preferir una carrera con respecto a otra?

Vosotros mismos con lo que ya debéis saber, podéis contestaros la pregunta. ¿Acaso no es consecuencia eso que preguntáis de todo lo que hemos dicho sobre la elección de las pruebas, y del progreso realizado en una existencia anterior?

─ Estudiando el espíritu, en su estado errante, las diversas condiciones u opciones con que podrá progresar, ¿cómo cree poderlo hacer naciendo, por ejemplo, entre caníbales?

Los espíritus adelantados no reencarnan entre caníbales. Entre caníbales reencarnan los de la misma naturaleza de éstos, o que le son inferiores.
Sabemos que nuestros antropófagos no están en el grado más bajo de la escala, y que hay muchos donde el embrutecimiento y la ferocidad no tienen análogos en La Tierra. Semejantes espíritus son, pues, inferiores a los más inferiores de nuestro mundo, y el nacer entre los salvajes nuestros; es decir, los de La Tierra, es un progreso para ellos, como lo sería para nuestros antropófagos el encarnar en un medio en el que sus oficios no consistan en derramar sangre. Si no tienen más altas miras es por su inferioridad moral que no les permite comprender un progreso más completo. Solo gradualmente puede avanzar el espíritu, y no puede salvar de un salto la distancia que va de la barbarie a la civilización, lo cual nos manifiesta una necesidad de la reencarnación, que está verdaderamente conforme con la justicia de Dios, pues de no ser así, ¿qué sería de esos millones de seres que cada día mueren en el último estado de degradación, si no tuviesen medios de lograr el extremo superior? ¿Por qué habría de desheredárseles de los beneficios concedidos a los otros hombres?
─ ¿Podrían nacer en los pueblos civilizados de nuestra Tierra, espíritus que procedieran de un mundo inferior a La Tierra, o de un pueblo muy atrasado, como los caníbales, por ejemplo?

Sí, los hay que se extravían queriendo subir muy alto; pero entonces se encuentran fuera de su centro, porque tienen costumbres e instintos contrapuestos a los vuestros.
Esos seres nos ofrecen el triste ejemplo de la ferocidad en medio de la civilización, y volviendo a renacer entre caníbales no retrocederán, sino que volverán a ocupar su verdadero puesto.
─ Un hombre perteneciente a una sociedad civilizada, al morir, ¿podría por expiación o reparación reencarnar en un salvaje?

Sí; pero esto depende de la clase de expiación. Un amo ha sido duro con sus esclavos, podrá a su vez ser esclavo y sufrir los malos tratamientos que ha usado con los demás. El que mandaba en cierta época puede, en una nueva existencia, obedecer a los que antes se humillaban ante su voluntad. Será una expiación o reparación si ha abusado de su poder, y Dios puede imponérsela. Un espíritu bueno puede también, a fin de hacerlos progresar, escoger una existencia influyente entre esos pueblos, y entonces desempeña una misión.