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16.7.13

JUSTICIA DE LA REENCARNACIÓN

─ ¿En qué se funda el dogma de la encarnación?

"En la justicia de Dios y en la revelación. Porque como lo hemos repetido, un buen padre deja siempre a sus hijos una puerta abierta al arrepentimiento. ¿No te dice la razón que sería injusto, irremisiblemente y sin perdón, privar de la dicha eterna a todos aquellos cuyo mejoramiento no ha sido oportuno? ¿Por ventura todos los hombres no son hijos de Dios? Solo entre los hombres egoístas impera la iniquidad, la injusticia grande, el odio implacable y las penas sin posibilidad de perdón".
Todos los espíritus tienden a la perfección, y Dios les proporciona medios de conseguirla por las pruebas de la vida corporal; y, en su justicia, les permite que cumplan, en nuevas existencias, lo que no pudieron hacer o terminar en la prueba anterior.
No estaría conforme la equidad y la bondad de Dios si castigara para siempre a los que han podido encontrar obstáculos muchas veces ajenos de su voluntad y propios del medio en el que viven, que terminan retardando su perfeccionamiento. Si la suerte del hombre quedase irrevocablemente decidida después de la muerte, Dios no habría sopesado las acciones de todos con la misma balanza, ni los habría tratado con imparcialidad.
La doctrina de la reencarnación, que admite muchas existencias sucesivas, es la única conforme con la idea que nos formamos de la justicia de Dios, respecto de los hombres que ocupaban una condición moral inferior; es la única que puede explicarnos el porvenir y basar nuestras esperanzas, puesto que nos proporciona medios de enmendar nuestras faltas mediante nuevas pruebas. La razón así lo indica y así nos lo enseñan los espíritus.
El hombre que tiene conciencia de su inferioridad halla en la doctrina de la reencarnación una consoladora esperanza. Si cree en la justicia de Dios, no puede esperar que será eternamente igual a los que han obrado mejor que él. La idea de que su inferioridad no le deshereda para siempre del bien supremo, y de que podrá lograrlo con nuevos esfuerzos, le sostiene alentando su ánimo. ¿Quién es el que al terminar su vida no se conduele de haber adquirido demasiado tarde ciertas experiencias que a esas alturas ya no puede aprovechar? Pues esas experiencias tardías no se pierden, y serán empleadas con provecho en su nueva vida.