─ El
dogma de la resurrección de la carne, ¿es la consagración de LA REENCARNACIÓN,
la misma enseñada por los espíritus?
¿Cómo
queréis que no sea así? Sucede con esas palabras lo que con muchas otras, y es
que solo parecen absurdas a ciertas personas, porque las toman literalmente y,
por semejante razón, engendran la incredulidad. Pero dadles una interpretación
lógica, y aquellos a quienes llamáis libres pensadores las admitirían sin
dificultad, por lo mismo que reflexionan; porque, no lo dudéis, esos libres
pensadores no desean otra cosa que creer. Tienen como los demás, acaso más, sed
del porvenir, pero no pueden admitir lo que la ciencia rechaza.
La
doctrina de la pluralidad de existencias es conforme a la justicia de Dios;
solo ella puede explicar lo que es inexplicable sin ella. ¿Cómo queréis, pues,
que ese principio no esté consignado en las mismas religiones?
─ ¿Así,
pues, muchas de las iglesias con el dogma de la resurrección de la carne, están
enseñando la doctrina de la reencarnación?
Evidentemente.
Por otra parte, esa doctrina es consecuencia de muchas cosas que han pasado
desapercibidas y que, dentro de poco, serán comprendidas en este sentido. No
tardará mucho en reconocerse que el Espiritismo salta a cada paso del texto
mismo de las Escrituras Sagradas. Los espíritus no vienen, pues, a destruir las
religiones, como pretenden algunos; vienen, por el contrario, a confirmarlas, a
homologarlas con irrebatibles pruebas. Más como ha llegado el tiempo de no usar
ya el lenguaje incrustado, se expresan sin alegorías, sin símbolos, sin
metáforas, sin representaciones, y dan a las cosas y a los conceptos un sentido
claro y preciso que no pueda ser objeto de ninguna falsa o equivocada
interpretación. He aquí porqué, dentro de poco, tendréis gentes más
sinceramente religiosas y creyentes que no tenéis muchas hoy.
En efecto, la ciencia demuestra la imposibilidad de la resurrección según la idea vulgar. Si los restos del cuerpo humano continuasen siendo distinguibles e individualizables, aunque fuesen dispersados y reducidos a polvo, aún se concebiría su reunión en un tiempo dado; pero no pasan así las cosas. El cuerpo está formado por elementos diversos: oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, carbono, zinc, etc., etc.; por medio de la descomposición estos elementos se dispersan, pero para servir a la formación de nuevos cuerpos, de modo que, con procedencia de un cadáver humano remoto, las moléculas de carbono, por ejemplo, habrán entrado en la composición de muchos miles de cuerpos diferentes, incluso de vegetales, alimentos y hasta animales. De tal forma que un individuo de hoy, tiene quizá en su cuerpo moléculas que pertenecieron a hombres de épocas pasadas, pues las mismas moléculas orgánicas que absorbéis en los alimentos, provienen quizá del cuerpo de algún individuo anterior, y así sucesivamente. Una víctima de ahogamiento cuyo cuerpo no sea encontrado, fácilmente puede convertirse en alimento de cierta clase de peces; los cuales, a su vez, solo en pocos días, pueden caer en redes de pescadores y, en escaso tiempo, ya estar utilizándose como alimento de humanos. Siendo definida la cantidad de la materia, e indefinidas sus transformaciones, ¿cómo cada uno de esos cuerpos podrá reconstruirse con los mismos elementos? Esto envuelve una imposibilidad material. No puede, pues, admitirse racionalmente la resurrección de la carne más que como una figura que simbolice el fenómeno de la reencarnación, y entonces nada en ella repugna a la razón, nada que esté en contradicción con los datos de la ciencia.
Según el dogma, la resurrección, o las resurrecciones, todas, han de verificarse simultáneamente en el momento del fin de los tiempos; mientras que según la doctrina espírita, tiene lugar cada día. Y ese cuadro o escena del juicio final ¿no es también una gran figura o representación que oculta, bajo el velo de la alegoría o de la iconografía, una de esas verdades inmutables, para la que no existirán escépticos cuando sea explicada en su verdadero sentido? Medítese bien la teoría espírita sobre el porvenir de las almas, y sobre su suerte a consecuencia de las diferentes pruebas que han de sufrir, y se verá que, exceptuando la simultaneidad, el juicio que las condena o absuelve no es una ficción como creen los incrédulos. Observemos también que es consecuencia natural de la pluralidad de mundos, hoy completamente admitida, al paso que, según la doctrina del juicio final simultáneo, La Tierra es el único mundo que se considera habitado.