DESTRUCCIÓN NECESARIA Y DESTRUCCIÓN ABUSIVA
─ ¿La destrucción es una ley natural?
Es preciso que todo sea destruido para que renazca y sea regenerado, porque
lo que vosotros llamáis destrucción no es más que una transformación, cuyo
objeto es la renovación y mejoramiento de los seres vivientes.
─ ¿Es instinto de destrucción ha sido, pues, dado a los seres vivientes con
miras providenciales?
Las criaturas de Dios son instrumentos de que se sirve para llegar a sus
fines. Para alimentarse, los seres vivientes se destruyen entre sí, con el
objeto de mantener el equilibrio en la reproducción, que pudiera llegar a ser
excesiva.
─ Si la destrucción es necesaria para el equilibrio y la regeneración de los seres, ¿por qué entonces la Naturaleza los rodea de medios de preservación
y de conservación?
Para que la destrucción no tenga lugar antes del tiempo necesario. Toda
destrucción anticipada estorba el desarrollo del principio inteligente, y por
esto Dios ha dado a cada ser la necesidad de vivir y de reproducirse.
─ Puesto que la muerte ha de conducirnos a mejor vida, nos libra de los
males de ésta, y puesto que en consecuencia es más de desear que de temer, ¿por
qué el hombre le tiene un horror instintivo?
Ya lo hemos dicho, el hombre debe tratar de prolongar su vida para cumplir
su tarea, y por esto le ha dado Dios el instinto de conservación, instinto que
le sostiene en las pruebas, y sin el cual se abandonaría a menudo al
decaimiento. La voz secreta que le hace rechazar la muerte le dice que algo
puede hacer aún. Cuando le amenaza algún peligro, se le advierte con él que
aproveche el tiempo que Dios le concede; pero el ingrato lo agradece con
frecuencia más a su estrella que a su creador.
─ ¿Por qué, junto a los medios de conservación, la Naturaleza ha colocado
al mismo tiempo los agentes destructores?
Junto al mal, el remedio. Ya lo hemos dicho, para mantener el equilibrio y
para que sirva de contrapeso.
─ ¿La necesidad de destrucción es la misma en todos los mundos?
Es proporcional al estado o grado material de los mundos, y cesa en un
estado físico y moral más depurado. En los mundos más adelantados que el
vuestro, son totalmente diferentes las condiciones de existencia.
─ ¿La necesidad de destrucción existirá siempre entre los hombres de La
Tierra?
La necesidad de destrucción se debilita en el hombre a medida que su
espíritu se sobrepone a la materia, y por esto veis que el horror a la
destrucción es seguido por el desarrollo intelectual y moral.
─ En su estado actual, ¿tiene el hombre derecho ilimitado de destrucción
sobre los animales?
Este derecho está reglamentado por la necesidad de atender a su
alimentación y seguridad. El abuso nunca ha sido un derecho.
─ ¿Qué ha de pensarse de la destrucción que traspasa los límites de las
necesidades y de la seguridad, de la caza por ejemplo, cuando no tiene otro
objeto que el placer de destruir sin utilidad?
Predominio de la bestialidad sobre la naturaleza espiritual. Toda
destrucción que traspasa los límites de la necesidad es una violación de la ley
de Dios. Los animales no destruyen más que para satisfacer sus necesidades;
pero el hombre, que tiene libre albedrío, destruye sin necesidad, y dará cuenta
del abuso de libertad que se ha dado, porque cede entonces a los malos
instintos.
─ Los pueblos que llevan al extremo el escrúpulo relativo a la destrucción
de los animales, ¿tienen un mérito particular?
Es un exceso de un sentimiento laudable en sí mismo, pero que llega a ser
abusivo, y cuyo mérito queda neutralizado por abusos de otras muchas clases.
Más en ellos a veces es el miedo supersticioso lo que les induce a respetar a ciertos
animales, que la verdadera bondad.
CALAMIDADES DESTRUCTORAS
─ ¿Con qué objetivo castiga Dios a la Humanidad con calamidades
destructoras?
Para hacerla adelantar con más rapidez. ¿No hemos dicho que la destrucción
es necesaria para la regeneración moral de los espíritus, que adquieren en cada
nueva existencia un nuevo grado de perfección? Es necesario ver el fin para
apreciar los resultados. Vosotros no lo juzgáis más que desde vuestro punto de
vista personal, y los llamáis calamidades a consecuencia del perjuicio que os
ocasionan; pero esos trastornos son necesarios a veces para hacer que se
establezca más prontamente un orden de cosas mejores, y en algunos años lo que
hubiese demorado siglos.
─ ¿No podría emplear Dios otros medios que las calamidades destructoras
para el mejoramiento de la Humanidad?
Sí, y los emplea cada día, puesto que ha dado a cada uno los medios de
progresar con el conocimiento del bien y del mal. El hombre es quien no los
aprovecha, y es preciso castigarle en su orgullo y hacerle comprender su
debilidad.
─ Pero en esas calamidades sucumbe lo mismo el hombre de bien que el
perverso, ¿es justo eso?
Durante la vida, el hombre lo refiere todo al cuerpo; pero después de la
muerte, piensa de distinto modo y, según hemos dicho, la vida del cuerpo es
poca cosa. Un siglo de vuestro mundo es un relámpago en la eternidad, y los
sufrimientos que llamáis de algunos meses o de algunos días no son nada; son
para vosotros una enseñanza que os aprovecha en el porvenir. Los espíritus ─he
aquí el mundo real─ preexistentes y sobrevivientes a todo, son los hijos de
Dios y objeto de toda su predilección; los cuerpos no son más que los disfraces
temporales con que aquellos aparecen en el mundo. En las grandes calamidades que
diezman a los hombres, ocurre algo parecido a lo que pasa en las batallas
campales de la guerra, en donde los integrantes de un ejército ve desgarrados,
rotos y destrozados su vestuarios, y en donde el general está preocupado y
cuidando a sus soldados no a sus vestidos.
─ Pero las víctimas de esas calamidades, ¿no dejan de ser víctimas?
Si se considera la vida tal como es, y cuan poca cosa es con relación al
infinito, se le daría menos importancia. Esas víctimas hallarán en otras existencias
la completa compensación de sus sufrimientos, si saben soportarlos sin murmurar
ni maldecir.
Que muramos a consecuencia de una calamidad, o de una causa ordinaria, no deja de sernos indefectible morir, cuando nos toca la hora de marchar; solo hay la diferencia de que marcha a la vez un mayor número.
Si pudiéramos elevarnos con el pensamiento, de modo que dominásemos la Humanidad y la abrazásemos en su conjunto, esas terribles calamidades no nos parecerían más que huracanes pasajeros en el destino del mundo.
─ ¿Las calamidades destructoras tienen una utilidad físicamente
considerada, a pesar de los males que ocasionan?
Sí; pues a veces cambian el estado de una comarca; pero el bien que de
ellas resulta no es apreciado con frecuencia más que por las generaciones
futuras.
─ ¿No serán igualmente las calamidades pruebas morales para el hombre, que
le ponen en lucha con las más duras necesidades?
Las calamidades son pruebas que proporcionan al hombre la ocasión de
ejercer su inteligencia, de probar su paciencia y resignación a la voluntad de
Dios, y le ponen en condición de desplegar sus sentimientos de abnegación, de
desinterés y de amor al prójimo, si no está dominado por el egoísmo.
─ ¿Es dado al hombre conjurar o paralizar las calamidades que le afligen?
Por una parte, sí. Pero no como generalmente se entiende. Muchas
calamidades son consecuencia de su imprevisión, y a medida que adquieren
conocimientos y experiencia, puede prevenirlas si sabe buscar sus causas. Pero
entre los males que afligen a la Humanidad, los hay generales que pertenecen a
los secretos de la Providencia, y cuyos efectos afectan en mayor o en menor
grado a todos los individuos. A esto el hombre no puede oponer más que
resignación a la voluntad de Dios; pero aún estos mismos males son agravados
por el descuido humano.
Entre las calamidades destructoras, naturales e independientes del hombre, deben colocarse, en primer término, la peste, el hambre, las inundaciones, las intemperies fatales a los productos de la tierra. Pero en la ciencia, en los trabajos del arte, en el perfeccionamiento de la agricultura, en los cultivos y regadíos, y en el estudio de las condiciones higiénicas, ¿no ha encontrado el hombre medios de neutralizar, o por lo menos de atenuar muchos desastres? Ciertas comarcas en otros tiempos asoladas por terribles calamidades, ¿no están hoy libres de ellas? ¿Qué no conseguirá, pues, el hombre para su bienestar material, cuando sepa aprovechar todos los recursos de su inteligencia, y cuando a los cuidados de su conservación personal sepa unir el sentimiento de una verdadera caridad para con sus semejantes?
GUERRAS
─ ¿Qué causa
arrastra al hombre a la guerra?
Predominio de la
naturaleza animal sobre la espiritual y satisfacción de las pasiones. En estado
de barbarie, los pueblos no conocen otro derecho que el del más fuerte, y de
aquí que la guerra sea su estado normal. A medida que el hombre progresa, se
hace menos frecuente aquella; porque éste evita sus causas, y cuando la guerra
es necesaria, el hombre la hace con humanidad.
─ ¿Desaparecerá
algún día la guerra de La Tierra?
Sí, cuando los
hombres comprendan la justicia, y practiquen la ley de Dios; entonces serán
hermanos todos los pueblos.
─ ¿Cuál ha sido el
objetivo de la Providencia, haciendo necesaria la guerra?
La libertad y el
progreso.
─ Si la guerra ha
de producir el efecto de llegar a la libertad, ¿a qué se debe que tenga con
frecuencia por meta y resultado la dominación?
Dominación
momentánea para abatir a los pueblos. Pero con esto se va a estimular más rápidamente
la reacción del pueblo en busca de su libertad.
─ ¿Qué debemos
pensar del que suscita la guerra en beneficio suyo?
Este es el
verdadero culpable, y le serán precisas muchas existencias para expiar (pagar)
todos los asesinatos que ha causado; porque responderá de cada hombre cuya
muerte haya ocasionado por satisfacer su ambición.
ASESINATO
─ ¿El asesinato es
un crimen a los ojos de Dios?
Sí, un gran crimen;
porque el que quita la vida a su semejante trunca una vida de reparación o de misión,
y en esto consiste el mal.
─ ¿El asesinato
tiene siempre el mismo grado de culpabilidad?
Ya lo hemos dicho,
Dios es justo, y juzga más la intención que el hecho.
─ ¿Dios excusa el
asesinato en caso de legítima defensa?
Solo la necesidad
puede excusarlo; pero si se puede salvar la vida sin atentar a la del agresor,
debe hacerse.
─ ¿Es culpable el
hombre de los asesinatos que comete en guerra?
No, cuando se ve
obligado a ello; pero es culpable de las crueldades que comete, y le será
tomada en cuenta su humanidad.
─ ¿Cuál es más
culpable ante Dios, el infanticidio o el parricidio?
Ambos lo son
igualmente; porque todo crimen es eso, un crimen.
─ ¿De dónde procede
que en ciertos pueblos, ya adelantados bajo el punto de vista intelectual, sea
una costumbre el infanticidio y esté consagrado por la legislación?
El desarrollo
intelectual no lleva consigo la necesidad de hacer el bien; y hay espíritus
superiores en inteligencia, pero malos. Así, hay ciertas personas que viven una
vida larga sin nunca mejorar, al final saben mucho y solo eso, sin ser personas
buenas.
CRUELDAD
─ ¿Puede referirse el
sentimiento de crueldad al instinto de destrucción?
Es el mismo de destrucción
pero más malo; porque si la destrucción es a veces una necesidad, no lo es
nunca la crueldad que siempre es el resultado de una mala naturaleza.
─ ¿De dónde procede
que la crueldad sea el carácter predominante de los pueblos primitivos?
En los pueblos
primitivos, como tú los llamas, la materia predomina sobre el espíritu; se
entregan a los instintos del bruto, y como no tienen otras necesidades que las
de la vida del cuerpo, solo piensan en su conservación personal, y esto lo que
les hace generalmente crueles. Y además los pueblos, cuyo desarrollo es
imperfecto, están bajo el dominio de los espíritus igualmente imperfectos, que
les son simpáticos, hasta que otros pueblos más adelantados destruyen o menguan
esa influencia.
─ ¿La crueldad no
se origina en la ausencia del sentido moral?
Di que el sentido
moral no está desarrollado; pero no que está ausente, puesto que existe en
principio en todos los hombres, y este sentido moral es el que más tarde los
convierte en seres buenos y humanitarios. Existe, pues, en el salvaje; pero
reside en él como el principio del perfume está en el germen de la flor, antes
de que esta se abra.
Todas las facultades existen en el hombre en estado rudimentario o latente, y se desarrollan según que las circunstancias le son, en mayor o en menor grado, favorables. El desenvolvimiento excesivo de las unas contiene o neutraliza el de las otras. La sobreexcitación de los instintos materiales ahoga, por decirlo así, el sentido moral, como el desarrollo de éste, debilita poco a poco las características puramente animales.
─ ¿A qué se debe
que en el seno de la más adelantada civilización, se encuentran seres tan
crueles a veces como los salvajes?
Como en un árbol
cargado de buen fruto se encuentran abortos. Esos tales son, si así lo quieres,
salvajes que solo tienen la capa de la civilización, lobos extraviados en medio
de los corderos. Espíritus de un orden inferior y muy atrasados pueden
encarnarse entre hombres adelantados con la esperanza de progresar; pero, si la
prueba es muy pesada, la índole primitiva predomina.
─ La sociedad de
los hombres de bien, ¿será purificada algún día de estos seres malhechores?
La Humanidad
progresa. Esos hombres dominados por el instinto del mal y que están fuera de
su centro, hallándose entre las gentes del bien, desaparecerán poco a poco,
como el grano malo es separado del bueno. Y tendrán que renacer bajo otra
envoltura y tendrán más experiencia y comprenderán mejor el mal y el bien.
DUELO (RETO)
─ ¿El duelo puede
considerarse como un caso de legítima defensa?
No; es un asesinato
y una costumbre absurda digna de bárbaros. Con una civilización más avanzada y
más moral, el hombre comprenderá que el duelo es tan ridículo como los combates
que en otros tiempos se miraban como juicio de Dios.
─ ¿El duelo puede
ser considerado como un asesinato por parte de aquel que, conociendo su propia
debilidad, está casi seguro de sucumbir?
En ese caso es un
suicidio.
─ Y cuando son
iguales las probabilidades, ¿es un asesinato o un suicidio?
Lo uno y lo otro.
En todos los casos, aún en aquél que son iguales las probabilidades, el duelista es culpable, ante todo, porque atenta fríamente y da intento deliberado en contra de la vida de su semejante y, después, porque expone su propia vida inútilmente y sin provecho de nadie.
─ ¿Qué valor tiene
lo que en materia de duelo se interpreta como el concepto del honor?
Orgullo y vanidad;
dos plagas de la Humanidad.
─ ¿Pero no hay
casos en que verdaderamente se encuentra comprometido el honor, y en los cuales
sería una cobardía no aceptar el duelo?
Eso depende de los
usos y costumbres; cada país y cada siglo tienen sobre el particular distinta
manera de ver. Cuando los hombres sean mejores y estén más adelantados en
moral, comprenderán que el verdadero punto de honor está por encima de las
pasiones terrestres, y que no se reparan agravios matando o haciéndose matar.
Hay más grandeza y verdadero honor en declararse culpable si uno lo es; o en perdonar si se tiene razón. Y en todos los casos en despreciar los insultos que no pueden alcanzarnos.
PENA DE MUERTE
─ ¿La pena de
muerte desaparecerá algún día de la legislación humana?
La pena de muerte
desaparecerá incontestablemente, y su supresión marcará un progreso en la
Humanidad. Cuando los hombres estén más ilustrados, la pena de muerte será
completamente abolida en La Tierra, y los hombres no tendrán necesidad de ser
juzgados por los hombres. Hablo de un tiempo que aún está bastante lejano de
vosotros.
El progreso social deja sin duda mucho que desear aún; pero sería uno injusto respecto de la sociedad moderna, si no observara un progreso de las restricciones puestas a la pena de muerte en los pueblos más adelantados, y en la naturaleza de los crímenes a los cuales se limita su aplicación. Y si se comparan las garantías con que se esfuerza la justicia en rodear al acusado, la humanidad con que se le trata, aun considerándosele culpable. Si se comparan estos actuales tratos con los que se practicaban en tiempos que todavía no están muy lejanos, no puede desconocerse el camino progresivo por el que ha marchado la Humanidad.
─ ¿La ley de
conservación da al hombre derecho de preservar su propia vida, y no usa de él
cuando quita de la sociedad a un miembro peligroso?
Hay otros medios de
preservarse del peligro, sin matarle. Es preciso, además, abrir al criminal la
puerta del arrepentimiento, y no cerrársela.
─ Si la pena de
muerte puede ser desterrada de las sociedades civilizadas, ¿no ha sido
necesaria en tiempos menos adelantados?
Necesaria no es la
palabra. El hombre cree siempre necesaria una cosa, cuando no encuentra nada
mejor. A medida que se ilustra, comprende mejor lo justo y lo injusto, y
repudia los excesos cometidos a nombre de la justicia en épocas de ignorancia.
─ La restricción de
casos en que hoy por hoy se aplica la pena de muerte, ¿es un indicio de
progreso en la civilización?
¿Puedes dudarlo?
¿No se subleva tu espíritu, leyendo el relato de las carnicerías humanas,
realizadas en otros tiempos a nombre de la justicia, y con frecuencia en honor
de la divinidad, de los tormentos que se imponían al condenado, y hasta al
acusado para propiciarle un exceso de sufrimientos, tratando de arrancarle la
confesión de un crimen que a menudo no había cometido? Pues bien, si tú hubiese
vivido en aquellos tiempos, todo eso lo hubieses encontrado muy natural, y
quizás como juez hubieras hecho lo mismo. Así es como lo que parecía justo en
un tiempo, parece bárbaro en otro. Solo las leyes divinas son eternas, las
humanas cambian con el progreso, y cambiarán aún hasta que estén armonizadas
con las divinas.
─ Jesús lo dijo: El
que mató con espada morirá por espada. ¿No son estas palabras la consagración
de la pena del talión, y la muerte impuesta al asesino no es la aplicación de
aquella pena?
Andad con cuidado;
porque os habéis equivocado acerca de estas palabras como acerca de otras
muchas. La pena del talión es la justicia de Dios, y él es quien la aplica.
Todos vosotros la sufrís a cada instante; porque sois castigados por donde habéis
pecado en esta o en otra vida. El que ha hecho sufrir a sus semejantes, se
encontrará en posición en que sufrirá lo mismo que ha hecho sufrir. Tal es el
sentido de las palabras de Jesús; y también os dijo: perdonad a vuestros
enemigos y os enseñó a pedir a Dios que os perdona vuestras ofensas como
vosotros las habéis perdonado, es decir en la misma proporción en que hayáis
perdonado. Entended bien esto.
─ ¿Qué ha de
pensarse de la pena de muerte impuesta en nombre de Dios?
Eso es hacer las veces de Dios respecto de la
justicia. Los que así obran demuestran cuán lejos están de comprender a Dios, y
que han de pagar muchas cosas. La pena de muerte aplicada en nombre de Dios, es
un crimen, y los que la imponen se les imputarán las veces que lo hagan, como
otros tantos asesinos.