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1.5.13

CONCLUSIONES

PRIMERA
El que en materia de magnetismo terrestre, no conociese más que el juguete de los patitos imantados que hacemos funcionar en el agua de una cubeta, comprendería con dificultad que semejante juguete encierra el mecanismo del Universo y del movimiento de los mundos. Lo mismo sucede al que de Espiritismo no tiene noticias más que del movimiento de las mesas; no ve en él más que una diversión, un pasatiempo social, y no comprende que ese fenómeno tan sencillo y tan vulgar, conocido de la antigüedad y aún de pueblos semisalvajes, pueda relacionarse con las más serias y graves cuestiones del orden social. En efecto, para el observador superficial, ¿qué relación puede tener con la moral y con el porvenir de la Humanidad una mesa que se arrastra? Pero cualquiera que reflexiona recuerda que del simple perol que también ha hervido desde la más remota antigüedad, ha nacido el poderoso motor a cuyo beneficio franquea el hombre los aires y disminuye las distancias. Pues, bien, vosotros, los que no creéis en nada fuera del mundo material, sabed que de esa mesa que se arrastra y provoca vuestra desdeñosa sonrisa, ha salido toda una ciencia y la solución de los problemas que ninguna filosofía había podido responder aún. Hago un llamamiento a todos los adversarios de buena fe, y les conjuro que digan si se han tomado el trabajo de estudiar lo que critican; porque, en buena lógica, no tiene valor mientras que su autor no conozca aquello de que habla. Burlarse de una cosa que no se conoce, que no se ha sondeado con el escalpelo del observador concienzudo, no es criticar, sino hacer prueba de ligereza y dar una pobre idea del juicio propio. De seguro que si esta filosofía se hubiese presentado como obra de un cerebro humano, hallaría menos desdén, y merecería los honores del examen por parte de los que pretenden dirigir la opinión. Pero procede de los espíritus, ¡qué absurdo!, apenas merece que se le eche una mirada; se la juzga por el título, como el mono de la fábula juzgaba la nuez por la cáscara. Si bien os parece, hacer abstracción del origen; suponed que toda esta información es obra de un hombre, y decid en vuestra alma y conciencia, si, después de haberlo leído sinceramente, encontráis, en él, asunto de burla.
SEGUNDA
El Espiritismo es el adversario más formidable del materialismo, y no es, pues, de extrañar que tenga por contrarios a los materialistas. Pero como el materialismo es una doctrina que apenas se atreven a confesar sus partidarios (prueba de que no son muy fuertes y de que están dominados por la conciencia), se cubren con la capa de la razón y de la ciencia. Desde otro ángulo, algunos fanáticos religiosos ─de cualquier religión, culto o secta─ se muestran, ante el Espiritismo, escépticos y, para ello, hablan en nombre de la religión que no comprenden, como no comprenden ni conocen el Espiritismo. Su punto de vista es especialmente lo MARAVILLOSO y lo SOBRENATURAL que no admiten, y estando el Espiritismo fundado en lo maravilloso según ellos, no puede ser más que una suposición ridícula. No reflexionan que rechazando, sin limitación, lo maravilloso y lo sobrenatural, rechazan la religión. En efecto, ésta ─cualquiera─ está fundada en la revelación y en los milagros, ¿y qué es la revelación sino comunicaciones extrahumanas? Todos los autores sagrados, desde Moisés, han hallado de esas clases de comunicaciones. ¿Y qué son los milagros? Hechos maravillosos y sobrenaturales por excelencia, puesto que, en sentido litúrgico, son derogaciones de las leyes naturales. Luego, rechazando lo maravilloso y lo sobrenatural, rechazan las mismas bases de la religión. Pero no debemos mirar las cosas desde este punto de vista. No le corresponde examinar al Espiritismo si hay o no milagros; es decir, si Dios ha podido, en ciertos casos, derogar las leyes eternas que rigen el Universo; él concede en este punto toda la libertad de creencia; dice y prueba que los hechos en que se apoya no tienen de sobrenaturales más que la apariencia. Esos fenómenos son así para ciertas gentes, porque son insólitos y están fuera de los hechos conocidos vulgarmente, pero no son más sobrenaturales que todos los fenómenos cuya solución da hoy la ciencia, y en otra época parecían maravillosos. Todos los fenómenos espíritas, SIN EXCEPCIÓN, son consecuencia de leyes generales; nos revelan una de las potencias de la Naturaleza, potencia desconocida o, mejor dicho, no comprendida hasta hoy, pero que la observación demuestra que está en el orden de las cosas. El Espiritismo se apoya, pues, menos que la misma religión, en lo maravilloso y lo sobrenatural, y los que por este lado le atacan, es porque no lo conocen y aunque fuesen los hombres más sabios, les diríamos: Si vuestra ciencia, que tantas cosas os ha enseñado, no os ha demostrado que es infinito el dominio de la Naturaleza, no sois más que sabios a medias.
TERCERA
Decís que queréis curar a vuestro siglo de una manía que amenaza invadir el mundo. ¿Preferís que lo fuese por la incredulidad que procuráis difundir? ¿No debe atribuirse a la falta de toda creencia el debilitamiento de los lazos de familia, y la mayor parte de los desórdenes que animan a la sociedad?
Demostrando la existencia y la inmortalidad del alma, el Espiritismo reanima la fe en el porvenir, alienta los ánimos abatidos, y hace que se soporten con resignación las vicisitudes de la vida. ¿Os atrevéis a decir que todo esto es un mal? Dos doctrinas se encuentran frente a frente: la una niega el porvenir, la otra lo proclama y lo prueba; la una no explica nada, la otra lo explica todo y por lo mismo, se dirige a la razón; la una es la conformidad del egoísmo, la otra da base a la justicia, a la caridad y al amor a los semejantes; la primera se limita a señalar el presente, y arrasa toda esperanza, la segunda consuela, y señala el vasto campo del porvenir. ¿Cuál de las dos es la más perniciosa y maligna?
Ciertas gentes, y aún entre las más escépticas, se hacen ─socialmente─ predicadores de la fraternidad y del progreso, pero la fraternidad supone desinterés, abnegación de la propia personalidad; con la verdadera fraternidad, el orgullo es una anomalía. ¿Con qué derecho imponéis un sacrificio a aquél a quien decís que, cuando muera, todo acabará para él, a quien aseguráis que acaso mañana no será más que una máquina vieja descompuesta, que arrumbarán? ¿Qué razón tiene para imponerse un sacrificio cualquiera que él sea? ¿No es más natural que, durante los cortos momentos de vida que le concedéis, procure pasarlo del mejor modo posible? Y de aquí el deseo de poseer mucho para gozar más, de este deseo nacen las rabias y odios contra los que poseen más que él, y de esas rabias a la tentación de apoderarse de lo de aquellos, no hay más que un paso. ¿Qué les detiene? ¿La ley? Pero ésta no abarca todos los casos. ¿Diréis que la conciencia, el sentimiento del deber? ¿Pero en qué basáis este sentimiento? ¿Tiene alguna razón de ser dada la creencia de que todo acaba con la vida? Con semejante creencia sólo una máxima es racional, y es esta: Cada uno para sí. Las ideas de fraternidad, de conciencia, de deber, de humanidad y hasta de progreso, no son más que palabras huecas. ¡Oh!, ¡vosotros los que tales doctrinas proclamáis, no sabéis todo el mal que hacéis a la sociedad ni los crímenes cuya responsabilidad os asumís! Pero, ¡qué hablo de responsabilidad! Para el escéptico no existe responsabilidad, pues solo a la materia rinde tributo.
CUARTA
El progreso de la humanidad tiene su principio en la aplicación de la ley de justicia, de amor y de caridad, y esta ley está fundada en la certeza del provenir. Quitad esta certeza, y quitaréis a aquella su piedra fundamental. De semejante ley derivan todas las otras porque ella contiene todas las condiciones de la felicidad del hombre. Sólo ella puede curar las plagas de la sociedad, y el hombre puede juzgar, comparando las edades y los pueblos, cuánto mejora su condición a medida que esa ley se comprende y practica mejor. Si una aplicación parcial e incompleta produce un bien real, ¡qué no será cuando ella venga a ser la base de todas las instituciones sociales! ¿Pero esto es posible? Sí, puesto que si ha dado diez pasos, puede dar veinte y así sucesivamente. Puede, pues, juzgarse el porvenir por el pasado. Ya estamos viendo extinguirse poco a poco las antipatías de pueblo a pueblo; los valladares que los separan caen ante la civilización; se dan la mano desde un extremo al otro del mundo; mayor justicia preside a las leyes internacionales; las guerras son de menos en menos frecuentes, y no excluyen los sentimientos humanitarios; se establece uniformidad en las relaciones; las distinciones de razas, castas, linajes y apellidos desaparecen, y los hombres de distintas creencias acallan los prejuicios de secta, para confundirse en la adoración de un solo Dios. Nos referimos a los pueblos que marchan a la cabeza de la civilización. Bajo todos estos aspectos estamos aún lejos de la perfección, y quedan todavía por derruir muchas ruinas antiguas, hasta que hayan desaparecido los últimos vestigios de la barbarie, pero esas ruinas, ¿podrán habérselas con la potencia irresistible del progreso, de la fuerza viva que también es una ley de la Naturaleza? Si la generación presente está más adelantada que las pasadas, ¿por qué la que nos sucederá o reemplazará no ha de estarlo más que la nuestra? Así será por la fuerza de las cosas, ante todo, porque con las generaciones desaparecen diariamente algunos campeones de los antiguos abusos, constituyéndose así y poco a poco, la sociedad de nuevos elementos que se han librado de los antiguos prejuicios. En segundo lugar, porqué queriendo el hombre progresar, estudia los obstáculos, y se consagra a destruirlos. Desde el momento que es incontestable el movimiento progresivo, el progreso venidero no puede ser dudoso. El hombre quiere ser feliz, lo que es natural, y solo busca el progreso para aumentar la suma de su felicidad, sin la cual carecería aquél de objeto. ¿Dónde estaría el progreso para el hombre, si no le hiciera mejorar su calidad de vida? Pero cuando posea la suma de goces que puede dar el progreso intelectual, se apercibirá de que no es completa su felicidad; reconocerá que ésta es imposible sin la seguridad de las relaciones sociales, y semejante seguridad sólo puede encontrarla en el progreso moral. Luego, por la fuerza de las cosas, él mismo dará esa dirección al progreso, y el Espiritismo le ofrecerá la más poderosa palanca para el logro de su propósito.
QUINTA
Los que dicen que las creencias espíritas amenazan con invadir el mundo, advierten y pregonan la fuerza de estas; porque una idea sin fundamento e ilógica no podría llegar a ser universal. Sí, así, el Espiritismo enraíza en todas partes, si muy especialmente es bien acogido en las clases instruidas, como así se reconoce, es porque tiene un fondo de verdad. Contra semejante tendencia serán infructuosos todos los esfuerzos de sus detractores, y lo que lo prueba es que, hasta el mismo ridículo en que han procurado envolverle, lejos de cortarle el vuelo, parece haberle dotado de nueva vida. Este resultado justifica completamente lo que tantas veces han dicho los espíritus: "No os inquiete la oposición: todo lo que contra vosotros se haga, en favor vuestro redundará, y vuestros mayores adversarios favorecerán, sin quererlo, vuestra causa. Contra la voluntad de Dios no podrá prevalecer la mala voluntad de los hombres".
Por medio del Espiritismo la Humanidad ha de entrar en una nueva fase, en la del progreso moral, consecuencia inevitable de aquél. Cesad, pues, de admiraros de la rapidez con que se propagan las ideas espíritas. Débese a la satisfacción que ocasionan a todos los que las profundizan, y que ven en ellas algo más que un ligero pasatiempo. Y como ante todo deseamos la felicidad, no es de extrañar que nos adhiramos a una idea que hace feliz.
El desarrollo de esas ideas presenta tres periodos distintos: el primero, es el de la curiosidad provocada por la extrañeza de los fenómenos que se han presentado; el segundo, es el del razonamiento y de la filosofía; y, el tercero, el de la aplicación y las consecuencias. El periodo de la curiosidad ha pasado, pues ésta no reina más que durante algún tiempo. Una vez satisfecha, se abandona el objeto que la excitaba para pasar a otro; pero no sucede lo mismo con lo que se dirige a la reflexión seria y al juzgamiento. El segundo periodo empezado, el tercero le seguirá inevitablemente. El Espiritismo ha progresado sobre todo desde que es mejor comprendido en su esencia íntima, desde que se comprende su trascendencia; porque toca al hombre en lo más sensible, en la dicha, aún desde este mundo. Esta es la causa de su propagación, el secreto de la fuerza que le hará triunfar. Hace felices a los que lo comprenden, mientras su influencia se extiende a las masas. Aún aquél mismo que no ha sido testigo de ningún fenómeno material de manifestación, se dice: "Fuera de esos fenómenos, existe la filosofía que me explica lo que ninguna otra me había explicado. En ella encuentro, por medio únicamente del razonamiento, una demostración racional de los problemas que interesan a lo trascendental de mi porvenir; me proporciona la calma, la seguridad y la confianza; me libra del tormento de la incertidumbre, junto a todo lo cual es cuestión secundaria lo de los hechos materiales".
Vosotros, todos lo que atacáis, ¿queréis un medio de combatirlo con éxito? Aquí lo tenéis; reemplazadlo por algo mejor; hallad una solución más filosófica a todas las cuestiones que él resuelve; dad al hombre otra certeza que le haga más feliz, y notad bien la trascendencia de la palabra certeza, porque el hombre no admite como cierto más que lo que le parece lógico. No os contentéis con decir, "eso no es así", lo cual es muy fácil; probad, no con negación, sino con hechos, que no es así, no ha sido nunca, ni podrá ser. Si la cosa no existe, decid sobre todo lo que hay en lugar suyo, y probad, en fin, que las consecuencias del Espiritismo no son las de hacer mejores a los hombres y, por lo tanto, más felices, mediante la práctica de la más pura moral evangélica, moral que se elogia mucho, pero que se practica muy poco. Cuando hayáis hecho todo esto, tendréis derecho a atacarlo. El Espiritismo es fuerte, porque se apoya en las mismas bases que la religión: Dios, el alma, las penas y recompensas futuras; sobre todo, porque presenta esas penas y recompensas como naturales consecuencias de la vida terrestre, y porque nada del cuadro que ofrece el porvenir puede ser rechazado por la razón más exigente. Vosotros, aquellos cuya doctrina consiste en la negación del porvenir, ¿qué compensación ofrecéis de los sufrimientos de La Tierra? Vosotros que os apoyáis en la incredulidad; y la creencia espírita en la confianza en Dios; mientras la creencia espírita invita a los hombres a la felicidad, a la esperanza, a la verdadera fraternidad, vosotros le ofrecéis como perspectiva la NADA y el EGOÍSMO como consuelo; el Espiritismo lo explica todo, vosotros nada; él prueba con hechos, y vosotros nada probáis. ¿Cómo queréis, pues, que se titubee entre ambas doctrinas?
SEXTA
Muy equivocada idea se tendría del Espiritismo, si se creyera que recibe toda su fuerza de la práctica de sus manifestaciones materiales, y que, dificultando éstas, puede minársele por su base. Su fuerza reside en su filosofía, en el llamamiento que hace a la razón, al sentido común. En la antigüedad era objeto de estudios misteriosos, cuidadosamente ocultos al vulgo; hoy no tiene secretos para nadie; habla un lenguaje claro, sin ambigüedad; en él nada hay místico, nada alegórico susceptible de falsas o erradas interpretaciones. Quiere ser comprendido por todos, porque ha llegado la época de hacer comprender a los hombres la verdad; lejos de oponerse a la difusión de la luz, la quiere para todos; no exige una creencia ciega, sino que quiere que se sepa porqué se cree y, apoyándose en la razón, será siempre más fuerte que los que se apoyan en la nada. Las trabas que se intentará poner a la libertad de las manifestaciones, ¿podrían impedirlas? No, porque producirían el efecto de todas las persecuciones, el de excitar la curiosidad y el deseo de conocer lo prohibido. Por otra parte, si las manifestaciones espíritas fuesen privilegio de un solo hombre, no cabe duda que, deshaciéndose de éste, se pondría fin a las manifestaciones. Desgraciadamente para los adversarios están a disposición de todo el mundo, y todos usan de ellas, desde el más pequeño hasta el más grande, desde el palacio hasta la choza. Puede prohibirse su ejercicio público; pero cabalmente se sabe que no es en público como mejor se producen, sino en la intimidad. Pudiendo, pues, ser cada cual médium, ¿quién puede impedir a una familia que en el interior de su hogar, a un individuo que en el silencio de su gabinete, a un prisionero que en su calabozo, tenga comunicación con los espíritus, a pesar y aún a la faz de los verdugos? Si se prohíben en un país, ¿se las prohibirá en el país vecino, en el mundo entero, ya que no hay una sola comarca en ambos mundos que carezca de médiums? Para encarcelarlos a todos sería encarcelar una gran parte del género humano. Y si lo lograse, lo que no sería fácil, quemar todos los libros y la información espírita, al día siguiente serían reproducidos, porque el origen es inaccesible, y porque no se puede ni encarcelar, ni quemar a los espíritus que son los verdaderos autores de aquella información.
El Espiritismo no es obra de un hombre, ninguno puede llamarse su fundador porque es tan antiguo como la creación. En todas partes se encuentra, en todas las religiones, y más que en ninguna en la católica y, en este tema específico, con más autoridad que todas las otras, porque en ellas se encuentran estos principios; los espíritus de todos los grados, sus relaciones ocultas y manifiestas con los hombres, los ángeles guardianes, la reencarnación, la emancipación del alma durante la vida, la doble vista, las visiones, las manifestaciones de toda clase, las apariciones y hasta las apariciones tangibles. En cuanto a los demonios, no son más que malos espíritus y, salva la creencia de que los primeros están eternamente condenados al mal, mientras que el camino del progreso no se halla cerrado a los otros, y no hay entre ellos sino una diferencia de nombre.
¿Qué hace la nueva ciencia espírita moderna? reúne en un pleno lo que estaba esparcido; explica en términos propios lo que solo estaba en alegóricos; rechaza lo que la superstición y la ignorancia han engendrado, para no dejar más que lo real y positivo. Esta es su misión; pero la de fundadora no le pertenece. Enseña lo que es, coordina, pero nada crea, porque sus bases han existido en todos los tiempos y lugares. ¿Quién se juzgará, pues, bastante fuerte para ahogarla bajo el peso de los sarcasmos, ni aún de las persecuciones? Si de un lugar se la proscribe, renacerá en otros, en el mismo de donde se ha expulsado, porque está en la Naturaleza, y no es dado al hombre exterminar una fuerza natural, ni interponer su veto a los decretos de Dios.
Por otra parte, ¿qué interés se tendría en dificultar la propagación de las ideas espíritas? Cierto que ellas se levantan contra los abusos que nacen del orgullo y del egoísmo, y esos abusos de que se aprovechan algunos, perjudican a la comunidad; y el Espiritismo, en consecuencia, tendrá en favor suyo a la comunidad, y por adversarios serios únicamente a los que están interesados en la conservación de los abusos. Por el contrario, haciendo la influencia de esas ideas que los hombres sean mejores unos para con otros, que no vivan tan ávidos de los intereses materiales, y que se resignen más a los decretos de la Providencia, son una garantía de orden y de tranquilidad.
SÉPTIMA
El Espiritismo se presenta bajo tres diferentes aspectos: el hecho de las manifestaciones, los principios de filosofía y de moral que de ellos se desprenden, y la aplicación de los mismos principios. De aquí tres clases o, mejor, tres grados entre los adeptos: 1° los que creen en las manifestaciones y se limitan a comprobarlas. Para éstos el Espiritismo es una ciencia experimental; 2° los que abarcan las consecuencias morales, y 3° los que practican o se esfuerzan en practicar la moral. Cualquiera que sea el punto de vista, científico o moral, desde el que se consideren esos extraños fenómenos, cada cual comprende que de ellos surge todo un nuevo orden de ideas, cuyas consecuencias no pueden ser más que una profunda modificación en el estado de la Humanidad, y compréndese también que semejante modificación sólo en sentido del bien puede tener lugar.
En cuanto a los adversarios pueden también clasificarse en tres categorías: 1ª los que niegan por método todo lo que es nuevo o que de ellos no procede, y que hablan sin conocimiento de causa. A esta clase pertenecen todos los que no admiten nada fuera del testimonio de los sentidos; nada han visto, no quieren ver nada, y menos aún profundizar. Hasta les molestaría ver demasiado claro, temerosos de que habrían de convenir en que no tenían razón. Para ellos el Espiritismo es una invención, una locura, una utopía, dicho sin rodeos, no existe. Estos son los incrédulos que obedecen a una resolución ya tomada. Junto a ellos, pueden colocarse los que se han dignado echar una ojeada para descargo de conciencia, y a fin de poder decir: "He querido ver y nada he visto". Estos tales no comprenden que pueda necesitarse más de media hora para comprender toda una ciencia.; 2ª aquellos que sabiendo muy bien a qué atenerse sobre la realidad de los hechos, los combaten, sin embargo, por motivos de interés personal. Para ellos existe el espiritismo, pero temen sus consecuencias, y lo atacan como a un enemigo; 3ª los que hallan en la moral espírita una censura demasiado severa a sus actos o tendencias. El espiritismo tomado por lo serio les molestaría; no lo rechazan, ni lo aprueban, prefiriendo cerrar los ojos. Los primeros son instigados por el orgullo y la presunción, los segundos, por la ambición; por el egoísmo los terceros. Concíbese que no teniendo nada de sólido estas causas de oposición, han de desaparecer con el tiempo; porque en vano buscaríamos una cuarta categoría de antagonistas, la de los que se apoyasen en pruebas contrarias patentes, y que atestiguasen en estudio concienzudo y laborioso de la cuestión. Todos se limitan a oponer negaciones, ninguno aduce demostraciones serias e irrefutables.
Muy alta idea habría de tenerse de la naturaleza humana, para creer que puede transformarse súbitamente por medio de las ideas espíritas. Ciertamente que su acción no es la misma, ni que tienen la misma intensidad en todos los que las profesan. Pero cualquiera, más que sea débil el resultado, es un mejoramiento, aunque solo fuese el de probar la existencia de un mundo extra-corporal, lo que implica la negación de las ideas materialistas. Esto es consecuencia de la observación de los hechos; pero para los que comprenden el espiritismo filosófico y ven en él algo más que fenómenos más o menos curiosos, existen otros efectos, siendo el primero y principal el de desarrollar el sentimiento místico aún en aquel que, sin ser materialista, solo indiferencia siente por las cosas espirituales. Prodúcele así mismo la mengua del terror por  la muerte, no decimos el deseo de la muerte, nada menos que eso, pues el espírita defenderá su vida como otro cualquiera; pero sí una indiferencia que le hace aceptar, sin murmuraciones y quejas, una muerte inevitable, como cosa más que temible, feliz o al menos con tranquilidad por la certeza del estado que le sigue. El segundo efecto, casi tan general como el primero, es la resignación de las vicisitudes de la vida. El Espiritismo hace ver las cosas desde tan alto, que, perdiendo la vida terrestre las tres cuartas partes de su importancia, no nos afectamos tanto a consecuencia de las vicisitudes que la acompañan. De aquí resulta mayor valor en los momentos de las aflicciones, y moderación superior en los deseos; resulta asimismo el alejamiento de la idea de abreviar la existencia, pues la ciencia espírita enseña que con el suicidio se pierde siempre lo que se quería ganar. La certeza de un porvenir cuyo mejoramiento depende de nosotros, la posibilidad de entablar comunicaciones con los seres que nos son queridos, ofrecen al espírita un consuelo supremo; y su horizonte se extiende hacia el infinito por medio del incesante espectáculo de la vida de ultratumba, cuyas misteriosas profundidades pueden sondear. El tercer efecto es el de excitar la indulgencia para con los defectos de los otros; pero, es muy necesario decirlo, el principio egoísta y todo lo que de él deriva es lo más tenaz que en el hombre existe, y por lo tanto lo más difícil de desarraigar. Voluntariamente se hacen sacrificios, siempre que nada cuesten o que nada priven. El dinero tiene aún, para el mayor número, un irresistible atractivo, y muy pocos comprenden la palabra superfluo, cuando de sus personas se trata, y por esto la abnegación de la personalidad es señal del mayor progreso.
OCTAVA
Dicen ciertas personas: "¿Nos enseñan los espíritus una nueva moral, algo superior a lo que dijo Cristo? Si esa moral no es más que el Evangelio, ¿para qué sirve el Espiritismo?" Este raciocinio se parece notablemente al del califa Omar, cuando hablaba de la biblioteca de Alejandría: "Si no contiene..." ─decía─ "...más que lo que hay en el Corán, es inútil y es preciso quemarla; y si algo más contiene, es mala y también es preciso quemarla". No, el Espiritismo no contiene una moral diferente de la de Jesús, pero a nuestra vez preguntamos: antes de Cristo, ¿no tenían los hombres la ley dada por Dios a Moisés? ¿No estaba su doctrina en el Decálogo? ¿Se dirá por esto que era inútil la moral de Jesús? Preguntamos también a los que niegan la utilidad de la moral espírita, ¿por qué se practica tan poco la de Cristo, y por qué los mismos, que con justo título proclaman, su sublimidad, son los primeros en violar la principal de sus leyes: la caridad universal? No solo vienen los espíritus a confirmarla, sino que también nos demuestran su utilidad práctica; hacen inteligibles y patentes verdades que únicamente bajo forma alegórica habían sido enseñadas y, junto a la moral, definen los problemas más abstractos de la psicología.
Jesús vino a enseñar a los hombres el camino del verdadero bien; ¿por qué, pues, Dios, que le envió para que recordase su ley desconocida, no podría enviar actualmente a los espíritus para recordarla nuevamente y con mayor precisión, cuando hoy la olvidan los hombres, sacrificándolo todo al orgullo y a la codicia? ¿Quién se atreverá a poner límites al poder de Dios y trazarle el camino que ha de seguir? ¿Quién nos dice que, como aseguran los espíritus, no han llegado los tiempos predichos, y que no toquemos aquellos en que las verdades mal comprendidas o falsamente interpretadas, deben ser reveladas ostensiblemente al género humano, para apresurar su adelanto? ¿No hay algo de providencial en esas manifestaciones que simultáneamente se producen en todos los puntos del globo? No es un solo hombre, no es un profeta quien viene a advertirnos, sino que de todas partes brota la luz, desarrollándose a nuestra vista todo un nuevo mundo. Así como el microscopio nos descubrió el mundo de los seres y elementos infinitamente pequeños, que ni imaginábamos, y el telescopio los millares de mundos, que tampoco sospechábamos, las comunicaciones espíritas nos revela el mundo invisible (al ojo humano) que nos rodea, nos codea incesantemente y toma parte sin darnos cuenta de ello, en todo lo que hacemos. Dejad pasar algún tiempo, y la existencia de ese mundo que es el que nos espera, será tan irrebatible como la del mundo microscópico y el de los globos flotantes en el espacio. Así, ¿es nada el habernos dado a conocer todo un mundo, el habernos iniciado en los misterios de la vida de ultratumba? Cierto que semejantes descubrimientos, si así puede llamárseles, contrarían algún tanto ciertas ideas establecidas; pero, ¿acaso todos los grandes descubrimientos científicos no han modificado igualmente y hasta trastornado las más acreditadas ideas? ¿Y no ha sido preciso que nuestro amor propio se doblegase ante la evidencia? Lo mismo sucederá con el Espiritismo, y dentro de poco gozará derecho de ciudadanía entre los conocimientos humanos.
Las comunicaciones con los seres de ultratumba han producido el resultado de hacernos comprender la vida futura, de hacérnosla ver, de iniciarnos en las penas y goces que nos esperan según nuestros méritos, y por lo mismo el del conducir nuevamente al espiritualismo a los que solamente veían en nosotros la materia y una máquina organizada. Así, pues, hemos tenido razón al decir, que el Espiritismo ha matado con hechos al materialismo. Aunque, otro resultado no hubiese producido, le debería gratitud el orden social; pero hace más aún, pues le patentiza los inevitables efectos del mal y, por consiguiente, la necesidad del bien. El número de los que ha conducido a sentimientos mejores, cuyas malas tendencias ha neutralizado, y a quienes ha apartado del mal, es mayor de lo que se cree y aumenta cada día. Y es porque el porvenir no es para ellos una cosa vaga, una simple esperanza, sino una verdad que se comprende, que se explica, cuando vemos y oímos a los que nos han dejado, lamentarse o felicitarse de lo que en La Tierra hicieron. CUALQUIERA QUE DE ELLO SEA TESTIGO, SE DA A REFLEXIONAR, Y SIENTE LA NECESIDAD DE CONOCERSE, JUZGARSE Y MEJORARSE.
NOVENA
Los adversarios del Espiritismo no han dejado de armarse contra él de algunas divergencias de opinión sobre ciertos puntos de la doctrina. No es de extrañar que, al empezar una ciencia, cuando aún son incompletas las observaciones, y cada cual la considera desde su punto de vista, pueden producirse sistemas contradictorios. Pero las tres cuartas partes de esos sistemas han desaparecido ya, ante un estudio más profundo, empezando por el que atribuía todas las comunicaciones al espíritu del mal, como si hubiese sido imposible a Dios enviar hacia los hombres a espíritus buenos. Doctrina absurda, porque es desmentida por los hechos; impía porque es la negación del poder y la negación de la bondad del Creador. Los espíritus nos han dicho siempre que no nos inquietemos por esas divergencias, y que la unión se realizará; y la unidad se ha realizado acerca de la mayor parte de los puntos, y las divergencias propenden diariamente a su desaparición. A esta pregunta: Esperando que se verifique la unidad, ¿en qué puede basarse para formar juicio el hombre imparcial y desinteresado? He aquí la respuesta:
La luz verdaderamente pura no es oscurecida por nube alguna, y el diamante sin mancha es más valioso. Juzgad, pues, a los espíritus por la pureza de sus enseñanzas. No olvidéis, que entre los espíritus, los hay que no se han despojado aún de las ideas de la vida terrestre; sabed distinguirlos por su lenguaje; juzgadlos por el conjunto de lo que os digan; mirad si hay encadenamiento lógico en las ideas, si nada revela ignorancia, orgullo o malevolencia, en una palabra, observad sí sus palabras llevan el sello de la sabiduría que revela la verdadera superioridad. Si vuestro mundo fuese inaccesible al error, sería perfecto, pero lejos está de ello; aún habéis de aprender a distinguir el error de la verdad, y os son necesarias las lecciones de la experiencia para ejercitar vuestro juicio y haceros avanzar.
Los buenos espíritus no predican más que la unión y el amor al prójimo, y nunca ha procedido de origen puro un pensamiento de malevolencia o contrario a la caridad. Para concluir, conozcamos, sobre este particular, los consejos del Espíritu de San Agustín:
Harto tiempo se han destrozado los hombres y maldecido en nombre de un Dios de paz y misericordia, y Dios se siente ofendido de semejante sacrilegio. El Espiritismo es el lazo que los unirá un día, pues les hará ver dónde está la verdad y dónde el error; pero aún habrá durante mucho tiempo, escribas y fariseos que lo negarán, como negaron a Cristo. ¿Queréis saber bajo la influencia de cuáles espíritus están las diversas sectas que dividen al mundo? Juzgadlos por sus obras y principios. Jamás han sido instigadores del mal los espíritus buenos; jamás han aconsejado ni legitimado el asesinato ni la violencia; jamás han excitado los odios de partido, ni la sed de riquezas y honores, ni la avidez de los bienes terrenos. Solamente los que son buenos, humanos y benévolos para con todos, son sus predilectos y también los de Jesús; porque siguen el camino que les enseñó para llegar a él.