VIVIMOS MÁS DE UNA VIDA: PLURALIDAD DE EXISTENCIAS
Nunca hemos dicho que la Doctrina Espírita sea de moderna invención;
siendo una de las leyes de la naturaleza, el espiritismo debe de haber existido
desde el origen de los tiempos, y siempre nos hemos esforzado en probar que de
él se encuentran vestigios en la más remota antigüedad. Pitágoras, como se
sabe, no es el autor de la doctrina de la metempsicosis (antigua doctrina
griega basada en la idea de un espíritu que actuaba como alma y que traspasaba
de un cuerpo a otro), sino que la tomó de los filósofos indios y egipcios entre
los cuales ya existía esa creencia desde tiempo inmemorial. La idea de la
transmigración de las almas era, pues, una creencia normal y popular admitida
por los hombres más eminentes. ¿Cómo había llegado a ellos? ¿Por revelación o
por intuición? No lo sabemos; pero, como quiera que sea, una idea que no tenga
algún aspecto serio, no pasa a través de las edades, ni es aceptada por las
personas de inteligencia notoria o superior. La antigüedad de la doctrina es,
pues, más que una objeción, una prueba favorable.
Al predicar el dogma de la pluralidad de las existencias corporales,
los espíritus reproducen, pues, una doctrina que nació en las primeras edades
del mundo y que, hasta nuestros días, se ha conservado en lo íntimo del
pensamiento de muchas personas, solo que nos la presentan de una manera más
racional, más conforme con las leyes progresivas de la naturaleza y en mejor
armonía con la sabiduría del Creador, desligándola de todos los accesorios supersticiosos.
Es evidente que si no existe la reencarnación, solo tenemos una
existencia corporal y si nuestra actual existencia corporal es la única, el
alma de cada hombre debe de ser creada al nacer, a menos que se admita su
anterioridad, en cuyo caso preguntaremos lo que era el alma antes del
nacimiento, y si el estado en que se encontraba no constituía una existencia,
bajo una forma cualquiera. No cabe término medio: o el alma existía o no
existía antes que el cuerpo; si existía, ¿cuál era su situación? ¿Tenía o no conciencia
de sí misma? Si no la tenía, es como si no existiese, y si tenía
individualidad, era progresiva o estacionaria. En uno y otro caso, ¿en qué
grado se encontraba al ingresar en el cuerpo? Admitiendo con la creencia vulgar
que el alma nace con el cuerpo, o lo que da lo mismo que anteriormente a su
encarnación no tiene más que facultades negativas, sentamos los siguientes
problemas o cuestionamientos:
1 ─ ¿Por qué el alma manifiesta aptitudes tan diversas independientes
de las ideas proporcionadas por la educación?
2 ─ ¿De dónde proviene la aptitud extranormal de ciertos niños de
tierna edad para tal arte o ciencia, mientras otros no pasan de ser incapaces o
mediocres durante toda su vida?
3 ─ ¿De dónde proceden las ideas innatas o intuitivas de unos, de las
cuales carecen otros?
4 ─ ¿De dónde se originan en ciertos niños esos instintos precoces de
vicios o virtudes, esos innatos sentimientos de dignidad o de bajeza que
contrastan con la sociedad en que ha nacido?
5 ─ ¿Por qué, haciendo abstracción de la educación, están más
adelantados unos hombres que otros?
6 ─ ¿Por qué hay salvajes y hombres civilizados? En áfrica aún existen
algunas tribus nómadas.
¿Qué filosofía o teosofía ─preguntamos─ puede resolver tales
preguntas? No cabe vacilación: o las almas al nacer son iguales, o desiguales.
Si lo primero, ¿por qué esas aptitudes tan diversas? Se dirá que depende del
organismo; pues entonces esa sería la doctrina más monstruosa e inmortal. El
hombre, por consiguiente, no sería más que una máquina, juguete de la materia;
no sería responsable de sus actos, y todo podría atribuirlo a sus
imperfecciones físicas. Y si son desiguales, es porque desiguales las habrá
creado Dios, y entonces, ¿por qué conceder a unos una superioridad innata?
¿Está conforme semejante parcialidad o falta de ecuanimidad con su justicia y
con el amor que igualmente profesa a sus criaturas?
Admítase, por el contrario, una sucesión de anteriores existencias
progresivas, y todo queda explicado. Los hombres nacen con la intuición de lo
que ya han aprendido, y están menor o mayormente adelantados según el número de
existencias que han recorrido, según estén a mayor o menor lejanía del punto de
partida, absolutamente lo mismo que en una reunión de individuos de distintas
edades, tiene cada uno un desarrollo proporcionado al número de años que ha
vivido, viniendo a ser para la vida del alma las existencias sucesivas, lo que
los años para la vida del cuerpo. Reunid en un día mil individuos que estén en
el rango desde uno hasta ochenta años; suponed que en vuestra ignorancia los
creéis a todos nacidos en un mismo día y que todos tienen el mismo pasado o que
todos están recién nacidos. Naturalmente os preguntaréis por qué los unos son
pequeños y los otros son grandes, arrugados los unos y lozanos los otros, e
ignorantes unos y más ilustrados otros; pero si quitamos la suposición que os
oculta el pasado de ellos, podéis comprender que todos han vivido diferente
cantidad de tiempo, y todo quedará explicado. Dios en su justicia no ha podido crear
almas con diferentes grados de perfección; pero, dada la pluralidad de
existencias, la desigualdad que notamos no contraría en nada a la más rigurosa
equidad. Depende todo de que solo vemos el presente sin fijarnos en el pasado.
¿Se basa este raciocinio en un sistema, en una suposición gratuita? No;
partimos de un hecho patente, incontestable, cual es la desigualdad de
aptitudes y de facultades, y de desarrollo intelectual y moral, y vemos que
semejante hecho es inexplicable por todas las teorías aceptadas, al paso que la
explicación es sencilla, natural y lógica, acudiendo a esta teoría. ¿Es
racional preferir la que no lo explica a la que lo explica?
Respecto a la sexta pregunta, se dirá que el hombre nómada africano es
de raza inferior; y entonces preguntamos si ese nómada es o no hombre. Si
decimos que sí lo es, ¿por qué Dios lo ha desheredado a él y a toda su raza, de
los privilegios concedidos a la raza blanca? Si decimos que no lo es, ¿para qué
procurar hacerlo cristiano? La Doctrina Espírita es más amplia que todo eso,
puesto que para ella no hay varias especies de hombres, sino que el espíritu de
éstos está, en mayor o en menor grado, atrasado, siendo susceptible de
progresar. ¿No está esto más conforme con la justicia de Dios?
Acabamos de estudiar el alma en su presente y en su pasado. Si la
consideramos respecto de su porvenir, encontramos las mismas dificultades.
1 ─ Si únicamente nuestra existencia actual es la que ha de decidir
nuestra suerte futura, ¿cuál es en la otra vida la posición respectiva del
salvaje nómada africano, y del hombre civilizado? ¿Estarán al mismo nivel, o
desnivelados allá en la felicidad eterna?
2 ─ El hombre que ha trabajado toda la vida para mejorarse, ¿ocupa el
mismo lugar que aquel que se ha quedado atrás, no por culpa suya, sino porque
no ha tenido tiempo ni posibilidades para mejorarse?
3 ─ El hombre que obra mal, porque no ha podido instruirse y no sabe
qué está bien y qué está mal, ¿es responsable de un estado de cosas ajeno a su
voluntad, por desconocimiento?
4 ─ Se trabaja por instruir, moralizar y civilizar a los hombres, pero
por uno que llegue a ilustrarse, mueren diariamente millares antes de que la
luz de un buen conocimiento haya penetrado en ellos. ¿Cuál es su suerte? ¿Serán
tratados como abominables o malditos? En caso contrario, ¿qué han hecho para
merecer el mismo lugar que los otros?
5 ─ ¿Cuál es la suerte de los niños que mueren en edad temprana antes
de haber tenido la oportunidad de hacer el mal o el bien? Si moran entre los
elegidos, ¿por qué esa gracia sin haber hecho nada para merecerlo? ¿Por qué
privilegio se les ha librado de los trabajos, los esfuerzos y las tribulaciones
de la vida?
¿Qué doctrina hay que pueda resolver estas cuestiones? Basta con
admitir las existencias consecutivas, y todo se explica conforme con la
justicia de Dios. Lo que no ha podido hacerse en una existencia, se hace en
otra, y así es como nadie se substrae a la ley del progreso. La doctrina de las
existencias consecutivas explica cómo cada cual será recompensado según su
mérito real, y cómo nadie queda excluido de la felicidad suprema a la que puede
aspirar, cualesquiera que sean los obstáculos que en su camino haya encontrado.
Por lo demás, cualquiera que sea la opinión que se tenga de la
reencarnación, ya se la acepte o no, no se dejará de sufrirla, si existiese, a
pesar de la creencia contraria. Algo importante es que la enseñanza de los
espíritus es eminentemente cristiana; está basada en la inmortalidad del alma,
en las penas y recompensas futuras, en la justicia de Dios, en el libre
albedrío del hombre y en la moral de Cristo y, por lo tanto, no es
antireligiosa.
Reconozcamos, pues, en resumen, que la doctrina de la pluralidad de existencias es la única que explica lo que, sin ella, es inexplicable, que es eminentemente consoladora y conforme con la más rigurosa justicia, y que es el áncora salvadora que Dios en su misericordia ha dado al hombre.