─ ¿El alma, al abandonar el cuerpo, tiene inmediatamente conciencia de sí misma?
"Conciencia inmediata no es la palabra, pues por algún tiempo está turbada".
─ ¿Todos los espíritus experimentan con la misma intensidad y duración la turbación que sigue a la separación del alma y el cuerpo?
"No, puesto que depende de su elevación. El que está ya purificado o próximo a serlo, se reconoce inmediatamente; porque se ha separado de la materia, durante la vida del cuerpo; al contrario que el hombre carnal, cuya conciencia no es pura, conserva por mucho más tiempo la impresión de la materia".
─ ¿El conocimiento del espíritu tiene alguna influencia en la duración más o menos larga de la turbación?
"Muy grande; porque el espíritu comprende de antemano su situación. En esto, la práctica del bien y la pureza de la conciencia son las que más influyen.
En el momento de la muerte todo es, al principio, confuso; y el alma necesita algún tiempo para reconocerse, pues está como aturdida y en el mismo estado del hombre que, despertándose de un sueño profundo, procura explicarse su situación. La lucidez de las ideas y la memoria del pasado le vuelven a medida que se extingue la influencia de la materia de que acaba de separarse, y se disipa la especie de bruma que nubla sus pensamientos.
La duración de la turbación subsiguiente a la muerte es muy variable; puede ser de algunas horas, de muchos meses y hasta de muchos años. Es menos larga en las personas que, desde su vida carnal, se han identificado con su estado futuro; porque entonces comprenden inmediatamente su posición.
La turbación presenta circunstancias especiales, según el carácter de los individuos, y sobre todo según la clase de muerte".
En las muertes violentas, ocasionadas por suicidio, suplicio, accidente, apoplejía (derrame cerebral o infarto mortal súbito), heridas etc., el espíritu está sorprendido, admirado y no cree estar muerto; lo sostiene con terquedad; ve, sin embargo, su cuerpo, sabe que es el suyo, y no comprende que esté separado de él. Se acerca a las personas a quienes aprecia, y no comprende por qué no le oyen. Semejante ilusión dura hasta la completa separación del periespiritu, y hasta entonces no se reconoce el espíritu, ni comprende que ha dejado de pertenecer a los vivos. Este fenómeno se explica fácilmente: sorprendido de improviso por la muerte, el espíritu queda aturdido con el cambio brusco que en él se ha producido; para él la muerte continúa siendo sinónimo de destrucción, de anonadamiento, y como piensa, ve y oye, no se considera muerto. Lo que aumenta su ilusión es el verse con un cuerpo semejante al anterior, en cuanto a la forma, cuya naturaleza etérea no ha tenido tiempo de estudiar aún; lo cree sólido y compacto como el primero que tenía, y cuando sobre este punto se llama su atención, se sorprende de no poderse palpar. Este fenómeno es semejante al de los sonámbulos novicios que creen que no duermen. Para ellos el sueño es el equivalente o el igual a la suspensión de facultades, y como piensan libremente y ven, se figuran estar despiertos. Ciertos espíritus ofrecen esta particularidad aunque la muerte no haya sobrevenido repentinamente; pero siempre es más general en los que, aunque estaban enfermos, no creían morirse. Véase entonces el raro espectáculo de un espíritu que asiste a su entierro como al de un extraño, y que habla o piensa de él como si no le incumbiera; hasta que comprende la realidad.
La turbación subsiguiente a la muerte no es nada penosa para el hombre de bien, sino tranquila y semejante en todo al que se despierta apaciblemente. Para el que no es puro de conciencia, la turbación abunda en congojas y angustias que aumentan a medida que se reconoce.
En los casos de muerte colectiva, se ha observado que todos los que mueren a un mismo tiempo no se vuelven a ver inmediatamente. En la turbación subsiguiente a la muerte, cada uno toma por su lado, o no se ocupa más que de los que le interesa.