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21.7.13

MATERIALISMO

─ ¿Por qué los anatómicos, los fisiólogos y en general quienes profundizan las ciencias naturales se inclinan frecuentemente hacia el materialismo?

"El fisiólogo lo refiere todo a lo que ve. Orgullo de los hombres que creen saberlo todo, y que no admiten que algo sea superior a su entendimiento. Su misma ciencia los hace presuntuosos y creen que nada puede ocultarles la naturaleza".

─ ¿No es lamentable que el materialismo sea consecuencia de estudios que debieran, por el contrario, demostrar al hombre la superioridad de la inteligencia que gobierna al mundo? ¿Debe deducirse de esto que son peligrosos?

"No es verdad que el materialismo sea consecuencia de esos estudios, sino que el hombre deduce de ellos consecuencias falsas; porque puede abusar de todo, hasta de las cosas mejores. La nada por otra parte les horroriza más de lo que quieren aparentar, y los espíritus fuertes son a veces más fanfarrones que valientes. La mayor parte son materialistas solamente porque no saben cómo llenar aquel vacío, y si ante el abismo que a sus ojos se abre les ofrecéis un áncora de salvación, se asirán solícitos a ella".
Por una aberración de la inteligencia, hay personas que no ven en los seres orgánicos más que la acción de la materia, y refieren a ella todos nuestros actos. No han visto en el cuerpo humano más que una máquina eléctrica; no han estudiado el mecanismo de la vida más que en el funcionamiento de los órganos; la han visto cesar con frecuencia por la ruptura de uno de sus hilos y no han visto otra cosa más que ese mismo hilo; han indagado si quedaba aún algo, y como solo han encontrado la materia ya inerte y no han podido ver o distinguir el alma que se desprendía, ni han podido apoderarse de ella, han deducido que todo estribaba en las propiedades de la materia, y que, por lo tanto, después de la muerte, solo la nada del pensamiento existe. Triste consecuencia si así fuese; porque entonces no tendrían objeto el mal y el bien; el hombre obraría cuerdamente no pensando más que en sí mismo y en sobreponerse a todas las satisfacciones de sus goces materiales; se romperían los lazos sociales y rotos quedarían para siempre los más santos afectos. Afortunadamente, semejantes ideas están muy lejos de ser generales, puede muy bien decirse que están muy circunscritas y que solo constituyen opiniones individuales; porque en ninguna parte han sido erigidas en doctrina. Una sociedad fundada en tales bases, llevaría en sí misma el germen de su disolución, y sus miembros se despedazarían como fieras.
El hombre que tiene instintivamente la creencia de que todo no concluye para él con la vida; tiene horror a la nada, y en vano se resiste a la idea del porvenir, pues cuando llega el momento supremo, pocos son los que dejan de preguntarse qué será de ellos; porque el pensamiento de cesar absolutamente la vida, es desconsolador. ¿Quién podrá, en efecto, mirar con indiferencia la separación absoluta y eterna de todo lo que se ha amado? ¿Quién podrá, sin horrorizarse, ver como se abre a su vista el inmenso abismo de la nada, donde irían a sepultarse para siempre todas nuestras facultades, todas nuestras esperanzas, y decirse qué después de mí, nada, nada más que el vacío? ¿Y que todo acaba para siempre, y que dentro de algunos días, mi recuerdo se borrará de la memoria de todos los que me sobreviven? ¿Y que pronto no quedará vestigio de mi tránsito por el mundo, hasta el bien que he hecho será dado al olvido por los ingratos que he creado? y que ¿nada hallaré en recompensa, nada más que la persperctiva de mi cuerpo roído por los gusanos?
¿No es horroroso, no es glacial semejante cuadro? Cualquier religión nos enseña que no puede suceder así, y la razón viene en su apoyo. Pero esa existencia futura, vaga e indefinida ─la de las religiones─ nada tiene que satisfaga nuestro positivismo, lo cual engendra dudas en muchos. Las mismas religiones nos han dicho que seremos felices o infelices, según el bien o el mal que hayamos hecho; pero ¿qué dicha es la que nos espera en el seno de Dios? ¿Es una beatitud, una contemplación eterna, sin más ocupación que la de cantar alabanzas al creador? ¿Las llamas del infierno son una realidad o un símbolo? ¿Dónde está este sitio de suplicio? En una palabra, ¿qué se hace y qué se ve en ese mundo que nos espera a todos? Nadie, se dice, ha vuelto de él para traernos noticias. Esto es falso. Y, precisamente, la misión del Espiritismo es la de ilustrarnos acerca de ese porvenir, haciéndonoslo, hasta cierto punto, tocar con los dedos y ver con los ojos, no por medio de raciocinios, sino por medio de hechos. Gracias a las comunicaciones espíritas, no es ya el porvenir una presunción, una probabilidad que cada uno compone a su modo, y que los poetas embellecen con sus ficciones o siembran de imágenes alegóricas y engañadoras, sino la realidad que sale a nuestro encuentro; porque los mismos seres de ultratumba vienen a pintarnos su situación, a decirnos lo que fueran permitiéndonos, por decirlo así, asistir a todas las peripecias de su nueva vida y patentizándonos de este modo la suerte inevitable que nos está reservada, según nuestros méritos y faltas. ¿Hay algo de religioso en esto...? Todo lo contrario; porque en ello encuentran fe los incrédulos, y para los indiferentes es una renovación de fervor y confianza.
El Espiritismo es permitido por Dios para alentar nuestras vacilantes esperanzas, y conducirnos al camino del bien por medio de la perspectiva del porvenir.