Estos espíritus le dan gran predominio a la materia sobre el espíritu, tienen propensión al mal, a la ignorancia, al orgullo, al egoísmo y a todas las malas pasiones que de él deriven.
Tienen intuición de Dios pero no lo comprenden.
Todos son esencialmente malos, y en algunos abunda más la ligereza, la inconsecuencia y la malicia que la verdadera perversidad. Hay unos de estos que no hacen bien ni mal; pero por lo mismo que no practican el bien, demuestran su inferioridad. Otros, por el contrario, se complacen en el mal, y se sienten satisfechos cuando hallan ocasión de hacerlo.
Pueden ponerle inteligencia a la perversidad y a la malicia; pero, cualesquiera que sea su desarrollo intelectual, sus ideas son poco o nada elevadas y sus sentimientos más o menos despreciables y viles en extremo.
Sus conocimientos sobre las cosas del mundo espírita son limitados, y lo poco que de ellas saben las confunden con las ideas y preocupaciones del mundo corporal, no pudiendo darnos sobre el particular más que nociones falsas e incompletas; pero quien recibe contacto de ellos y es bien observador y atento, encuentra con frecuencia en sus comunicaciones, aunque imperfecta, la confirmación de grandes verdades que nos han enseñado los Espíritus Superiores.
Su carácter se revela en su lenguaje. Todo espíritu que en una comunicación con personas deje escapar un pensamiento malo, puede ser incluido en este tercer orden; y por lo tanto todo pensamiento malo que se nos sugiera, procede de un espíritu de este orden.
Semejantes espíritus ven la dicha de los espíritus buenos y de las personas buenas, como un tormento incesante, puesto que experimentan todas las angustias que pueden producir la envidia y los celos.
En su forma espiritual conservan el recuerdo y la percepción de los sufrimientos de la vida corporal, impresión que es a menudo más penosa que la realidad. Sufren, pues, verdaderamente, no solo por los males que han experimentado, sino también por los que han ocasionado a otros. Y como sufren por largo tiempo, creen que sufrirán siempre; Dios así lo permite para castigarlos al conservar esa creencia.
Se dividen en cinco clases principales (el orden de maldad se incrementa hacia abajo):
ESPÍRITUS GOLPEADORES Y PERTURBADORES
Propiamente hablando, no forman una clase distinta e independiente, pueden pertenecer a cualquiera de las otras cuatro clases de Espíritus de Tercer Orden o Imperfectos.
A menudo anuncian su presencia por efectos sensibles y físicos, como golpes, movimiento de objetos, y generando desorden de los cuerpos sólidos, o agitando el aire o creando fenómenos parecidos.
Parece que están más apegados a la materia que los otros y que son los principales agentes de las vicisitudes de los elementos del globo, ya obren en el aire, en el agua, en el fuego, ya en los cuerpos duros, ya en las entrañas de la tierra. Cuando estos fenómenos tienen un carácter intencional e inteligente, se conocen como que no son debidos a una causa fortuita y física. Todos los espíritus pueden producirlos; pero los elevados los confían por punto general a los espíritus subalternos, más aptos para las cosas materiales que para las inteligentes, y cuando los primeros creen oportunas las manifestaciones de este género, se sirven de los segundos como auxiliares.
ESPÍRITUS NEUTROS
No son lo suficientemente buenos para practicar únicamente el bien, ni suficientemente malos para hacer solo el mal; se inclinan indistintamente hacia un lado o hacia el otro, y no se sobreponen a la condición vulgar de la humanidad, ni moral ni intelectualmente. Tienen apego a las cosas de este mundo, cuyas alegrías materiales, chapuceras y ofensivas, echan de menos.
ESPÍRITUS DE FALSA INSTRUCCIÓN
Tienen conocimientos bastante considerables; pero creen saber más de lo que realmente saben. Habiendo progresado algo en diversos sentidos, su lenguaje (cuando se comunican) tiene cierto carácter grave y serio que pueden engañar acerca de su capacidad y ciencia; pero no pasa de ser, con frecuencia, reflejo de los prejuicios y de las ideas sistemáticas de la vida terrestre; una mezcla de verdades y errores absurdos, a cuyo través se descubren la presunción, el orgullo, los celos, y la terquedad de no haber podido emanciparse.
ESPÍRITUS LIGEROS
Son ignorantes, malignos, inconsecuentes, burlones y altamente entrometidos; se comunican y responden a todo sin cuidarse de la verdad. Se complacen en ocasionar pequeños pesares y alegrías, en chismear, en inducir maliciosamente hacia el error por medio de engaños, y en hacer travesuras.
A esta clase pertenecen los espíritus llamados vulgarmente "duendes", "trasgos", "gnomos" y "diablillos", todos los cuales dependen de los Espíritus Superiores que frecuentemente les ocupan como nosotros a nuestros criados.
ESPÍRITUS IMPUROS (los peores)
Son altamente propensos al mal y lo hacen objeto de sus maquinaciones. Como espíritus dan consejos o los inducen pero siempre pérfidos, perversos y miserables. Promueven la discordia y la desconfianza y, para engañar mejor, tienen la capacidad de tomar todas las apariencias que necesiten.
Se apoderan de los caracteres débiles para sugestionarles y arrastrarles a la perdición; para entonces sentir satisfacción cuando han conseguido retardar su progreso, haciéndoles sucumbir en las pruebas que sufren.
Cuando se comunican a través de un medium, se les conoce por su lenguaje, por la pamplinada, la tontería y la bajeza de sus expresiones. También se comunican así a través de una persona cuando la tienen dominada. Son siempre indicio de la inferioridad moral y/o intelectual. Sus comunicaciones evidencian la bajeza de sus inclinaciones; y cuando intentan desorientar hablando elegante y sensatamente, terminan por no poder sostener la artimaña por mucho tiempo y concluyen por dejar en claro su origen.
Ciertos pueblos los han considerados como divinidades maléficas, y otros los designan con los nombres de demonios, genios malos y espíritus del mal.
Los seres vivientes en quienes encarnan, son dados a todos los vicios habidos y por haber, que engendran pasiones viles y degradantes, tales como la crueldad, la violencia, la haraganería, el ladronismo, la estafa, la hipocresía, la codicia, la sórdida y mezquina avaricia, y muchas otras. Hacen el mal por el placer de hacerlo, sin motivo la mayor parte de las veces, y por aversión al bien escogen casi siempre sus víctimas entre las personas honradas.
Cualquiera que sea el lugar social que ocupen, son azote de la humanidad, aunque el barniz de la civilización se encarga de librarles de las manchas, de las vergüenzas y de los deshonores.