─ ¿Cuál es el medio
práctico más eficaz para mejorarse en esta vida y resistir al impulso, a la tentación
o la provocación del mal?
Un sabio de la
antigüedad os lo dijo: conócete a ti mismo.
─ Comprendemos toda
la sabiduría de esta máxima; pero la dificultad consiste en conocerse a sí
mismo. ¿Qué medio hay para conseguirlo?
Haced lo que yo
mismo hice durante mi vida terrena: al terminar el día interrogaba a mi
conciencia, pasaba revista a lo que había hecho y me preguntaba si no había
infringido algún deber, si nadie había tenido que quejarse de mí. Así fue como
llegué a conocerme y a ver lo que en mí debía reformarse. Aquel que cada noche,
recordase todas sus acciones de durante el día y se preguntase el mal o el bien
que ha hecho, suplicando a Dios y a su ángel guardián que le iluminasen,
adquirirá una gran fuerza para perfeccionarse, porque, creedlo, Dios le
asistirá. Proponeos, pues, cuestiones, y preguntaos lo que habéis hecho, y el
objetivo con que, en circunstancia tal, habéis obrado; si habéis hecho algo que
en otro hubieseis censurado; si habéis ejecutado alguna acción que no os
atreveríais a confesar. Preguntaos también lo siguiente: Si a Dios le complaciese
llamarme en este momento, ¿tendría, al entrar en el mundo de los espíritus
donde nada hay oculto, que temer la presencia de alguien? Examinad lo que
hayáis podido hacer contra Dios, contra vuestro prójimo y contra vosotros
mismos, en fin, las contestaciones serán reposo para vuestra conciencia, o
indicación de un mal que es preciso curar.
El conocimiento de
sí mismo es, pues, la clave del mejoramiento individual pero diréis: ¿Cómo
juzgarse uno a sí mismo? ¿No tenemos la ilusión del amor propio que mengua las
faltas y las excusa? El avaro se cree económico y previsor, el orgulloso no
cree tener más que dignidad. Esto es muy cierto, pero tenéis un medio de
comprobación que no puede engañaros. Cuando estéis indecisos acerca del valor
de una de vuestras acciones, preguntaos cómo la calificaríais, si fuese de otra
persona. Si la censuráis en otro, no podrá ser más legítima en vosotros, pues
no tiene Dios dos medidas para la justicia. Procurad también saber lo que
piensan los otros, y no olvidéis la opinión de vuestros enemigos; porque estos
no tienen interés en falsear la verdad, y a menudo Dios los pone a vuestro lado
como un espejo, para advertiros con mayor franqueza que un amigo. Aquel, pues,
que tenga la voluntad decidida de mejorase, explore su conciencia a fin de
arrancar de ella las mala inclinaciones, como de un jardín las plantas nocivas;
pase balance moral del día transcurrido como lo pasa el comerciante de sus ganancias
y pérdidas, y yo le aseguro que el uno será más provechoso que el otro. Si puede
decirse que ha sido buena su jornada, puede dormir tranquilo y esperar sin
temor el despertar a otra vida.
Haceos, pues,
preguntas claras y terminantes y no temáis el multiplicarlas, que bien pueden
emplearse algunos minutos para lograr una dicha eterna. ¿Acaso no trabajáis
diariamente con la mira de recoger medios que os permitan descansar en la
ancianidad? ¿No es semejante descanso objeto de todos vuestros deseos, objeto
que os hace sufrir trabajos y privaciones momentáneas? Pues bien, ¿qué es ese
descanso de algunos días, interrumpido por las flaquezas del cuerpo, en
comparación del que espera al hombre de bien? ¿No vale esto la pena de hacer
algunos esfuerzos? Ya sé que muchos dicen que el presente es positivo, e
incierto el porvenir, más precisamente esta es la idea que estamos encargados
de desvanecer en vosotros, porque queremos haceros comprender aquel porvenir de
tal modo, que no deje duda alguna en vuestra alma. Por esto, al principio, llamamos
vuestra atención con fenómenos aptos para excitar vuestros sentidos, y luego os
damos instrucciones que cada uno de vosotros está obligado a propagar. Con este
objetivo es que varios espíritus hemos colaborado a responder y aclarar todas
las preguntas e inquietudes, a fin de que se haga con toda esta información un
paquete de lo que, en verdad, constituye una doctrina... para que se dé a
conocer.
Muchas faltas que cometemos nos pasan desapercibidas. En efecto, si siguiendo el anterior consejo dado por el espíritu de quien en La Tierra fuera SAN AGUSTÍN, interrogásemos con más frecuencia nuestra conciencia, veríamos cuántas veces hemos faltado sin pensarlo por no examinar la naturaleza y móvil de nuestras acciones. La forma interrogativa es algo más precisa que una máxima que a menudo no nos aplicamos. Exige respuestas categóricas, afirmativas o negativas que no consienten alternativas; son otros tantos argumentos personales, y por la suma de las respuestas puede computarse la suma del bien y del mal que en nosotros existe.